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Equipos de rescate en Catarroja se llevan el cadáver de una víctima. José Luis Bort

Desolación total: 155 vidas segadas por la DANA en Valencia

La dimensión de la peor tragedia de la historia de Valencia no deja de crecer y obliga a Mazón a pedir ayuda al Ejército

Jorge Alacid

Valencia

Viernes, 1 de noviembre 2024, 01:14

Valencia entera, de la capital al resto de la provincia pero sobre todo las poblaciones más golpeadas por la riada, amaneció ayer con el ánimo encogido. Con el alma en suspenso, sus habitantes contenían la respiración ante el temor de que los peores presagios se confirmaran, tanto en lo relativo a las vidas que se cobró la catástrofe del martes, como en el impacto que tuvo sobre los bienes materiales y también sobre la moral colectiva. Esos sombríos pronósticos no tardaron en cumplirse, dramáticamente: Valencia está desbordada, no sólo por el impacto de la DANA. También lo está metafóricamente. Prende en su sociedad un sentimiento generalizado de desolación, cercano a la desesperanza, que justifica la medida adoptada a media tarde de ayer por Carlos Mazón, cuando pidió ayuda al Ejército. Una medida excepcional a la altura del desafío histórico que exige el combate contra los efectos de la riada.

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Era el colofón trágico a una jornada descorazonadora. El recuento de daños, desde primera hora de la mañana, confirmaba que el mapa del horror sigue sin tener sus fronteras definidas: el espanto continúa con su mortal avance, acumulando los agravios del vecindario afectado que se considera maltratado (continúa sin funcionar el servicio de telefonía y no se restablecen las líneas eléctricas), las fatigas de quienes procuran retomar sus vidas derrumbadas a golpe de fregona, sudores y lágrimas y, especialmente, las de quienes han sufrido la pérdida de sus seres queridos: más de un centenar de personas. Una cifra demoledora y cruel.

La envergadura del apocalipsis que azotó Valencia tardará en quedar delimitada porque la cifra exacta de vidas segadas aún se desconoce, a la espera de que algún día culminen los trabajos de búsqueda de desaparecidos. ¿Cuántos son? ¿ A cuántas personas intentan localizar de momento sin éxito los servicios de rescate? Se ignora. Es un dato que han evitado compartir los responsables de las administraciones implicadas, de la central a la regional, pasando por los dirigentes de los municipios afectados, razonablemente sobrepasados por las exigencias de combatir los estragos del temporal con sus escasos medios, los propios de municipios de tamaño más bien contenido. Alcaldes y concejales de localidades como Paiporta, Massanassa, Alfafar, Catarroja, Chiva, Utiel y tantas otras bastante tienen con coordinar, junto a los servicios municipales, los esfuerzos de logística y respuesta a la crisis que les permitan ponerse de nuevo en pie. Incluido Valencia, la capital, que tiene que llorar a sus propios muertos, como los que perdieron la vida en la barriada de La Torre; un terrible hallazgo en un garaje de los cadáveres que evidencian la triste magnitud del drama.

Ninguna de esas víctimas encontrará desde luego consuelo en el mejorable espectáculo que ofreció la clase política, enzarzada de nuevo en un pulso que alejaba el foco de su discurso de lo auténticamente importante. Aliviar el dolor de las víctimas, garantizar que la ayuda del Estado socorre a los necesitados, que empiezan a dar señales de que su paciencia tiende a agotarse: no se restituyen las condiciones mínimas de normalidad en demasiados municipios afectados, generando un sordo malestar, todavía latente, que en cualquier momento puede estallar. Para sofocarlo se hicieron públicas a lo largo del día algunas medidas: Valencia por ejemplo anunció a través de su alcaldesa, María José Catalá, que regularía el agua de boca y la presión de la red para que el suministro llegue a los pueblos hermanos situados al oeste del cauce nuevo del Turia. Más de 366.000 residentes en ellos carecen de un bien tan básico.

También Carlos Mazón informó en nombre del Consell la aprobación, prevista para el próximo martes, de un primer paquete de ayudas para los damnificados. Un socorro directo, a 6.000 euros por cabeza, que integran un volumen de 250 millones donde se procurará satisfacer necesidades de todo tipo: económicas, pero también sociales (incluyendo asistencia psicológica), de arreglo de infraestructuras y de concesión de créditos a coste cero desde el Instituto Valenciano de Finanzas. El Consell además promete deducciones fiscales, en el tramo autonómico del IRPF que controla, para ayudar a los afectados, según un decreto pendiente de ver la luz que se inspira en la respuesta que mereció otra desgracia reciente, el incendio de Campanar.

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Las palabras de Mazón precedieron al cruce de declaraciones registrado poco después en su presencia en el centro operativo de l'Eliana, donde se concentran los equipos de emergencia. Apareció en primer lugar Alberto Núñez Feijóo, que expresó sus condolencias al pueblo valenciano y a continuación arremetió contra las críticas que desde el Gobierno se habían formulado contra Mazón por su gestión del desastre. Luego fue el turno de Pedro Sánchez, quien eludió entrar en el cuerpo a cuerpo con el líder de la oposición. Se limitó a ofrecer también su solidaridad con el pueblo valenciano y anunciar que su Gobierno movilizará «todos los recursos del Estado» para la reconstrucción del territorio atacado por la DANA. «No os vamos a dejar solos», prometió. Además anunció que se declarará como zona catastrófica el territorio valenciano afectado por la riada, que dejó a su paso un doble reguero de fango: por un lado, el lodazal que dominó el intercambio de pareceres entre los responsables políticos; por otro, el auténtico, el barro desde donde el vecindario damnificado intenta retomar su normalidad.

En su ayuda cuentan los afectados no sólo con su propia buena voluntad y admirable capacidad de respuesta, sino con la decisiva contribución de los efectivos movilizados en una doble estrategia: el personal de emergencia lidia ahora con la prioridad de localizar a las personas desaparecidas, pero también atiende la necesidad de ayudar en las tareas de reconstrucción de viviendas, reparación de infraestructuras dañadas, limpieza de los cauces de barrancos y de tantas calles convertidas en ríos en demasiados municipios (Sedaví, Torrent, Requena, Albal y el mismo término municipal de Valencia, sobre todo la pedanía de La Torre) que exige un despliegue insólito de fuerzas de distintos organismos, a la altura del desafío igualmente histórico que afronta Valencia.

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En total, desde que la Comunitat elevó al nivel 2 la situación se ha moviliza a más de mil miembros de la UME, cerca de un millar de guardias civiles y 1.800 policías, que desde el miércoles por la noche pueden concentrarse ya en las tareas de desescombro, claves para proseguir con la búsqueda de desaparecidos una vez que concluyó entonces una fase especialmente peligrosa de su desempeño: poner a salvo por medios terrestres y aéreos a quienes reclamaban ser evacuados desde lo alto de una vivienda o el capó de un coche. Ayer fue por lo tanto el día en que esas tareas de rescate se concentraron en localizar a las personas desaparecidas a ras de tierra. Es una conclusión sencilla, aunque trágica, aceptar que entre la maleza que arrastró la riada o los automóviles y otros enseres que se acumulan al paso de la DANA puede hallarse el rastro de todas esas víctimas cuyo paradero se ignora desde el martes. Y serán desde luego muchas, sin que pueda detallarse su número como a primera hora ya había advertido este jueves una voz especialmente autorizada: la ministra de Defensa, Margarita Robles. ««No podemos todavía precisar los datos», señaló en declaraciones a Tele 5, «pero hay muchos desaparecidos».

Su augurio preludiaba la actualización del dramático balance de pérdida de vidas humanas que se conoció horas después: nada menos que 155 muertos, una cifra que convierte esta catástrofe en la más trágica de nuestra historia. Equivale para nuestra generación al drama que supuso para nuestros padres y abuelos aquella triste riada del 57, que se cobró 81 vidas. Un drama que casi duplica el terrible resultado de catástrofes semejantes (como la de Biescas, la localidad oscense donde en 1996 la crecida de un río pirenaico dejó como balance 87 muertos) y ante el cual palidecen otras vertientes de trascendente interés que también merecen la atención informativa y de las autoridades: es el caso de la recuperación de las comunicaciones ahora mismo colapsadas, que durante la mañana del jueves ofrecieron la imagen de Valencia como una ciudad sitiada, con sus accesos por carretera bloqueados y con las conexiones ferroviarias severamente dañadas también.

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De hecho, el ministro de Transporte Óscar Puente ya adelantó a primera que no habrá trenes de alta velocidad Madrid-Valencia durante «dos o tres semanas». Un grave contratiempo que se suma a las incidencias igual de preocupantes que presenta la conexión terrestre, con problemas de gravedad en la A-3 o la pista de Silla: un punto donde el paisaje continúa siendo descorazonador, a consecuencia de que los numerosos vehículos que se accidentaron durante la terrible jornada del martes están pendientes de ser retirados del arcén o la calzada.

Una terrorífica sensación a la que contribuye saber que en medio de la desolación, junto a ejemplares muestras de heroísmo, se registran casos de saqueo y pillaje en los comercios golpeados por la riada. Hay decenas de detenidos; cuatro de ellos fueron enviados ya ayer a prisión, aunque se trata de una medida ejemplar que conspira en esa idea de pensar en Valencia como un escenario dramático, donde se suceden los síntomas de decaimiento en la moral común que se hacen más evidentes cuando cae la noche. Los municipios afectados se ven envueltos por las sombras, porque el servicio de luz todavía no se ha repuesto del todo, las conexiones telefónicas flaquean y ayudan a que reine una cierta sensación de abandono y aislamiento, como corroboran quienes han podido acercarse hasta las zonas más críticas arrasadas por la DANA, de donde llega un mensaje de horror ante el paisaje que contemplan que añade el clamor de que le ayuda llegue cuanto antes.

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Dolor por las vidas segadas, pesar infinito por las consecuencias materiales del temporal, necesidad imperiosa de volver a ponernos en pie... La sociedad valenciana sigue haciendo recuento de daños y mientras se recupera de sus heridas y recibe nuevos testimonios de solidaridad y afecto, se inspira en las muestras de arriesgado heroísmo o de compromiso con sus semejantes que se recogen desde el primer momento. No sólo a cargo de bomberos o integrantes de las Fuerzas de Seguridad; ciudadanos a título particular, con carácter anónimo, arriesgan estos días su pellejo para rescatar a sus semejantes de situaciones límite, a punto de perder la vida que salvan milagrosamente. Son escenas que prueban la buena salud cívica de nuestra sociedad y la generosidad que distingue a sus miembros, puro ADN valenciano. Pueblan las redes sociales con vídeos y fotografías cuya contemplación emociona porque hablan de historias tan magníficas como las que contamos hoy en LAS PROVINCIAS.

En su lectura puede encontrarse el combustible imprescindible para levantarnos de nuevo esta mañana, Día de Todos los Santos nada menos, porque son relatos conmovedores que servirán para revitalizar el ánimo ciudadano: apelan precisamente a ese impulso que a lo largo de la historia ha permitido reconstruirse a nuestra tierra, un propósito que será imposible de cumplir sin la ayuda adicional que encarna la solicitud del Consell al Gobierno de España para que el Ejército se incorpore a las tares y que el Ministerio de Defensa envíe «los efectivos disponibles de tierra, mar y aire para reforzar las labores logísticas y de distribución de ayuda a la población». En su mensaje, el jefe del Consell reclamaba tras haber mantenido una conversación con el presidente del Gobierno que se implante esa medida «para mejorar la coordinación operativa». También revela una medida ya acordada: «Hemos decidido que se sumará al más alto nivel desde el Gobierno el ministro (Fernando Grande) Marlaska de manera permanente al equipo de CECOPI del 112», en alusión al órgano que centraliza la respuesta gubernamental a la catástrofe: una suerte de gabinete de crisis.

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A ese organismo de coordinación dirigen su mirada los valencianos. El pronóstico del tiempo, que anuncia lluvias para este largo fin de semana, no ayudará en las tareas de reparación pero su feliz culminación, que se prolongará en el tiempo a la vista del desastre resultante por la crecida, necesita que mejore la llegada de asistencia. Medios materiales y humanos que contribuyan al esfuerzo que los damnificados ya acometen por su cuenta para despejar en la medida de sus posibilidades los nubarrones que nos amenazan. De toda índole. En el plano económico, las consecuencias de la DANA, que castigó especialmente el tejido productivo de Valencia, se dejan notar en la petición de auxilio que dirigen las empresas más afectadas. Hay quienes ya plantean ERTES de causa mayor, mientras algunos sindicatos reclaman el anticipo de salarios para sus trabajadores. Medidas que en algo recuerdan a las adoptadas con ocasión de otra tragedia reciente, la que siguió a la crisis del covid, cuando también el Ejército se desplegó por las calles de Valencia (y del resto de España, en ese caso) y se vivieron escenas muy emparentadas con las que ahora observamos: desolación ciudadana, gestos de ejemplaridad, movilización extraordinaria de recursos públicos...

La clase de medidas que, en fin, haga realidad la estrofa de nuestro himno, con la mayor celeridad posible: 'Valencians, en peu alcem-se'.

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