![Pastelería Villanueva de Valencia | Villanueva, una pastelería de cine](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202107/17/media/cortadas/Villanueva%206-RghmK0pRGV6MqOOBeKPErOI-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Si se detiene en el número 28 de la calle Don Juan de Austria esquina con Doctor Romagosa y aspira hondo, tal vez su memoria olfativa le permita reencontrarse con el aroma de las tartas capuccina y cardenal, el panquemado de Pascua, los turrones ... de Navidad, las 'piules i tronadors de Sant Donís' o el pastelito del domingo . Y si contempla el edificio su retina le devolverá la clásica marquesina bajo la cual brillaban los cristales de los elegantes escaparates de un establecimiento sobre cuya puerta de acceso relucía un rotundo rótulo dorado que en letra cursiva decía: «Villanueva, pastelería», que en sus 65 años de vida contribuyó a trazar la personalidad, el paisaje emocional, la historia de Valencia.
En esa céntrica calle nació en 1947 el establecimiento donde el universal valenciano Luis García Berlanga «hasta sus últimos días hacía el encargo, que su hermana recogía y le mandaba a Madrid, de los turrones, las tortas o los panquemados», explica a sus 70 años Valentín Villanueva hijo cuando revisa con LAS PROVINCIAS la trayectoria de una casa cuyas puertas abrió su padre, dando a Valencia un gran saber artesano que el hijo heredó permitiéndole seguir sirviendo exquisitos pasteles hasta junio de 2012, cuando se apagaron para siempre las luces que iluminaban los mostradores de cristal curvo que exhibían con empaque el resultado de un azucarado obrador.
«Cerramos porque apretaba por todas partes», relata Valentín Villanueva. La crisis económica hacía mella en el negocio y, además, «en mi familia ya no había relevo, era absurdo seguir luchando por algo que acabaría en nada». Con su despedida Villanueva cerró las puertas que habían atravesado miles de clientes a lo largo de su historia y entre los que, además de García Berlanga, se encontraba de época del padre el torero Serrano, «que siempre que venía a torear a Valencia pasaba por la tienda para comprarse un hojaldre con nata». Tan arraigada tenía esa costumbre que Villanueva le puso nombre al pastel: 'Serranito'.
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La relación de Villanueva con la vida artística de la capital del Turia fue más allá del séptimo arte y el de los ruedos, venía de lejos. Cuenta Valentín que en esa calle estuvo el Teatro Apolo, donde hoy se levanta el edificio del mismo nombre, y tuvo sede la editorial Prometeo de Vicente Blasco Ibáñez. «Mi madre, cuando había teatro, se esperaba hasta que acababa la función por si había algún caballero que compraba una caja de bombones para la actriz». En tan largo viaje a través del dulce hacer artesano no faltaron las visitas del escritor valenciano Fernando Vizcaíno Casas, cuya familia, rememora Valentín Villanueva, «tenía un negocio de paraguas en la calle Barcelonina. También Rita Barberá era asidua». Además, a lo largo de la historia, desde el obrador de la calle Don Juan de Austria salieron encargos a distintas ciudades de España, en tiempos en los que como aún no se conocían las tarjetas de crédito ni siquiera se podía soñar con el 'bizum', el pago se hacía mediante talones, recuerda Valentín.
Las tartas Capuccina y Cardenal del emblemático establecimiento, que hasta que las normas se lo permitieron mostró «en banderola el nombre de la pastelería reproduciendo la firma de mi padre», expandieron la fama de esta casa de dulces que tuvo su origen en un comercio previo. «Mi padre, en sociedad con el señor Lerma, fundó una pastelería que se llamaba Lervi, de Lerma y Villanueva, en la calle de La Paz». Pero pronto, «un par de años después, dejó la sociedad y estableció la pastelería en la calle Don Juan de Austria».
El esfuerzo del padre artesano le llevó a innovar continuamente. «Trajimos la tarta capuccina a Valencia. Fue una idea de mi padre, hacer algo con yema de huevo. Le dio cien vueltas hasta que consiguió una especie de bizcocho que no llevaba harina. Sólo yema batida cuajada para luego incorporar azúcar». Y la tarta Cardenal. «También mi padre, un día de verano empezó a hacer pruebas y yo le dije 'no lo pongas rojo, que queda muy llamativo'. Pero él me dijo: 'No, no. Tiene que llamar la atención'. Le dio ese color. Tuvo éxito y muchos imitadores, pero era complicado imitarla».
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Escuchar ahora el relato de Valentín Villanueva supone descubrir que la casa estuvo siempre marcada por la exigente impronta de su fundador. «Esto de la artesanía es complicado; hay que tener muchos conocimientos, pero también gusto, tanto en el paladar como estético». Son palabras del hijo reviviendo máximas de su padre. No en vano, hasta el último día cada pastel que se vendió en Villanueva «se sirvió con blonda» y en aquellos clásicos paquetes anudados con un lazo que hablaban de la hoy casi desaparecida costumbre social de los domingos. «Antiguamente se iba a misa y luego a la pastelería a comprar el postre. Lo de la misa ha desaparecido en gran medida y lo del pastelito también», advierte Valentín con unas palabras que resuenan a sociología de lo pequeño, pero que ayudan a descubrir el gran significado de los comercios para la memoria colectiva de una ciudad.
Villanueva fue testigo de los grandes cambios. Todavía se acuerda el hijo del fundador de cuando no había refrigeradores y la única forma de mantener el frío era recurrir a barras de hielo que «se compraban en una fábrica que había en la plaza de los Niños de San Vicente». No olvida tampoco que por la puerta del bajo de la calle Don Juan de Austria, donde además de tener el establecimiento vivió la familia hasta la riada de 1957, pasaban los coches, que podían parar en la puerta». La peatonalización llegó más tarde.
En 1947, cuando todo empezó, Don Juan de Austria «tenía una población flotante de la gente que vivía allí. Había oficinas de bancos, luego llegaron más, y con posterioridad apareció El Corte Inglés. Yo he visto como hacían el pilotaje de El Corte Inglés», detalla Valentín en un relato de acontecimientos que le lleva a mantener que su establecimiento «ha sido testigo del cambio de la zona comercial, que pasó del área de San Vicente a Colón, y de cómo se hizo peatonal la calle». Bien podría decirse que ha sido parte de «un cambio muy grande» que Villanueva observó y proyectó a través de unos escaparates en los que la estética a la que tanta importancia daba el fundador llevó a diseñar espectaculares mostradores que llegaron a incluir una reproducción de La Lonja, los personajes de 'La Dama y el Vagabundo' o los de '101 Dálmatas'. El hijo, fiel a la tradición, imitó a sus progenitores, siguió sus pasos en el fino cuidado de la «decoración de los escaparates que hacía mi madre y también en los envoltorios».
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-¿Ahora, Valentín, cuando pasa usted por donde estuvo la pastelería qué piensa?-
-«Que la vida continúa, aunque dejar el negocio me supuso un cambio muy grande».
Tal vez tanto como el que el establecimiento contempló con sus propios ojos mientras Valencia se subía al tren de los nuevos tiempos.
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