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Shanghai-Pekín: dos horas de vuelo. Pekín-Madrid, otras 12 en el avión. El AVE a Valencia iba a ser algo menos de dos ... horas, el epílogo de las pequeñas vacaciones de Claudia y su hijo de 6 años. Pero se convirtió en una pesadilla de otras 15 horas de apagón, incertidumbre, preocupación y por qué no, algo de miedo, en una jornada inédita en la historia de España. A veces, los mayores deseos son cuestiones mundanas: «Llegar a casa y ducharme».
«Mira, es que cuando el tren se paró pensé que era una de esas incidencias que de vez en cuando ocurren». No tardó en despejarse la incógnita. «Pero la gente empezó a decir que se había ido la luz. El maquinista intervino por megafonía para apuntar que era un problema de Adif y que ya nos dirían algo». Mientras, la situación empeoraba en el interior del convoy. «Nos informan de que para ahorrar batería se va a apagar el tren». Las puertas quedaron cerradas. «Pero el calor era asfixiante». Finalmente, deciden abrirlas ante las evidentes incomodidades. «Pero no se podía bajar». Era sólo una cuestión de ventilación de los vagones. De igual modo, permitieron el acceso a los baños ante las reiteradas exigencias de los pasajeros. «Pero no había agua. Imagina el olor, todo lleno de orina».
La cafetería no tardó en colapsarse. «Por lo menos nos dieron dos botellas de agua». El siguiente paso fue el desalojo del convoy. Se hizo por vagones. El azar hizo que el tren se hubiera detenido cerca de un apeadero de Adif, un lugar donde las decenas de pasajeros aguardaron la llegada del personal de Emergencias. «Bajamos por una escalera hasta llegar a una plataforma. Allí había un vestuario y dos baños».
El escenario mejoraba parcialmente, pero la situación no era idéntica para todos. Unos disponían de cobertura. Otros incluso del acceso a programas de mensajería. Y los más desafortunados seguían a ciegas. «Yo había perdido mi tarjeta española y no podía ni enviar WhatsApp ni llamar». Todo se complicaba por momentos en aquel paraje, cercano a Castillejo de Iniesta (Cuenca). «Entonces llegó la Guardia Civil. Había gente que se había ido a hacer autostop en la autovía».
El hambre comenzaba a hacer acto de presencia. «Alguien -no sé decir quién- trajo pan y algo de jamón y pudimos hacer unos bocadillos». En ese lugar, estuvieron hasta cerca de las nueve de la noche. «La guardia civil dijo que nos acercaría al área de servicio pero sólo si alguien iba a por nosotros». El resto, debía quedarse en el tren de Ouigo.
Pero las órdenes cambiaron. El siguiente paso fue todos al área de servicio La Estrella -«nada más llegamos al restaurante no había luz»- y de allí, quien quisiera, a un polideportivo en Iniesta. Allí, su alcalde, Javier Monsálvez, uno de esos héroes de la política local, había preparado un dispositivo para atender a las familias. «Todos fueron muy amables, repartieron bocadillos, sábanas y colchones. Recuerdo que una vecina incluso me ofreció su casa».
Al final, el cansancio y el cambio horario desembocaron en el sueño, aunque fuera en aquel polideportivo de Iniesta. «A las dos de la mañana, me despertó mi hermano... Venga, que nos vamos a casa», fue lo primero que me dijo y lo primero que he recordado este martes al despertar en Valencia.
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