
100 años de su nacimiento
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100 años de su nacimiento
Viernes, 14 de Marzo 2025, 10:11h
Tiempo de lectura: 7 min
Estrellas de cine, coristas, vividores, políticos, cantantes, mafiosos, literatos... todo el que era alguien en los años cuarenta en Nueva York acababa la noche en el sofisticado y cosmopolita Stork Club. Allí el escritor J. D. Salinger solía quedarse absorto ante la bellísima Oona O'Neill. La joven, de solo 16 años, acudía con sus inseparables Gloria Vanderbilt y Carol Marcus. Las dos provocadoras y prefeministas –Vanderbilt, además, multimillonaria– habían adoptado a Oona como una it girl más. La glamurosa Carol Marcus sumó además a las citas a un joven Truman Capote, que luego se inspiró en su figura para escribir Desayuno con diamantes.
Oona era la menos exuberante de la pandilla, pero la más fascinante: inteligente y con un desenfadado sentido del humor, parecía inconsciente de su belleza. Era hija del dramaturgo Eugene O'Neill, Nobel de Literatura en 1936 y alcohólico impenitente. Cuando Oona tenía solo 2 años, el literato las había dejado plantadas a ella y a su madre, la escritora de folletines Agnes Boulton, para marcharse con una actriz a París. De hecho, nuestra protagonista solo vio a su progenitor tres veces durante su niñez y adolescencia. Incluso dicen que lloraba cada vez que lo veía en los periódicos. De todos modos, no fue la más afectada de aquella familia: su madre, depresiva, también abusaba del alcohol y sus dos hermanos terminaron suicidándose.
En 1940, Salinger era un joven de 21 años que acababa de publicar su primer relato en The New Yorker. Y logró encandilar a Oona O'Neill. Sus biografías afirman que su relación siempre fue casta, aunque apasionada. De hecho, tras el ataque a Pearl Harbor, el autor de El guardián entre el centeno se alistó en el Ejército, en parte para impresionarla. Fue en medio de la locura de la guerra cuando comprendió que la amaba como a nada en el mundo, y cada día le mandaba cartas desde el frente en las que le contaba las atrocidades vividas y lo mucho que la echaba de menos.
Ella, mientras tanto, seguía en su mundo de frivolidad, donde cada día a las doce de la noche en el Stork Club se hacían estallar miles de globos para imitar el estruendo de los bombardeos. Era la chica de moda. En 1942, elegida Debutante del Año, decidió mudarse a Los Ángeles para intentar ser actriz. Así, un día, sin que medieran explicaciones, Salinger al abrir un periódico en Europa descubre que su amada ha contraído matrimonio con Charles Chaplin. El corazón roto, junto con la experiencia de la guerra, le dejaría un profundo dolor. Salinger marcaría a una generación con el nihilismo de El guardián entre el centeno y viviría recluido la mayor parte de su vida.
Chaplin y Oona se conocieron en un casting para la película Shadow and substance, de la que Chaplin, que tenía 36 años más que ella, era productor. En la biografía sobre Oona O'Neill, recién publicada (Circe Ediciones), escribe la autora Jane Scovell: «Buscando a una protagonista para la pantalla, Chaplin encontró a la protagonista de su vida. En cuanto a Oona, hasta entonces su existencia había estado dominada por un padre ausente, pero estaba a punto de quedar bajo el amparo de quien pronto sería su marido».
Esperaron unos meses a que ella cumpliera los 18 para la boda. A partir de ese momento, Eugene O'Neill, el padre de Oona, la repudió y nunca quiso saber nada de ella. Lo cierto es que la reputación sexual del director no auguraba nada bueno. Chaplin ya llevaba tres fracasos matrimoniales –incluido el de la protagonista de El niño, Lita Grey, con la que se casó tras dejarla embarazada a los 16 años– y en ese momento estaba litigando en los tribunales por otra denuncia de paternidad.
El escritor J. D. Salinger tenía 21 años cuando, en 1941, se enamoró de Oona. En aquella época, Orson Welles (con 26) también ‘le tiraba los tejos’ a la hija de Eugene O’ Neill, pero Salinger ganó el ‘duelo’ con sus románticas y brillantes cartas. Tras el ataque a Pearl Harbour en 1942, Salinger se alistó en el Ejército. Desde el frente le siguió... Leer más
La propia hija del cineasta y Oona, Geraldine Chaplin, pareja durante una década de Carlos Saura, recordaba en una entrevista: «Mi madre fue la más vieja de sus esposas, la anterior tenía 15, pero al menos se enamoraba, se casaba con ellas y les era fiel. Él y mi madre no se separaron ni un día en toda su vida. Pero con nosotras, sus hijas, siempre fue terrible porque seguro que al mirarnos se acordaba de sus apetencias. A los 14 años empezaban los problemas: a mí me echaron de casa con 17 y no volví hasta que empecé a hacer cine y tuve mi propia vida».
Contra todo pronóstico, la relación entre Oona y el cineasta funcionó. El matrimonio tuvo ocho hijos. Tras ser acusado Chaplin de comunista por el senador McCarthy, se instalaron en Corsier-sur-Vevey (Suiza) en una mansión con vistas al lago Lemán, que convirtieron en un lugar abierto a los amigos donde se celebraban fiestas y correteaban los niños. Ella llevaba su agenda, lo hacían todo juntos. El director tenía muy en cuenta sus ideas y en sus últimas películas buscaba su mirada en cada toma para tener su aprobación. A medida que envejecía, la dependencia emocional y física era mayor. Oona lo cuidó hasta su muerte, la Navidad de 1977, a los 88 años.
Con 52 años se quedó viuda, pero como toda su vida había girado en torno a él, aquel vacío fue como un meteorito. Scovell cuenta en su biografía que fue entonces cuando empezó a desarrollar una relación de dependencia con el alcohol, como la que habían tenido tantos miembros de su familia. Su mansión se convirtió en un lugar de peregrinaje para los admiradores de Charlot, y su hija Geraldine recordaba que el propio Michael Jackson tuvo con su madre uno de esos enamoramientos que solía sentir por mujeres mayores: «Michael Jackson vino a casa porque quería vivir donde había vivido Chaplin –contaba Geraldine, sobre la fascinación del cantante con su padre, ya fallecido–. ¡Y se enamoró de mi madre! Ella estaba encantada, ¡era como tener una mariposa en su jardín!».
Scovell también habla de los romances que Oona tuvo en su madurez con David Bowie y con Ryan O'Neal, de los que la prensa de la época se hizo amplio eco. O'Neal tenía 14 años menos que ella y, aunque el romance fue breve, su biógrafa da credibilidad a su relación. Más dudosa es la que mantuvo con David Bowie, aunque sus salidas en público les valieron titulares del estilo «Bowie vuelve a hacer sonreír a Oona». Lo cierto es que hay poca información sobre lo que ocurrió porque Oona dejó dicho en su testamento que se destruyeran sus cartas y diarios. Y así se hizo cuando murió de cáncer, en 1991, a los 65 años. Le espantaba lo que se había hecho con la correspondencia de Greta Garbo, subastada tras su muerte. Pero lo cierto es que con su silencio solo ha logrado aumentar la fascinación por su figura.