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Sección de géneros catalanes de la tienda El Siglo. Imagen procedente del Archivo Octubre Centre de Cultura Contemporània que aparece en el libro 'Comercios Históricos de Valencia', cedida por Gumersindo Fernández

El Siglo, la tienda valenciana que democratizó la pompa del comercio burgués a finales del XIX

El establecimiento que abrió sus puertas en 1789 en la calle San Fernando fue precursor de los grandes almacenes en la capital del Turia y el primer edificio que contó con ascensor

Laura Garcés

Valencia

Martes, 17 de agosto 2021, 00:26

Una tienda se cruza en su cotidiano deambular por la ciudad. Está tan acostumbrado a verla que en realidad ni siquiera la ve. La costumbre siembra la indiferencia hasta que un día sus ojos descubren una persiana bajada, una fachada ... deteriorada, unos rótulos desdibujados. Y entonces, se lamenta. Qué pena. Qué perdida. Pero todo sigue a la espera de ver qué traen los tiempos. Pasan unos años y entra en una librería. No busca nada. Sólo espera encontrar. Y sucede. Cae en sus manos un libro en el que aparece aquel establecimiento y el relato de los acontecimientos que lo llenaron de vida. Es obra de unos historiadores. Sale en un libro. Es la prueba de la trascendencia de aquel comercio -también otros- contribuyó a construir las calles trazando la personalidad propia de la ciudad que usted habita.

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Refrente del cambio del siglo XIX al XX

LAS PROVINCIAS visita hoy El Siglo Valenciano, el primer edificio de Valencia que contó con ascensor, de la mano de Gumersindo Fernández, historiador que escribió junto a Enrique Ibáñez, también historiador, el libro 'Comercios históricos de Valencia' editado por Carena en 2014. Otro guía en este recorrido es el investigador Rafael Solaz.

El libro de Fernández e Ibáñez, entre otras firmas comerciales, se detiene en ese establecimiento dedicado a los productos textiles que vio la luz a finales del siglo XIX, en 1879 en la calle San Fernando. Ya no cabe duda de que forma parte de la historia de la ciudad. Fue la tienda que introdujo «en Valencia el concepto de gran almacén». Lo dice Gumersindo Fernández, de cuyas palabras se desprende que aquella casa fue mucho más que un comercio, «es un referente para comprender la transición de Valencia del siglo XIX al XX». Y aún hoy, habitantes de la centuria que corre, pueden guardar en su memoria aquella tienda, que mantuvo las puertas abiertas hasta los años 70 del pasado siglo. Vivió cerca de cien años que se podrían contar por miles de encuentros con la clientela valenciana que conocía a través de la prensa, como muestra un anuncio de LAS PROVINCIAS, la publicidad que daba a conocer la oferta de sedas, lanas, géneros de punto, cortinajes, pañuelos y también cubres que hacían las delicias de un público que empezaba a confraternizar con el consumismo.

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El concepto de grandes almacenes

«Fueron los primeros grandes almacenes en Valencia». Ahora es el investigador Rafael Solaz quien recalca la condición del establecimiento que asegura que tuvo como «fundador a Bernardo Gómez, de la localidad de Cortes de Arenoso, donde ya había tenido un negocio de telas». Solaz afirma con contundencia que aquella tienda que echó a andar en el siglo XIX, en su momento «fue el almacén más importante de Valencia».

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Supuso «un antes y un después en la evolución de la ciudad», advierte Fernández descubriendo que adentrarse en el Siglo Valenciano prueba que una tienda es mucho más que un lugar donde venden este o aquel producto. Basta escuchar al historiador para comprender la trascendencia del histórico establecimiento que con su desembarco en la calle San Fernando trajo a la capital del Turia «la idea de especialización, caja centralizada, un edificio comercial dedicado a una sola actividad». A la clientela la atendían «dependientes especializados». El Siglo, como afirma el libro 'Comercios históricos de Valencia', llegó a tener doscientos empleados en sus años de gloria. Atendieron al público desde un establecimiento que respondía a un modelo que «combinaba el lujo con el sentido práctico. La idea era reproducir la tienda burguesa, esa tienda con clase, pero orientada a todos los bolsillos», señala Fernández.

La democratización del consumo

El gran almacén, como concepto, era el «resultado de una sociedad que cada vez tenía más clases, no pudientes, pero cada vez menos por debajo del nivel de la pobreza. El comercio y el consumo va democratizándose. Es un proceso lento, pero cada vez hay más gente que aspira a algo más que a la supervivencia».

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A estos detalles añade Solaz el «novedoso» carácter que ofrecía a la capital del Turia aquella tienda que cuando se adentró en el siglo XX ofreció «pases de modelos» y empezó, conforme al relato de Solaz, a introducir el arte del escaparatismo. «Cuando llegaban las Fallas ponían escaparates temáticos o en Navidad un belén». Era un «punto de referencia», apreciación de Solaz que coincide con la apuntada por Gumersindo Fernández.

La opulencia

Las entrañas de la inciciativa, cuya estructura también llevaba en los genes el espíritu del cambio de siglo, escondían un deseo de «democratizar el servicio que ofrecían, pero conservando la imagen de opulencia, de pompa del siglo XIX, a veces impostada», destaca Gumersindo Fernández. Todo desde unas instalaciones que también llevaban en sus genes el cambio de siglo. La arquitectura que traían consigo los vientos de principios del siglo XX soportó con columnas de hierro el nuevo modelo de negocio que como apunta el historiador se estrenó en Valencia siguiendo la senda que en París había trazado Galerías Lafayette pasando a España a través de Barcelona y desde allí a Valencia.

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Dejó claro que la apuesta por la innovación no sólo se reflejaba en el modelo de negocio. En el continente también soplaban los vientos de los nuevos tiempos. La apuesta concedía amplitud y estilo propio a un establecimiento. «Hay que tener en cuenta que es un edificio construido exprofeso para una actividad. No hablamos ya de acomodarse a un bajo comercial. Es la arquitectura puesta al servicio del comercio. Esto es muy importante, marca una evolución formal», puntualiza el historiador. A estas palabras se añaden las del investigador Rafael Solaz para señalar que «el propio edificio es una maravilla siguiendo las características de principios del siglo XX. Marca una época».

La arquitectura al servicio del comercio

¿Cómo era? Cuentan Fernández e Ibáñez en su libro que El Siglo se encerraba en «un espacio sofisticado pero amigable en el que el cliente podía disfrutar del placer de recorrer puesto tras puesto, pero a resguardo de las inclemencias del tiempo». La tienda, como explica la obra 'Comercios históricos de Valencia'. se dispuso de forma que «a modo de un gran patio central o plaza pública estructura un espacio central en las que se desarrollaba la actividad comercial». Y desde el tejado, conforme al relato, «una claraboya piramidal aporta luz al conjunto, mientras a un lado, una escalera y, sobre todo, un modernísimo ascensor (el primero instalado en la ciudad) canalizaban el ir y venir de los clientes».

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Hasta los años setenta del siglo XX

El Siglo marcó una época, abrió caminos, degustó el éxito hasta que en torno a los años 70 del siglo XX otras nuevas formas de vender y de comprar se cruzaron en su camino. Aquel negocio alumbrado al calor de la fuerza de atracción de la zona del Mercado en la que se encontraba vio cómo el área comercial de la ciudad cambiaba de destino. La llegada del actual modelo de grandes almacenes se fue desplazando al área de la calle Colón. El Siglo, que había nacido empujado por el espíritu de cambio, ya no pudo afrontar una nueva transformación. No era el establecimiento que «empezó como unos almacenes un poco más elitistas. Cuando llegan los años 70 era un almacén popular como otros que había en Valencia, como Los Sótanos», apunta Fernández.

Vertebrador de la ciudad

Llegó la hora de cerrar. El emblemático comercio puso fin a la trayectoria con la que había compartido la vida de varias generaciones de valencianos quedando inscrito para siempre en la historia de la ciudad. Sus vistosas instalaciones languidecieron mostrando durante años la huella de la decadencia hasta que a la luz de los primeros años del siglo XXI, como puntualiza Solaz, llegó la restauración convirtiéndose en el centro cultural Octubre. El Siglo, como otros establecimientos de la capital, además de la tienda donde comprar aquello que se necesita aportan a la vida de clientes y transeúntes «un valor emocional que establece una complicidad con los ciudadanos, algo que ahora ya no existe», lamenta Solaz al mismo tiempo que defiende que El Siglo, como otros establecimientos, siempre han «funcionado como vertebradores de la ciudad».

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