Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia

Ver fotos

ADN en un tifo. La lona del valencianismo recordó el soñar que no tenemos techo de 2019 y el Bronco y Copero, que define al club en sus 103 años de historia. iván arlandis

Tots a una veu en La Cartuja

El valencianismo demuestra una vez más que es el mejor patrimonio del club, el legado que seguirá pasando generaciones La afición del Valencia llora con lágrimas de orgullo junto a sus futbolistas

Domingo, 24 de abril 2022, 01:55

«Vas a ver ganar a tu equipo muchas finales, ya verás. Tenéis una magnífica afición». Las palabras de consuelo fueron de un aficionado bético a un jovencísimo aficionado del Valencia que no podía parar el llanto cuando el Betis marcó el último gol de la tanda de penaltis. Sus lágrimas fueron las de todos los valencianistas en La Cartuja entre las 53.387 personas presentes en el estadio. Lágrimas de orgullo que compartieron junto a los jugadores y el cuerpo técnico en el fondo norte. En La Cartuja no se ganó la novena, como se hizo con la sexta en 1999, pero sí que se demostró, una vez más, que la afición sigue siendo el mejor patrimonio de un club que tiene 103 años de historia. Meriton es coyuntural, la militancia de una grada eterna es estructural. De padres a hijos, de abuelos a nietos. Así ha sido siempre y así seguirá siendo.

Publicidad

En esta ocasión, los buenos augurios no fueron sinónimo de título. No siempre pueden aliarse los astros pese a que una evidencia se repita tres años después. Mucho antes de que corrieran las lágrimas de desconsuelo en la grada valencianista, cuando Carlos Soler y José Luis Gayà, los primeros en asomar al césped noventa minutos antes del partido, otearon los dos fondos les salió una pícara sonrisa porque la imagen era calcada a la de 2019 en el Villamarín; con mucha más gente en la grada valencianista que la bética. Lo mismo ocurrió cuando comenzó el calentamiento oficial. El ritual de militancia del valencianismo en las finales, ya habían tenido tiempo suficiente de comer, beber y tirar tracas, es de matrícula. Insuperable. No ocurre con todos los equipos y merece ser reconocido en las derrotas, puesto que las victorias siempre se glosan muchas páginas en negro sobre blanco.

La llegada del autobús del equipo, al grito unánime de ¡Bordalás te quiero!, oscureció el cielo de Sevilla con el humo de las bengalas mucho más que las nubes que quisieron ser protagonistas de la cita. No cuenta como gol... pero en el ambiente ya la había tocado Hugo Duro. El segundo tanto ambiental llegó cuando el speaker del Betis cantó la alineación para caldear el ambiente del fondo sur puesto que lo que se retronaba en La Cartuja era los cánticos de una afición valencianista enloquecida pese a que restaban aún más de media hora para que rodara el balón. Unos minutos antes, los más afortunados vieron pasar por un ascensor exterior a Claudio López hasta la zona de prensa. Fue como si una divinidad hiciera acto de presencia. El piojo en su tierra santa, aquella donde levantó el césped como si fuera el correcaminos perseguido por todo el arsenal de ACME.

En la intensidad de los rugidos en la presentación, quedó claro que los soldados de Bordalás tienen claro que su general romano es la estrella del equipo. El talismán copero es Hugo Duro, que iba a marcar ni se cotizaba en el ambiente por las calles de Sevilla entre caña y maceta, un doble, o finito. A partir de ahí, todo lo que ocurrió en la primera parte habría que agradecerlo a ese ente divino que también existe en el fútbol, donde la lógica que se ve sobre el césped no siempre se cumple. El embrujo de Ángel Domínguez, el murciélago de Sevilla, a buen seguro tuvo algo que ver. Vecino de La Macarena y cofrade de San Esteban, hermandad que tiene un vínculo con la Geperudeta, su fuerza llegó al palo de la portería de Mamardashvili y a la parábola del gol de Hugo Duro, que lo marcó en la misma portería que Mendieta consagró hace 23 años. La Geperudeta aún tuvo tiempo para un segundo manto... para un segundo palo en la recta final del tiempo reglamentario.

El pulso de la grada se siguió ganando en el resto del partido. Cualquier persona neutral que presenciara el partido a buen seguro que se dio cuenta del detalle. Durante casi todo el partido, el equipo que parecía que jugaba en su ciudad era el que lo hacía muy lejos de ella. Los decibelios de los cánticos de la grada valencianista, pese a que había una mayor cantidad de seguidores béticos en las gradas, comenzó a resonar en el empuje con el que arrancó el Valencia la segunda parte, arengados por Carlos Soler que no paraba de levantar los brazos hacia el fondo norte, y continuó durante la prórroga.

Publicidad

En la segunda parte de la misma, pese a que la teoría con la que se bañó toda la previa dictaba lo contrario, parecía que las mayores ganas de sentenciar la final en el momento de más desgaste físico, del minuto 106 al 120, eran por parte del equipo de Bordalás. No pudo ser... y también fue el sector valencianista el que más rugió cuando comenzó la tanda de penaltis. Es cierto que el primero que se falló fue el de la moneda, puesto que se lanzaron en la portería del Betis. El mundo se paró cuando Yunus falló su turno. Se lleno de lágrimas La Cartuja. De orgullo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad