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paco lloret
Sábado, 20 de marzo 2021, 01:18
Cuando el Valencia se convirtió en serio candidato al campeonato de Liga en la temporada 70-71, se produjo una curiosa coincidencia que alimentó la superstición de los aficionados. Los dos partidos televisados hasta entonces fuera de Mestalla habían acabado en derrota. En el resto de desplazamientos el conjunto adiestrado por Alfredo di Stéfano ganaba o empataba. El mal fario de la televisión se puso a prueba porque a falta de cinco jornadas para acabar el torneo, el domingo 21 de marzo de 1971, el Valencia, líder del torneo, visitaba al colista, el Real Zaragoza, en La Romareda, partido programado por Televisión Española. No había margen para un tropiezo.
Este encuentro cerraba la tarde del domingo, el inicio estaba fijado a las siete y media. A esa hora ya se sabía el resto de resultados. Los rivales directos por el título habían solventado sus compromisos con autoridad. El Atlético de Madrid, en encuentro adelantado a la noche del sábado porque debía medirse la semana siguiente al Ajax en la Copa de Europa, había batido al Granada por 3-0. En la tarde de domingo, el Barça había goleado a la Real Sociedad por 4-0. Si el Valencia no vencía en el feudo de los aragoneses perdía la cabeza de la tabla, y se veía superado por los otros dos aspirantes.
La Romareda no resultaba un campo propicio. Inaugurado en la campaña 57-58, los valencianistas sólo habían logrado un triunfo en ese escenario, precisamente en su primera visita, cuando vencieron por 1-2 con goles de Walter y Antonio Fuertes. En los años sesenta, en la época del mejor Zaragoza de su historia, la del equipo de los 'Cinco magníficos', el Valencia había sufrido allí más de un revés y, como mucho, había podido rascar algún empate. Sin embargo, el conjunto zaragocista había entrado en una etapa de acusada decadencia, era el farolillo rojo y en su casa había perdido con los más potentes, su balance era desastroso. El Valencia necesitaba el triunfo porque en las cinco anteriores salidas sólo había ganado en La Rosaleda de Málaga mientras que había sumado un empate en los desplazamientos a Las Palmas, Sevilla y San Sebastián, además de la severa derrota en el campo del Atlético, por supuesto en partido televisado.
Había que remontarse cuatro meses atrás, a principios de diciembre, para encontrar el último encuentro perdido por los valencianistas, en Balaídos ante el Celta, ofrecido también por televisión y que puso punto final a la magnífica racha de Abelardo que estuvo siete partidos consecutivos sin recibir un gol. Era inevitable no creer en gafes a tenor de los antecedentes. El encuentro de Zaragoza se disputó en un ambiente frío, la afición local estaba hundida anímicamente y se temía lo peor dada la entidad de un rival que en la jornada anterior había arrollado al Athletic de Bilbao en Mestalla por 4-0 en una pletórica exhibición. Curiosamente, ese encuentro, disputado en un ambiente fallero, también fue ofrecido por TVE. El mal fario solo se registraba como visitante, porque el otro partido televisado en Mestalla, ante el Granada, concluyó con un sufrido triunfo por 2-1, con goles de Paquito y Forment. En aquella época sólo se televisaba un encuentro por jornada. Todo un acontecimiento, aunque los clubes eran reticentes porque se resentía la taquilla, su principal fuente de ingresos.
El choque fue seguido desde una Valencia consternada por culpa de la tragedia vivida dos días antes. En los momentos previos a la cremà, en la por entonces Plaza del Caudillo, se disparó un castillo que sembró el caos entre los asistentes. Tres personas perdieron la vida debido al estado defectuoso de varias carcasas. Se vieron momentos dramáticos. Por esta razón, los jugadores valencianistas lucieron brazaletes negros en señal de duelo. En el once de Di Stéfano se registraban dos importantes bajas en la delantera. Carlos Pellicer y Óscar Rubén Valdez estaban ausentes por culpa de problemas físicos y fueron reemplazados por Enrique Claramunt y José Ramón Fuertes. Mientras el primero solía jugar en casi todos los partidos, bien como titular o suplente, el segundo no había disputado ni un solo minuto en toda la temporada. Ese día actuó hasta que Barrachina entró en su lugar en el ecuador de la segunda mitad, mientras que Poli sustituyó a Claramunt II.
El partido fue duro y complicado. Los zaragocistas plantaron cara y opusieron una gran resistencia. El Valencia dominaba y llevaba la iniciativa pero no encontraba el camino para batir a Nieves, el portero local. Al descanso no había goles. Sin embargo, nada más empezar el segundo tiempo, Claramunt logró el primero después de una acción individual en la que demostró su portentosa capacidad para desmarcarse de varios rivales y chutar por dos veces, el primer tiro fue rechazado por el guardameta, pero el segundo resultó imparable. El conjunto valencianista controló la situación aunque el Zaragoza buscó el empate a la desesperada. El Valencia aguantó tipo hasta que llegó el gol de la tranquilidad después de una prodigiosa cabalgada de Antón por la banda izquierda culminada con un derechazo espectacular que sentenciaba el encuentro y acababa con el gafe televisivo.
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