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«Mi mujer duerme sin espinilleras». Antonio Poyatos (10-2-1966) respondía así y con una sonrisa una entrevista a LAS PROVINCIAS, demostrando que se tomaba con humor aquella fama que arrastraba de futbolista poco delicado sobre el terreno de juego. Eran los de Poyatos otros tiempos desde luego, cuando todavía los futbolistas del Valencia se atrevían a hablar con los periodistas con cierta periodicidad y sin filtros. Un tipo como él, nacido en Xerez pero formado ya profesionalmente en el Logroñés antes de que Paco Roig lo trajera a Mestalla (1994-1997), seguro que el próximo miércoles 22 vivirá este enfrentamiento de Copa a un único partido y en el nuevo Las Gaunas de una forma muy especial. Si hay un equipo en España al que le tiene especial cariño el Valencia –la relación es mútua– es precisamente el conjunto riojano. Era el Logroñés uno de los ocho segundas B que le podían tocar a los blanquinegros –excluidos en la ronda anterior por jugar la Supercopa– y aunque siempre hay que andarse con ojo porque a hora y media todo puede pasar y además son líderes de su grupo, la condición de campeón pone al Valencia en mejor disposición. Nada que ver, dicho sea de paso, con lo que le ha pasado al Levante, al que no sólo le ha tocado medirse a un Primera (iban a haber dos emparejamientos peligrosos) sino que encima se la van a jugar fuera: el Sevilla y en el Sánchez Pizjuán.
Desde luego, para cualquier valencianista que supere la treintena, escuchar el nombre de Logroñés es motivo para pasear por los recuerdos. La memoria futbolística trae de inmediato otros nombres como los de Quique Romero, Oleg Salenko y José Ignacio. Junto a Poyatos, el Valencia se trajo ese verano del 94 a Romero y Salenko, aquel ruso que deslumbró en el Mundial con 5 goles a Camerún y que pasó del viejo Las Gaunas a Mestalla en una operación que hizo que Ibáñez y el portero González se fueran para allí además de pagar 350 millones de pesetas (2,1 millones de euros).
Entre las aficiones de Logroñés y Valencia hay una manifiesta cordialidad. Futbolistas de aquí han ido para allí en diferentes momentos: Voro, García Pitarch, Ochotorena, Clotet... Pero desde luego el momento mágico fue en aquella liguilla de ascenso del 87 que permitió a ambos equipos volver a la élite.
No será la de la semana que viene la única ocasión que se vean en Copa. Hace diez años (2010-11), con Emery en el banquillo, el Valencia solventó la ida (0-3) y la vuelta (4-1) con facilidad. Ya se jugó en el nuevo y coqueto estadio, construido en 2002 y con un buen terreno de juego. «Esperemos que se vea una gran afluencia de público y que sea una fiesta», dijo tras el sorteo el director deportivo local, Carlos Lasheras.
El estado del césped no será en esta ocasión uno de los motivos de preocupación que vaya a tener el Levante. Jugar contra un Primera asegura teóricamente una buena superficie. El problema para los levantinistas es que más mala suerte no han podido tener. Espanyol y Levante van a ser los únicos clubes que se las vayan a ver con otro de su misma categoría y encima como visitantes. El matiz que juega en contra de los granotas es que el Sevilla era precisamente el equipo más potente de los que iban a entrar en ese pequeño abanico de posibilidades.
No será esta la primera vez que azulgranas y sevillistas se midan en el torneo copero. Partido único su dieciseisavo de final de la Copa del Rey en el campo del Sevilla, ganó los dos partidos del único precedente en este torneo entre ambos, en 1928, pero esos triunfos fueron inútiles al ser en una liguilla en la que los dos fueron eliminados. Hay que remontarse a 1928. Sólo los dos primeros clasificados de un grupo de seis pasaban a los cuartos de final en esa edición copera de 1928, cuando granotas y sevillistas se midieron con sendos triunfos valencianos (2-0 y 0-1) que no impidieron el pase del Murcia y el Valencia.
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