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daniel guindo
Domingo, 26 de diciembre 2021, 01:19
La Comunitat arrancó el año sumida en una escalada de contagios que dejó al borde del colapso a los centros sanitarios. Y tras los vaivenes del ejercicio, con un amplio valle primaveral de positivos en el que se aliviaron las restricciones, lo termina de la ... misma forma, otra vez con una cifra de nuevos casos diaria disparada por la llegada del frío, por la relajación de las medidas de precaución y por el aumento de las interacciones en espacios interiores sin una ventilación adecuada. En esta ocasión, sin embargo, la región cuenta con el arma de la inmunización colectiva con la que trata de evitar el caos sanitario pese a que la vacuna no ha conseguido, por el momento, cortar las cadenas de transmisión. La gravedad de la infección, por contra, sí se ha desplomado, lo que permite mirar hacia 2022 con respeto, pero también con relativo optimismo.
La factura que el Covid-19 ha dejado en la Comunitat en 2021 es desorbitada. La autonomía cerrará el ejercicio con cerca de medio millón de valencianos contagiados (alrededor del 10% de la población) y una cantidad de fallecidos por el virus que superará en más de un centenar los 5.000 decesos, cerca de una quincena de media cada día. Y lamentablemente podrían haber sido más, puesto que en los hospitales valencianos el personal sanitario ha atendido este ejercicio a cerca de 26.000 infectados por Covid que requerían asistencia especializada, un 38% más que los 18.715 del año anterior. De ellos, casi 3.000 se debatieron entre la vida y la muerte en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), lo que llevó al límite a estas salas especializadas, según los datos proporcionados por la Conselleria de Sanidad a LAS PROVINCIAS. Desde que el virus irrumpiera en la región en febrero de 2020 han pasado por los centros hospitalarios valencianos cerca de 45.000 pacientes afectados por Covid y alrededor de 5.300 de ellos han precisado de atención en las salas de críticos.
El grueso de estos enfermos fueron atendidos en la tercera ola, la más intensa y mortal de las acometidas de la pandemia y con la que la Comunitat despidió 2020 y dio la bienvenida a 2021. El 1 de enero la autonomía comenzaba el nuevo año con unos 4.000 contagios diarios y unos centros sanitarios ya tensionados con cerca de 2.000 pacientes Covid, casi 300 de ellos en la UCI.
Las celebraciones navideñas, pese las restricciones que imperaban en aquel momento (límite de comensales, toque de queda y cierre perimetral), dispararon los contagios hasta las tasas más elevadas que la región ha registrado en toda la crisis sanitaria y con picos que superaban los 10.000 positivos diarios. Con la transmisión del virus totalmente descontrolada, el caos no tardó en adueñarse de los centros sanitarios. Los hospitales llegaron a atender a la vez a cerca de 5.000 contagiados (4.777 se contabilizaron el 24 de enero, el pico más alto hasta ahora) y las UCI se desbordaban con casi 700 pacientes críticos (670 el día 30).
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La situación llegó a tal extremo que cualquier espacio que reuniera las mínimas condiciones se convertía en salas para atender a enfermos que necesitaban cuidados intensivos. Quirófanos, salas de reanimación y hasta habitáculos con toma de oxígeno se pusieron a disposición de intensivistas, anestesistas y especialistas en el ámbito de la enfermería para poder asistir a los cientos de pacientes a los que el Covid había llevado a una situación crítica.
Se hicieron habituales estampas en las que los hospitales instalaban camas en cafeterías y hasta capillas debido a la cascada de pacientes, como en Alcoy y Elche, y el sector privado tuvo que asumir a buena parte de los enfermos no Covid que requerían atención inmediata. La Administración autonómica se vio obligada a recurrir a instalaciones provisionales acondicionadas momentáneamente para ingresar a pacientes, como uno de los viejos edificios del antiguo hospital La Fe de Campanar. Incluso se llegó a hacer uso de los hospitales de campaña pese a que no reunían las condiciones de comodidad necesarias en días de viento o lluvia. En el caso del de Valencia, y tras una noche para olvidar, los enfermos fueron reubicados en otro emplazamiento.
El presidente Ximo Puig descartó ayer que se vayan a aplicar las restricciones «duras» que se implementaron hace un año, ya que a día de hoy «no estamos en las mismas condiciones» pese al incremento de los contagios y las hospitalizaciones y la aparición de la variante Ómicron, en gran parte a causa de la vacunación, por lo que ha apostado por acelerar este proceso. El 75% de los escolares de entre 8 y 11 años ya ha sido inmunizado.
Una prolongada desescalada permitió que entre marzo y junio la Comunitat viviera un respiro y se ilusionara pensando que lo peor había pasado. Pero la llegada de las vacaciones escolares y los viajes de fin de curso supusieron el pistoletazo de salida para una nueva explosión de contagios, que marcaría el pasado verano y que no se amortiguaría hasta que niños y adolescentes volvieron a unos centros educativos que, a la postre, se han erigido como uno de los lugares más seguros para los menores.
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Pero 2021 también ha sido el año de la vacuna, aunque los primeros pinchazos, aquellos que llenaron de esperanza a una población desesperada, llegaron durante los últimos días de 2020. Batiste Martí, a sus 81 años, fue el primer valenciano en recibir su dosis aquel 27 de diciembre (mañana se cumplirá un año) y, desde entonces, algo más de 4,1 millones de residentes en la Comunitat se han inmunizado con los antivirales. Y no han sido más por los negacionistas, por aquellos que por miedo han decidido esperar más tiempo y por el retraso en la aprobación de la vacuna pediátrica.
La actuales vacunas, con una implantación de más del 90% en la Comunitat, no han logrado dotar a la región de inmunidad de rebaño. Por eso, para el Sindicato de Enfermería Satse «la respuesta a la infecciones víricas transmitidas por la vía aérea que se extienden rápidamente por todo el planeta debe ser global». Sin embargo son las medidas locales, como el pasaporte Covid, las que han logrado incrementar la inmunización pese a la falta de personal.
La administración de dosis arrancó en las residencias de ancianos, sin duda los emplazamientos más castigados por un virus que siempre ha atacado con más virulencia a mayores y personas con su inmunidad comprometida, bien por la edad o por alguna patología previa. Y prosiguió con el personal sociosanitario, el más expuesto a los contagios, y por los grupos de más edad. Miembros de las fuerzas de seguridad del estado y personal docente también recibieron su dosis, aunque tuvieron que sobreponerse al sobresalto de ver cómo paralizaban su inmunización con AstraZeneca después de que relacionaran varios casos de trombos con este antiviral. La vacunación no avanzaba al ritmo esperado por la falta de viales aunque progresivamente fueron creciendo los envíos hasta que fue necesaria la apertura de los grandes centros de inmunización, donde se llegaron a inocular más de 400.000 dosis semanales.
«El principal problema es que hemos dejado de hacer lo que mejor hacemos: la actividad preventiva y el manejo del paciente crónico, en su evolución para evitar que agudice o ingrese, y lograr un diagnóstico temprano. La vacunación y las pruebas PCR han condicionado la respuesta a esta patología aguda y los pacientes se han sentido desatendidos», resume Javier Blanquer, vicepresidente de la Sociedad Valenciana de Medicina Familiar y Comunitaria.
La pandemia también ha destapado las carencias de un sistema sanitario público infradimensionado en recursos y profesionales –se tuvieron que contratar más de 9.000 refuerzos–. Los centros de salud han sido incapaces de mantener el nivel de excelencia en el seguimiento de los pacientes crónicos y en la detección precoz de enfermedades tan graves como el cáncer por el aluvión de pruebas PCR y control de casos y contactos, lo que ha desembocado en una sobresaturación de las urgencias hospitalarias.
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