Urgente La juez de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso

Ver fotos

Nino bravo. El Valencia obsequió al inolvidable cantautor la insignia de oro y brillantes. JESÚS SIGNES

Sentiment en mármol y piedra

Eternidad. El escudo del Valencia identifica las lápidas de empleados o aficionados del club que entienden de una pasión que excede a la muerte

Lourdes Martí

Valencia

Domingo, 1 de noviembre 2020, 00:07

Cada 13 de febrero desde 1972, el valencianismo se concentraba en la iglesia San Pascual Baylón. A pocos metros de Mestalla, el club celebraba una misa en memoria de Vicente Peris. Posteriormente acudían al Cementerio General de la ciudad. Allí, se le depositaba media corona de flores en su lápida. Con el paso de los años, la eucaristía en recuerdo del exgerente del club blanquinegro cesó. De igual manera, su hija Merchina acudió al camposanto. Se sorprendió al ver esa media corona que tantos años seguidos el Valencia había ofrecido a su padre. El gesto se repetía aniversario tras aniversario. Aquella pionera del fútbol a quien Di Stéfano enseñaba a lanzar penaltis, descubrió que era Bernardo España 'Españeta' junto al también desaparecido Ricardo de la Virgen los que mantenían el hermoso ritual. El Valencia grabó en la lápida de Vicente Peris el escudo del Valencia a un lado y en el otro la Mare de Déu dels Desamparats. Es una de las esculturas más elegantes del cementerio de la ciudad y en ella recala mucha gente. Cada mes y medio, Merchina acude al cementerio a cambiarle las flores a su padre y entre las suyas marchitas siempre encuentra alguna fresca. Las depositan aficionados que anhelan, quizás ahora más que nunca, la figura del inolvidable gerente. La insignia del club de Mestalla refleja un valencianismo grabado para la eternidad.

Publicidad

J. SIGNES

Un año y dos meses más tarde que Peris y también de forma abrupta, fallecía otro valencianista, Luis Manuel Ferri Llopis. No era empleado del club, pero era tan conocido que si quería ver el fútbol tranquilo junto a su cuñado Manu, tenía que ir casi de incógnito y subir hasta anfiteatro. Él es Nino Bravo. No tiene grabado un escudo del Valencia pero sí una bufanda atada a una cruz cristiana. Bueno, en realidad, media. La anudó y pegó su cuñado el 25 de mayo de 2019. Una mitad para él y la otra, para el padre de éste que falleció dos meses antes que el legendario cantante. Así los tres celebraron juntos otro título de los de Mestalla. El ritual se repite tras cada logro del club desde el año de desaparición de éstos.

Al principio, Manu anudaba una bufanda en la lápida de cada uno –ambos nichos están separados por unos 25 metros–, pero los seguidores de Nino Bravo se sienten irresistiblemente atraídos por poseer cualquier objeto que haya pertenecido al mítico cantante, así que el cuñado tuvo que idear una manera de frenar esta usurpación, aunque llena de sentimiento, de la prenda. Un año y medio después del título de Copa de la que el Valencia es vigente campeón, continúa intacta.

Casi un mes más tarde que Nino Bravo, fallecía José Manuel Perpiñá, quien demostró que la pasión, la táctica y cada una de las características del fútbol también podían ser materia de literatura. Fue la gran estrella mediática del periodismo de la ciudad y escribió numerosas obras. En un salto de tiempo temporal de tres décadas, reposa en paz desde 2017 Manolo Cuenca, otro de esos utilleros que dejó su vida por el club de Mestalla. Murió en soledad. Empleados, futbolistas de la primera plantilla y de todas las categorías del Valencia hicieron una recolecta para darle una sepultura digna. En la lápida presume de valencianismo y en la fotografía con la que se le recuerda lleva su polo de empleado de la entidad blanquinegra.

Ese sentimiento por un equipo de fútbol que excede a la muerte a veces queda plasmados sobre mármol y piedra, pero otras no. Sencillos son los lugares donde descansan algunos de los que en marzo de 1919 se reunieron en el Bar Torino. Desnuda está la losa de Ramón Leonarte, presidente que impulsó la compra de un solar cerca de Algirós por donde discurría la Acequia de Mestalla. Costó 316.439,20 pesetas que el club pagó en diez años y sobre el que hoy se levanta el estadio más longevo de Primera. Precisamente, sobre el césped de ese viejo estadio se encuentran desde esta semana esparcidas las cenizas de Españeta.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad