![Pantanada de Tous | La caseta que nos salvó de la gran riada](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202210/19/media/cortadas/pantanada-kLVC-U180431286383WtD-1800x1800@Las%20Provincias.jpg)
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«Salimos con lo puesto, ni chaquetas ni comida». Ana todavía tiene grabada la imagen de su familia recorriendo bajo la lluvia los cerca de 2,5 kilómetros que separaban su vivienda de la casa de aperos en la montaña en la que se refugiaron de la gran riada que asoló Cárcer y otras localidades cercanas hace 40 años.
Aquel 20 de octubre la lluvia no cesaba como en los días anteriores. Ana Angulo miraba con recelo desde su terraza el cauce del río Sellent que bajaba lleno. «A las ocho de la mañana les dije a mis hijas que no fueran al colegio porque el río ya estaba en el pueblo», explica esta mujer que, como el resto de vecinos de Càrcer, estaban acostumbrados a las crecidas del Sellent.
Pero aquella no iba a ser una inundación más y fue consciente cuando sobre las cinco de la tarde escuchó un gran trasiego de llamadas en el cuartel de la Guardia Civil, situado junto a su casa. «Oí cómo los guardias decían que habían recibido un aviso de que el pantano se había reventado y que había que desalojar el pueblo». A partir de ahí se desató el caos en esta pequeña localidad con cientos de vecinos huyendo hacía la montaña.
«Todos iban andando por el camino, con los niños en brazos. Parecía que huían de la guerra», recuerda Vicent que subió en coche hasta la pequeña y destartalada caseta donde varias familias, más de las que cabían en los apenas 30 metros cuadrados, pasaron la peor noche de su vida.
Ana con su marido, José, y junto a Vicent, otro vecino de Càrcer, regresan cuatro décadas después a este lugar en el que se refugiaron de la pantanada. «Pues sí estábamos altos», comentan nada más llegar los tres protagonistas de esta historia al ver a lo lejos su pueblo. «Había gente que tenía casas un poco más abajo pero vinieron aquí por miedo a que les llegara el agua», recuerdan estos tres ancianos.
La pequeña casa donde se resguardaron está situada en la partida de la Molineta. Una antigua construcción con goteras en la que sólo cabían dentro las mujeres y los niños para protegerse de la lluvia. Una caseta cuadrada con unas ventanas en los laterales que estaba llena de paja y de material para el trabajo en el campo. «Los niños dormían en los fajos de paja para no mojarse porque estaba llena de agua», detalla Ana mientras observa el estado de la casa en la actualidad. «Está todo igual, sólo han cambiado la puerta» coinciden los tres vecinos de Càrcer. Y es que la puerta primitiva de madera fue derribada por las primeras personas que, minutos antes que las familias de Ana, José y Vicent, llegaron hasta esta zona.
Durante aquellas horas de angustia, dentro de la casa de aperos se vertió sobre el agua una garrafa de un fuerte producto químico utilizado para pulverizar el campo. «Era un líquido que ahora está prohibido y al mezclarse con el agua generó un olor muy potente», comenta Vicent mientras observa cómo el interior de la construcción continúa lleno de aperos de labranza. Todos tuvieron que salir por los fuertes gases pero pocos minutos después volvieron ya que la lluvia no cesaba. Reconocen ese olor que se mantiene en esta caseta que continúa en pie y sigue siendo utilizada para guardar el material agrícola.
Entre herramientas del campo y productos químicos los niños, mojados, lloraban de frío y las madres sufrían al no poder consolarlos ya que nadie llevaba comida. «Mi hija pequeña, que iba con un delantal, preguntaba constantemente qué cuándo se iba a secar toda el agua. Muchos años después lloraba cada vez que se movían los árboles o llovía», detalla Ana.
Vivir una catástrofe natural de la magnitud de la pantanada de Tous en la que miles de personas lo perdieron casi todo puede provocar casos de estrés postraumático. «Es habitual que algunas personas tengan el pensamiento de que puede volver a pasar y dependiendo de lo limitante que sea este temor puede derivar en este trastorno», explica la psicóloga clínica del Hospital de la Ribera, Mónica Portillo. Algunos de los síntomas son insomnio, ansiedad, dificultad para afrontar situaciones vinculadas a la tragedia (en este caso ver la lluvia) o no poder acudir a lugares que traen recuerdos.
En el año 1982 no existía la misma forma de abordar este tipo de tragedias que en la actualidad, que desde el primer momento se realiza una intervención psicológica de las víctimas. Hace 40 años todo el mundo intentó seguir adelante y fue muy frecuente el uso de benzodiacepinas para superar el dolor de la pérdida.
La pantanada también provocó que se adoptaran algunas costumbres que se mantienen muchos años después, como acudir a observar el nivel del río Júcar cuándo llueve, comprar provisiones o subir los vehículos a lugares altos para evitar que sean arrastrados por el agua.
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«Los miedos se transmiten de generación a generación. Hacemos lo mismo que vemos en nuestros padres y lo repetimos», comenta esta profesional y asegura que es normal que se conserven rituales por personas que no vivieron la tragedia.
Los que sí la sufrieron en primera persona recuerdan la sensación de temor constante y, visto con perspectiva, algo irracional durante la gran inundación. En el monte de Càrcer, los hombres observaban desde la lejanía su pueblo para comprobar si el agua seguía subiendo. Ahora, 40 años después, comprueban la imposibilidad de que la riada llegara hasta aquel punto elevado desde donde se observa todo el valle de Càrcer y ni rastro del pantano situado a 25 kilómetros. Sin embargo, aquella noche no se sentían seguros. «Pensábamos que cuando volviéramos al pueblo ya no iba a haber nada», comenta José sorprendido por cómo el miedo invadió todo.
Mientras en Càrcer muchos optaron por subir a la montaña, en otros pueblos como Sumacàrcer, el primero dónde llegó la gran ola, también peregrinaron a oscuras hasta la vecina Navarrés que se encontraba fuera de peligro al estar en zona elevada. Allí los vecinos acogieron a los llegados durante días ya que la mayoría de casas sufrieron graves daños.
En Alzira la 'muntanyeta' de San Salvador es el lugar donde se refugiaron cientos de personas los primeros días de la tragedia. Tanto en los bancos de la ermita como en el exterior dentro de sus vehículos, los alcireños pasaban las peores horas de su vida. «Había gente por el suelo de la iglesia intentando dormir. Cómo estuvimos muchas horas, repartieron leche para los niños», rememora Paqui, una alcireña que pasó los primeros días de la tragedia en la ermita junto a su familia. Momentos de mucha incertidumbre en todos los pueblos afectados al ver desde las alturas el nivel al que había llegado el agua en el casco urbano y que estaba cubriendo las casas
En Carcaixent, más de 3.000 personas acudieron a resguardarse de la riada a la montaña de San Blai al estar el 80% del casco urbano arrasado por el agua. En total fueron unas 100.000 personas las que tuvieron que ser evacuadas aquel mes de octubre del 82.
A las diferentes casas de aperos ocupadas en Càrcer con el alba del día después llegaron camiones para trasladar a los refugiados hasta otros pueblos cercanos. Vicent, Ana y José fueron llevados a la Llosa de Ranes donde fueron acogidos por diferentes familias. «Todos se portaron muy bien, nos ofrecieron todo lo que tenían», comentan los tres ancianos. De allí el matrimonio formado por Ana y José se mudaron a Tous a casa de unos amigos donde permanecieron durante más de un mes hasta que pudieron regresar a su hogar.
Ana, al igual que muchos otros damnificados, perdieron el contacto con sus familiares durante el primer día de la tragedia. «Mi madre no subió a la montaña y hasta varios días después no supo dónde estaba. Íbamos al colegio a mirar la lista de las víctimas hasta que averiguamos que había sido trasladada a l'Alcúdia de Crespins» porque la Guardia Civil la rescató de una casa.
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Una prioridad cuando días después bajó el nivel del agua en los pueblos de la Ribera donde en algunos puntos alcanzó más de ocho metros era limpiar las calles para que los vecinos pudieran regresar a sus hogares que se encontraban bajo el lodo. Vicent y José acompañaban a los militares en estas tareas en Càrcer. «No se puede explicar con palabras lo que nos encontramos. Las calles llenas de barro, animales muertos y todo tipo de trastos», recuerda Vicent compungido. Los daños materiales en toda la comarca se calcula que superaron los 360 millones de euros.
15.000 efectivos de todos los servicios de emergencias se desplazaron hasta la zona de la Ribera para ayudar en la reconstrucción, entre ellos soldados de artillería y del cuerpo de ingenieros.
«Nunca volvimos a hacer algo tan duro como esto porque fue mucho tiempo sin descanso de trabajo», cuenta Vicente Brines, teniente jefe de la Compañía de Zapadores en aquellos años 80. Durante 30 días los miembros de la Unidad Mixta del Batallón de Ingenieros 31 estuvieron retirando muebles y barro de las calles de Carcaixent y Cogullada con maquinaria pesada y con inventos creados por los mismos militares. «Cuando teníamos limpia una calle, la gente sacaba más trastos y era desmoralizante», recuerda este teniente. Pero sin embargo lo que tampoco olvida es el olor a barro y putrefacción nada más llegó a Carcaixent.
Las tareas también se centraron en retirar los animales muertos y los productos perecederos de los establecimientos para evitar infecciones en la población. Así se gestó la Operación Porqui. La Unidad de Ingenieros destacada en Carcaixent se encargó de buscar los 492 cerdos que se habían ahogado en una granja y que estaban en las copas de los árboles. «Esto ya fue en noviembre y fue horrible. Luego los enterrábamos en fosas con capas de cal», explica Brines. En total, sólo en el término de Carcaixent y Cogullada se recogieron 492 cerdos, 40.000 gallinas, 1.800 conejos, 200 cabras, 42 vacas, 30 caballos y 80 perros muertos. Una gran cantidad de cadáveres que se habían extendido a causa del agua.
Durante los primeros días unas 200 toneladas de alimentos y medicamentos se repartieron entre las poblaciones más afectadas. Lugares en los que no había nada más que lodo por todas partes. La comarca de la Ribera, eminentemente agrícola, perdía toda la cosecha ese año y la crisis económica de principios de los 80 que ya azotaba al país se cebaba con esta zona de la Comunitat. La factoría Ford de Almussafes, la principal industria de la comarca, paró la producción durante varios días y el empresario más insigne de Alzira, Luis Suñer, valoró en más de 3.000 millones de pesetas los daños en sus fábricas.
Muchos de los evacuados tardaron meses en poder regresar a sus pueblos y a sus hogares que ya no eran los de antes. La tristeza en los vecinos por las pérdidas personales, en algunos casos, y materiales en cualquiera de ellos invadía todo el ambiente. Un ambiente con olor a barro y humedad que se impregnó en las paredes de las casas y en los recuerdos de todos aquellos que sufrieron la 'pantanà' del 82.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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