Quincoces, capitán y símbolo de una época

Su tío, el legendario Jacinto Quincoces, entrenador del Valencia en la temporada 53-54, le dio la oportunidad para que diera el salto al primer equipo. Su sobrino había contraído los méritos suficientes después de foguearse durante un par de campañas en el CD Mestalla que militaba en Segunda División. En el filial exhibió un tremendo poderío acompañado de una probada regularidad. Con 20 años estaba más que preparado para su estreno profesional.

La Liga concluía con la visita de Osasuna. El Valencia tenía asegurado el tercer puesto con el empate. Ese día, el domingo 25 de abril de 1954, Quincoces se alineó por vez primera en la zaga junto a Paquito, defensa salmantino, y el valenciano Sócrates. El partido con los navarros se complicó más de la cuenta. Los visitantes se adelantaron en el marcador en el ecuador del segundo tiempo. El gol del empate definitivo llegó en los últimos minutos y fue obra de Pasieguito. Un minuto después del tanto, Goyo, portero del conjunto pamplonica, fue expulsado. Dos campañas después, Goyo fichó por el Valencia y en su tercer ejercicio, el 57-58, conquistó el Trofeo Zamora.

Quincoces se quedó como titular indiscutible para disputar la Copa, torneo que arrancaba a la conclusión del campeonato liguero. Llegar y besar el santo. El Valencia ganó todos los partidos hasta plantarse en la final. En la lucha por el título, ante el Barcelona, se completó una actuación antológica, saldada con un triunfo incontestable por 3-0. Monzó, defensa central, ejerció de capitán y estuvo escoltado en la retaguardia por Quincoces y Sócrates como laterales. Quincoces, natural de Vitoria, se asentó de forma definitiva en las alineaciones tanto como lateral o defensa central.

En la segunda mitad de los años cincuenta irrumpieron desde el Mestalla otros zagueros de grandes prestaciones, ambos de origen valenciano, que iban a compartir infinidad de partidos con él: Manolo Mestre y Vicente Piquer. Los tres fueron internacionales, y del trío fue Quincoces quien vistió en más ocasiones la camiseta de la selección española. El defensa vasco fue asiduo en las convocatorias para la clasificación de cara al Mundial de Suecia 58 y la Eurocopa, de Francia en 1960.

Los años sesenta comenzaron con Quincoces ascendido por méritos propios a la capitanía. Una graduación que coincidió con el exitoso debut valencianista en las competiciones continentales. Eso le permitió tener el honor de recibir el trofeo de campeón dos años seguidos: en 1962 en el feudo del Barça, y en 1963 ante el Dinamo de Zagreb en Mestalla. Su rendimiento se mantuvo en el ejercicio 63-64, cuando el Valencia se clasificó para su tercera final europea consecutiva. Quincoces disputó ese día su último partido como valencianista. En el Camp Nou, ante el Real Zaragoza, el 24 de junio de 1964, lució por última vez el brazalete de capitán en la polémica derrota por la mínima con el conjunto aragonés después de un arbitraje escandaloso. A su lado, dos laterales valencianos: Alberto Arnal y Paco Vidagany.

Un par de meses antes, contra el mismo oponente, disputó su último encuentro de Liga, celebrado en Mestalla, y con un desenlace inmejorable: el Valencia se impuso por 4-0. A pesar de su impecable rendimiento y su condición de líder de la plantilla, Quincoces no renovó su contrato, quedó libre y fichó por el Real Murcia, una decisión que generó una agria controversia. La directiva presidida por Julio de Miguel facilitó su salida con una condición: que no se alineara contra el Valencia. El pacto se cumplió cuando los de Mestalla visitaron La Condomina en la primera jornada del campeonato, duelo que acabó 1-1, con gol visitante de Guillot.

Pero cuando ambos equipos se volvieron a ver las caras en Valencia el 3 de enero de 1965, Quincoces fue titular y su presencia provocó una estruendosa bronca. El partido fue muy agitado y acabó con empate a dos. Los tantos visitantes fueron marcados de penalti y los locales llevaron la firma de Waldo. Al acabar el ejercicio, el equipo murciano perdió la categoría y Quincoces ya no volvió a enfrentarse nunca más al equipo que le dio nombre.