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Esperanza. Emilia, recuperada en el salón de su casa. TXEMA RODRÍGUEZ

Brindar por una vida extra

Superviviente ·

Emilia, a sus 91 años, ha superado el Covid-19. El positivo trae miedo e incertidumbre. Tras tres semanas en el hospital, en la moneda salió cara

Héctor Esteban

Valencia

Sábado, 26 de diciembre 2020

El positivo por coronavirus fue para Emilia Ródenas Bonet lanzar una moneda al aire. Más allá de los síntomas, el miedo era mirar las estadísticas. A sus 91 años, cumplidos el 20 de septiembre, una infección por Covid-19 era como un boleto de lotería. Este virus es impío y más con los guardianes de la memoria. En los mayores, en aquellos que tienen más de 80 años, la enfermedad ha sido un tsunami. «Doy gracias a Dios por haberme curado», señala Emilia, elegante, impecable de peluquería y con una sonrisa que hace olvidar los días inciertos.

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El televisor del salón hace de hilo musical y en el mueble hay un montón de álbumes de fotos datados por su marido Paco, fallecido hace unos años. Ella fue maestra por oposición y ha recorrido medio mundo: Nueva York, Egipto, varios cruceros, casi toda Europa. Su esposo fue el notario de cada excursión.

91 años

tiene Emilia. En la Comunitat, el 59% de las víctimas tiene más de 80 años. En los mayores de 90, la tasa de mortalidad es del 21%, y en la franja de 80 a 89 años, del 16%. Las personas mayores son las más afectadas por el coronavirus.

El virus llegó de una persona cercana: «Me llamó y me dijo que era positiva». La noticia cayó a plomo, sin esperarla. A los pocos días de ese contacto, Emilia comenzó a tener fiebre, tos y dolor de cabeza. Una enferma de coronavirus de manual. Llamó al médico y la ambulancia se presentó en la puerta de casa. «Me asusté. Cuando te mandan la ambulancia y te vas al hospital es una sensación rara, la incertidumbre de lo que puede pasar por lo que has leído, por lo que has visto en la tele. A mis 91 años con Covid la línea del horizonte no era recta», cuenta en el sillón del sofá mientras suena el clic de la cámara de Txema Rodríguez.

Al subir a la ambulancia, la moneda seguía dando vueltas en el aire sin saber de qué lado caería. Emilia dejó su hogar para ocupar una habitación en la Casa de la Salud. Lo peor de todo, la soledad. El teléfono era el cordón umbilical con la familia. El parte del médico lo tenía que radiar ella a sus hijos. Los días ingresada, salvo alguno en el que la fiebre estuvo de vuelta, fueron llevaderos. «La verdad es que siempre tuve un porcentaje alto de saturación, que era lo que más me preocupaba», relata. La vida la chivaba un oxímetro siempre por encima del 95%. Desde el primer momento la cortisona se convirtió en el remedio. «Y eso que a mí me sienta fatal, se lo dije al médico. Pero bueno, en esta ocasión me ha venido bien. Aunque, y apunta esto que es muy importante, yo creo que como nunca he fumado ni he bebido todo ha ayudado. Es importante llevar una vida sana», cuenta.

Durante los días en planta se sucedieron las PCR. Varias hasta que una de ellas dio el esperado negativo. «Me siento muy afortunada». Tras casi tres semanas en el hospital recibió el alta. «Me dejó algunas secuelas. La tos tardó en irse pero los pies se me hincharon como una bota. Ahora ya voy mucho mejor», cuenta una vez superado el virus.

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Emilia ha sido prudente estos meses. Durante la primera ola estuvo confinada y el verano lo pasó en Chiva casi sin salir de casa. Pasear un rato por la tarde y lejos de tumultos. La casualidad le llevó el virus a casa. Ahora, pasará la Navidad en familia, dentro de las normas y con el único deseo de Reyes de que pase la pandemia. «Y me voy a vacunar del coronavirus... aunque no quiero que me pongan la rusa», ríe. Al final, la moneda al aire salió cara.

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