![La huerta de Valencia agoniza](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202105/30/media/cortadas/161053943--1968x1292.jpg)
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LOLA SORIANO
Sábado, 5 de junio 2021, 00:47
La huerta, ese paisaje que muchos han descubierto en sus paseos por espacios abiertos durante la pandemia, la misma huerta que se reivindica en programas políticos como los de Compromís, sufre cada vez más el despoblamiento. La superficie cultivada va en descenso y sin políticas reales que ayuden al agricultor a mantener un oficio milenario.
Según los datos que maneja la Cátedra de L'Horta de València de la Universitat de València, «en un siglo se ha dejado de cultivar un 40% de la tierra, sobre todo en la última mitad», explica Enric Guinot, codirector de la Cátedra y catedrático de Historia Medieval. El dato hace referencia a la huerta histórica: Valencia y 30 municipios, desde Puçol por el norte, hasta Silla, y con Torrent, Paterna y Manises por el centro.
En el caso de Valencia, el anuario estadístico municipal refleja que en 2019 son 3.021 las hectáreas cultivadas, pero en 2015 eran 3.320; en 2009 la cantidad alcanzó las 3.654 hectáreas; en 2005, las hectáreas en rendimiento eran 3.670 y en 1990 era superior, concretamente 4.429 hectáreas. El retroceso es evidente.
En un estudio de la Universitat Politècnica, recogido en el Plan de Desarrollo Agrario, se detalla que de 2008 a 2013 la superficie abandonada en Valencia y 40 municipios de l'Horta, creció de 1.263 hectáreas a 1.765. Se afirma que más del 15% de las tierras están abandonadas.
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Protagonistas de este oficio, como Onofre Cubells, presidente del Tribunal de las Aguas, explica que «cada vez hay menos agricultores porque hay que trabajar cuando el cultivo lo pide y se paga mal». Calcula que «ha bajado entre un 15% o 20% la tierra cultivada, según la acequia».
El vicepresidente Enrique Aguilar, añade que «parte del problema está en que las ayudas se enfocan al cultivo ecológico, cultivo al que apoyo, pero en realidad el 90% o 95% del cultivo es tradicional. Primero hay que salvar la huerta». Y añade que «el resto de ayudas que convocan son difíciles de conseguir».
Marc Ferri, del colectivo Per L'Horta, reconoce que «la agricultura tradicional está atravesando un momento difícil», pero añade que la ecológica «lleva 20 años creciendo y desde la pandemia más. El cultivo ecológico precisa esfuerzo, pero hay precios justos con la venta directa y el mercado de proximidad, con iniciativas como las ecotiras de contar que ha anunciado el Ayuntamiento de Valencia».
En cuanto a los huertos urbanos, Aguilar aclara que «están muy bien, pero no es la solución a la viabilidad de la huerta». Añade que «tampoco se entiende que hablen de hacer vías verdes, aprovechando los caminos rurales, porque habrá que compartirlos».
El catedrático Enric Guinot añade que «nos preocupa que esté aumentando la superficie que no se cultiva porque si se reducen las hectáreas cultivadas y no hay tierras que regar, no habrá pleitos y podría poner en peligro al Tribunal de las Aguas».
Como muestra del abandono, el Consell Agrari Municipal entre septiembre de 2020 y mayo de 2021 ha notificado a los dueños de cien parcelas de Valencia la necesidad de que las limpien y en 25 casos, casi todos en La Punta, ha acabado en sanción económica. Entre los motivos del abandono, está la falta de relevo generacional y de políticas que incentiven esta actividad, el poco precio que se paga y el impulso de infraestructuras «como el plan sur, el Ave, la ampliación de carreteras, como la V-21 en Alboraya», indica Guinot, y la línea férrea en la Punta o la Zona de Actuación Logística (ZAL).
Entre los barrios de Valencia que sufrieron un gran bocado de la huerta para construir una infraestructura se encuentra San Isidro. El plan sur, para desviar el río, les partió la huerta. «Luego se quiso impulsar un Plan de Actuación Integrada (PAI) en la calle de Pau y los vecinos alegamos. Conseguimos que se protegiera el espacio, pero llevamos esperando 20 años a que el Ayuntamiento lo reprograme y conjugue las casas antiguas con el centro cultural. En noviembre de 2019 la vicealcaldesa, Sandra Gómez, vino a verlo, pero va muy lento», indica José Luis Ceballos, de la asociación de San Isidro. Recuerda que la última cosecha de patatas en el barrio fue en 2002, en los campos del Maño y de Pisqui.
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La Punta fue otro de los barrios donde los vecinos llevaron muchos años de lucha para que no desapareciera la huerta y, más recientemente, en Malilla los residentes han sufrido su calvario. Geno Monfort explica que «mi padre era ganadero y nació en la alquería. El hombre se gastó mucho dinero para defenderse de la Ciudad del Transporte que querían hacer, pero años después unas empresas presentaron un PAI y han acabado con la huerta, han tirado las alquerías y un grupo de 90 vecinos nos hemos tenido que unir para defender nuestros intereses». Otro vecino de Malilla, José Ferrer, uno de los últimos labradores, vivía en otra alquería. «Estuve hasta última hora. Nací allí y me dio pena irme, pero no había remedio».
La huerta que va viento en popa en Valencia es Campanar, como explica el presidente vecinal, Pep Benlloch, «salvo el 2% está todo en producción».
Un tema pendiente también es salvar las alquerías y barracas de la ruina. Como explica Guinot, «en 2020 catalogamos 90 barracas en la huerta, cuando hace un siglo había más de 2.000. Quedan 30 barracas tradicionales y sólo dos, una de Pinedo y una de El Palmar, conservan el tejado de paja y cañas». En cuanto a las alquerías, afirma que en Valencia quedarán unas 50 de las antiguas.
César Guardeño, del Círculo por la Defensa del Patrimonio, explica que «no hay una labor preventiva de inspección. Las administraciones sólo actúan ante denuncias y, por ejemplo, en las barracas de Panach (Benimaclet) se ha caído parte de la fachada y la cubierta lateral y el Síndic le ha recordado al Consistorio que si los dueños no reparan, tendrá que actuar subsidiariamente».
Añade que ya ha caído parte de la alquería de Tallarrós, en Poble Nou. «En 2015 figuraba en ruinas, pero se desplomó parte antes. Lo denunciamos ante el Síndic y esperamos la resolución».
J. M. ª Zamarra y Herme Pastor
José María Zamarra y Herme Pastor se criaron en la huerta de San Isidro y ahora su sueño es volver a sus raíces, por eso, se han comprado parte de la alquería Burguet, que quieren rehabilitar y convertir en su hogar. «Me crié en la alquería Ferrer porque mi padre era el casero y vigilaba las tierras y la casa y cuando se jubiló, me compré parte de la alquería Burguet, que antes tenía adosada una ermita y una de las campanas data del siglo XVII». Su esposa, Herme Pastor, se crió en la alquería Aviñó. Ahora, «tras cinco años, en 2020 el Ayuntamiento nos concedió licencia de obras y poco a poco lo arreglaremos», explican. La ilusión es volver a la tranquilidad de la huerta. «Hay vecinos del barrio que los veo pasar y les digo que ahora han descubierto la huerta».
José Gimeno
José Gimeno está de sol a sol en sus campos de La Punta, muy cerca de la iglesia de esta pedanía. «De esta zona, soy el único agricultor que vivo de esto, ya que el resto son de autoconsumo». Explica que lleva 15 años trabajando solo esas tierras y añade que no habrá relevo generacional. «Mi hija está terminando el máster de Criminología y no queremos que se dedique al campo porque es una ruina». Argumenta que durante el confinamiento no pudo vender ni las calabazas ni cebollas. Afirma que mucha gente se acerca a la huerta con bolsas «y te cogen patatas, cebollas, alcachofas y si les pillas y dices algo se encaran. A nadie se le ocurriría ir a un supermercado, cogerlo y no pagar. Hace falta más vigilancia y respeto a los que trabajamos».
Paco y Quico Zafra
Paco Zafra trabajó como tapicero hasta que la fábrica cerró y se compró una parada de verdura en el mercado del Cabanyal. «Mi suegro era agricultor y por la tarde mi mujer y yo íbamos al campo». Paco cuenta con orgullo que vive en una barraca de Jesús Morante y Borrás, en La Punta, y tiene el campo junto a la casa. «En la barraca está el dormitorio y en la casa de al lado la cocina, comedor y otras habitaciones. Mucha gente se acerca a ver la barraca». Su hijo Quico ha continuado con la parada del Cabanyal. «La gente joven no quiere ser labradora, pero a mi hijo sí le gusta porque lo ha mamado y se ha criado con mi suegro». Las patatas, lechugas, pimientos, pepinos o tomates van directos del campo propio a la parada del mercado, más fresco imposible.
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