
Secciones
Servicios
Destacamos
A primera hora de la tarde del sábado 21 de mayo de 1927, comenzó a llegar una riada de curiosos al aeropuerto parisiense de Le Bourget. Se acercaban para esperar la llegada de un aviador solitario que había salido de Nueva York el viernes. La dotación policial del aeródromo fue reforzada con 50 agentes y dos compañías de infantería para impedir avalanchas. Al caer la noche, la impaciencia era ya enorme. ¿No habría sucedido con esta expedición como con otras anteriores? Diez aviones habían fracasado en su intento de cruzar el Atlántico Norte sin escalas y la mayoría de sus tripulantes perdió la vida en el intento.
Pero el joven piloto que lo intentaba era Charles Lindbergh, nacido en Detroit el 4 de febrero de 1902, y que había mostrado inclinaciones científicas y aptitudes mecánicas desde niño; arreglaba motores de automóviles y de motocicletas ya de adolescente y su afición, junto con el tiro deportivo, eran las carreras de motos... hasta que descubrió los aviones. Eso determinó que decidiera estudiar ingeniería e ingresar en el Ejército para poder estar cerca de los aparatos, su única posibilidad de volar. En 1925, después de tres años de práctica mecánica con los aviones y de un rápido aprendizaje como piloto, se convirtió en segundo teniente y un experto en cuestiones aeronáuticas. Un año más tarde comenzó a ganarse la vida como piloto del servicio postal y como acróbata en los entonces populares festivales aéreos.
Quizá te interese...
Charles Lindbergh, el héroe americano fascinado por Hitler (y por tres rubias alemanas)
En 1927 atravesó el Atlántico en un vuelo solitario y se convirtió en una leyenda, acrecentada por el secuestro y muerte del primero de los seis hijos que tuvo con su esposa. En Alemania, y en secreto, acabaría teniendo seis hijos más con otras tres mujeres, a la par que defendía el nazismo con entusiasmo. Se cumplen cincuenta años de la muerte del héroe más turbio.
Los pilotos de correos volaban bajo cualquier condición y Lindbergh aprendió a orientarse y a economizar combustible. Era la época de los raids aéreos, como el de Ramón Franco y su tripulación, a bordo del Plus Ultra, que volaba de Palos de Moguer, con escalas, a Buenos Aires. La mecánica comenzaba a ser fiable, aunque el problema era la autonomía. Esas hazañas encandilaban a Lindbergh. Una noche, mientras transportaba el correo, decidió hacer la travesía del Atlántico en un vuelo sin escalas; además, desde 1919 existía un premio de 25.000 dólares para el primero que lo lograra. Así que empezó a pensar seriamente en la empresa: el aparato, la ruta, la orientación y, sobre todo, los patrocinadores. En febrero de 1927 encargó su avión a la Ryan Airlines de San Diego: un monoplano impulsado por un motor de 220cv refrigerado por aire y equipado con los escasos instrumentos de navegación que existían entonces.
Su plan era viajar de Nueva York a París, 5.800 kilómetros, solo. Era un riesgo grave quedarse dormido en un vuelo que duraría más de 30 horas, pero el peso de otro piloto equivalía a la gasolina necearia para recorrer 500 km. Finalmente, con todo preparado, el Spirit of Sain Louis, a las 7:52 horas de la mañana del 20 de mayo de 1927, despegó del aeropuerto neoyorquino de Roosevelt Field rumbo a Francia con cinco litros de agua, cinco raciones de alimentos y combustible para 36/40 horas de vuelo, dependiendo de las condiciones atmosféricas.
Al día siguiente, a las 19, hora parisina y momento previsto para la llegada, no había noticias del aventurero. En ese momento, Lindbergh sobrevolaba el sur de Gran Bretaña y, aunque llevaba 30 horas pilotando, se sintió muy animado y seguro de su éxito. El vuelo había sido muy duro, sobre todo por el cansancio, pero no había tenido que superar graves dificultades técnicas o adversidades meteorológicas.
Lindbergh divisó las luces de París hacia las diez de la noche y pasó cerca de Le Bourget a las 22:16. Las pistas estaban iluminadas para que pudiera identificarlas y, entonces, surgiendo como un pájaro de plata de la oscuridad, apareció ante las 100.000 personas congregadas para recibirle, justo 33 horas y 32 minutos después de su despegue. Lindberg fue apoteosicamente recibido en Le Bourget y en París. Ni Europa ni EE.UU. le escatimaron los honores. Para corresponder a las invitaciones que recibía organizó un agotador viaje, que le llevó a 78 ciudades de su país. Antes de que terminara el año acometió otro gran vuelo sin escalas: Washington-Ciudad de México, de 3.000 km.
Durante ese año, visitó 16 países más, mientras le llovían los honores, premios y cargos. A mediados de 1928 trató de volver a una vida normal. Aceptó la presidencia técnica de una compañía aérea y se casó con Anne Morrow. Pero en 1932, su nombre regresó a las primeras páginas de los periódicos a causa del secuestro de su hijo, un suceso que causó una expectación mundial durante los 72 días que duró la incertidumbre, brutalmente rota por la aparición de los restos del pequeño en avanzado estado de descomposición. Y volvería, nuevamente, a los titulares cuando el presunto asesino del pequeño, Bruno Hauptmann, fue detenido, juzgado y condenado a muerte. La sentencia se cumplió en 1936. Medio siglo después, investigaciones periodísticas hallaron varias irregularidades en el proceso. Queda la duda razonable de que fue condenado porque la opinión pública necesitaba un culpable.
Ya retirado, aún hizo algunos vuelos de propaganda en 1942 para la aviación militar estadounidense, de la que fue asesor y general. Murió en 1972.
El primogénito de Charles Lindbergh y Anne Morrow se hizo tristemente famoso a los 20 meses de vida. El 1 de marzo de 1932 fue arrancado de su cuna en su casa de Hopewell (arriba), de donde lo sacaron a través de una ventana con una escalera. Para liberarlo, los secuestradores exigieron a sus padres 50.000 dólares. Algunas fuentes culparon a la banda de... Leer más