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Ellas se llaman Isabel, Eva o María de los Ángeles, pero podían ser usted. O yo. Pocos zarpazos democratizan tanto como el de la guerra y sus fenómenos aledaños, como la inflación, que afecta a todos por igual. Ellas han tenido que acudir recientemente al Banco de Alimentos, que ya atiende a 500 familias más que antes de la invasión de Ucrania, o a Cruz Roja, entidades que llegan donde las administraciones o no lo hacen o tardan en hacerlo. Otros recursos asistenciales, como Casa Caridad, han experimentado un aumento de las peticiones del 40% sobre el año pasado.
La crisis golpea y lo hace donde no se la esperaba. Como en la casa de Isabel, una maestra de educación infantil casada con un carpintero autónomo y con dos hijos, uno de ellos de 16 años. Vivían bien, con cierta comodidad. Pero ahora, se ha juntado que a su marido le han dado la baja porque tiene displasia de cadera con el aumento disparado de los precios. Para comprar los libros del colegio de su hijo, dado que en Bachillerato ya no funciona el banco público, ha tenido que empezar a acudir al Banco de Alimentos.
Es ahí donde cuenta su historia, ayudada por Eva, amiga suya y tanto voluntaria como usuaria de la organización que dirige Jaime Serra. Lo hace sin pizca de vergüenza, porque por qué iba a tenerla, pero consciente de la circunstancias que la han empujado a esta nave en La Pobla de Vallbona. «Yo trabajo, pero cobro apenas 700 euros, y mi marido está de baja y cobra sólo 450», comenta. Con 1.150 euros tiene que pagar hipoteca. Se consideraban clase media, pero la realidad les ha abocado a donde nunca pensaron que iban a estar. «Yo he llegado al donar al Banco», explica Isabel. «Cuando ha habido campañas de solidaridad siempre he donado pero ahora veo la realidad, que pueden ayudar a gente que lo necesita», asegura.
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Una vez al mes acude a la nave para recibir leche, arroz, tomate frito, galletas, productos no perecederos, legumbres, algo de fresco, yogures... Ellos tienen que acudir al supermercado, claro, como todos, para conseguir fruta, verdura, carne, pescado o productos de higiene. Y «con la luz no salen los números, hay que pagar también la hipoteca», lamenta Isabel. Son historias que conocen en el Banco de Alimentos, donde Eva, antes de contar su historia (discapacidad derivada de un cáncer, dos hijos en casa, más tristeza que Isabel), explica que atienden a unas 500 personas más que antes de la crisis.
«La situación es tan acuciante que antes entregábamos de lunes a jueves y ahora de lunes a martes de la semana siguiente, con un día sólo para refugiados ucranianos», asegura. Como esas dos mujeres con las que la comunicación es imposible, a las que intentan hacerles entender que deben traer el coche para cargar el carro. El «español gritado» tampoco funciona.
Estas dos personas pertenecen a ese colectivo cada vez más numeroso, los refugiados ucranianos, que acuden a estos centros. Son, de nuevo, personas que nunca pensaron verse en estas circunstancias, familias de clase media abocadas a huir de su país que terminan con carros repletos de alimentos rotulados en un idioma que no entienden a miles de kilómetros de lo que conocen.
O Cruz Roja, claro, que trabaja con personas derivadas de los servicios sociales. Es el caso de Mari Ángeles, una vecina de Paterna que ha tenido que acudir por primera vez este mes a Cruz Roja porque acaba de separarse. Los problemas económicos son acuciantes y los servicios sociales municipales ya tramitan ayudas para la luz y el agua tras ofrecerle una ayuda para alimentos. Cruz Roja, por su parte, hace lo propio con ayuda escolar y orientación laboral. Desde la sede en Paterna, a Mari Ángeles le van a facilitar cursos para reorientación laboral, aunque la inflación demuestra, mes a mes, que trabajar y tener una nómina no es garantía de ser autosuficiente.
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La conocida como ONG del pueblo valenciano, Casa Caridad, también trabaja para ofrecer cada vez más atenciones. Según los datos ofrecidos por la misma entidad, las atenciones han aumentado un 40%. En el año 2020 Casa Caridad atendió 2.504 personas diferentes, mientras que en el año 2021 este número aumentó a 3.378 y con fecha de julio de 2022 la cifra ya era de 2.159. Además, el pasado año se entregaron 14.449 carros de alimentos frescos y no perecederos, y otros artículos de higiene, a un total de 1.846 personas diferentes en las instalaciones de Petxina, mientras que en 2020 fueron 600. Casa Caridad también ha repartido cheques de supermercado para adquirir alimentos frescos y perecederos como verduras, fruta, huevos, carne o pescados. El objetivo es que todas las personas tengan acceso a una nutrición equilibrada. En 2021 se han repartido 2.242 de estos cheques.
Los datos son elocuentes. En julio de 2021 se atendieron a 770 personas, mientras que un año después esa cifra escala hasta las 1.076. El estudio mensual de las atenciones desvela que desde febrero superan con facilidad las 1.000 al mes, una cantidad que no se alcanzó en todo 2021. Junto a este crecimiento, también se ha detectado un importante aumento de las donaciones. En La Pobla de Vallbona, así lo reconoce Eva: «Las empresas se están rascando el bolsillo. Y cada vez viene más gente normal y corriente que cree que tiene que ayudar y cuando hace la compra viene y nos deja algo. Nosotros estamos agradecidos por lo que cualquiera pueda aportar», asegura. En Casa Caridad, aunque no disponen de datos porque los recogen a año cerrado, explican que en en 2021 acabaron con 4.126 socios y 3.408 donaciones, explican fuentes de la ONG del pueblo valenciano, que siempre saca a relucir su carácter solidario cuando se necesita.
Con una inflación disparada por encima del 10%, la previsión de las organizaciones es que la cuestión se complique de cara al invierno, cuando la crisis energética golpee con fuerza los hogares. Será entonces, cuando cueste encender la calefacción, cuando se espera el mayor estrés para los recursos asistenciales. Isabel lo recibirá con una sonrisa, como la que tiene durante toda la entrevista. «Soy optimista por naturaleza», dice. No es mala manera de afrontar la situación.
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El Arzobispado informó este domingo que el aumento de precios de la cesta de la compra, fundamentalmente en alimentos y productos básicos, está incrementando la petición de ayuda en el proyecto «Tocan a mi puerta», creado por la parroquia de San Miguel de Soternes de Mislata, y que beneficia a 225 familias.
«Hay un aumento de la peticiones de ayuda sobre todo de personas que tienen trabajo pero no pueden llegar a cubrir los gastos de alimentación», señaló el párroco Olbier Hernández. «Hasta ahora vivían normalmente pero ahora, aún trabajando, no llegan a asumir los gastos de alimentación y están mal alimentados porque han de pagar el alquiler, los recibos de agua y luz», indicó.
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