![Caso Maeso | Amparo González: «El caso Maeso trajo llantos y no querer vivir»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202211/13/media/cortadas/amparo-RZu6j2H979bBi3KsHTa4hpK-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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El 22 de junio de 2007, el anestesista Juan Maeso ingresó en la cárcel de Aranjuez. Un mes antes había sido condenado a 1.993 años de prisión por contagiar la hepatitis C a 275 personas –se administraba parte de los fármacos que debía ... inyectar a los pacientes y, con la misma jeringuilla y aguja, pinchaba posteriormente a los enfermos–, tras uno de los procesos judiciales más mediáticos, pero también más desgarradores, de la historia reciente de la Comunitat. Ahora, quince años después, ya está en casa, en un régimen de libertad vigilada, pero con una pulsera de control que informa si se encuentra en el domicilio asignado en el horario previamente determinado por las autoridades penitenciarias.
Han pasado más de dos décadas desde que empezaron a aflorar los primeros infectados, enfermos que recorrieron un camino tortuoso por los efectos de la dolencia y las graves secuelas que dejaba el tratamiento, por el estigma al que tenían que hacer frente a diario, por la desinformación que sufrían tanto ellos como una sociedad que desconfiaba de los contagiados, y por la incertidumbre de, si al fin, se haría justicia. Y de todos los pasos dados en este tortuoso camino fue testigo directo, y en ocasiones protagonista, Amparo González, quien fuera presidenta, primero, y coordinadora, después, de la extinta Asociación Española de Enfermos de Hepatitis C, entidad que nació, precisamente, para ayudar a los infectados por Maeso y sus familias. González empezó siendo una víctima más, pero pronto lideró la batalla de los afectados. «Y cuando se hizo justicia, yo descansé», recuerda.
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La historia de González, al igual que la de los otros 275 infectados que acudieron a los tribunales –aunque calcula que la cifra de contagiados por Maeso podría haber superado los 3.000–, arrancó en el quirófano, aunque en ese momento desconocía por completo lo que estaba por venir. «Estaba en casa, viendo las noticias en la tele, y salió que un anestesista presuntamente había infectado a personas en la clínica La Salud durante los últimos años. A la semana recibí una carta de mi cirujano para hacerme los marcadores hepáticos porque he sido intervenida por Juan Maeso. Al final me hago la prueba y me dicen que tengo anticuerpos pero no tengo suficiente carga viral para detectar el virus en sangre. En ese momento se me cae el mundo encima porque la información que encuentro por internet es poco más que me moría en cinco años», narra. Su médico de familia le dice algo parecido y que procure que sus hijas no toquen nada de su aseo personal. «Hasta que un día mis propias hijas notan que he cambiado mucho y quieren que vuelva a ser la madre que era antes». Y ahí empieza su periplo. Por el colegio de médicos, por asociaciones de consumidores, por sindicatos... «Un día, a través de un recorte de periódico, veo que hay un chico que dice que está pasando un calvario y que lo lleva un abogado. Localizo al letrado. Era Manuel Mata. Lleva el caso de dos afectados y nos anima a formar una asociación. Nos ponemos en marcha y en 1998 se forma la asociación para amparar a los enfermos de hepatitis C del caso Maeso y sus familiares».
Amparo reconoce que le cambió la vida, aunque «gracias a Dios nunca se me ha despertado el virus, por lo que me quedé fuera del proceso judicial. Pero quise vivirlo todo y sólo me faltó ponerme el tratamiento», reconoce. Hasta se quedó de nuevo embarazada. «Quise que mi niña pequeña fuera la nieta de todos los abuelos que no podían llevar una vida normal. Durante los tres primeros años mi hija tuvo los anticuerpos, pero era la forma de decirle a la gente que se podía hacer vida normal, llevando un control y un tratamiento».
De esta forma, se convirtió en una especie de guía para los afectados. «Pensaba en la gente mayor y cómo podía llegar a tener toda la información necesaria. En que, una vez diagnosticados, no les concedían préstamos, ni hipotecas, ni seguros médicos. En trabajos en piscinas fueron despedidos, aunque por meterte en una piscina no contagias, porque la hepatitis C se transmite sólo por la sangre. Me daba cuenta que todo lo que yo conocía había que hacérselo llegar a esas personas y la forma era montar una asociación», lamenta.
«El tratamiento tenía unos efectos secundarios tan tremendos que la gente lo dejaba porque pensaba que se estaba muriendo, y lo que pasaba era que se estaba curando. El tratamiento aumentaba las dolencias que ya tenían, las parejas se rompían porque las personas era llorar, no querer trabajar, no querer vivir porque pensaban que se iban a morir. Había personas que abandonaban a sus parejas por miedo a ser infectados o porque no aguantaban esa depresión. Era 24 horas contándote sus problemas. Me puse en contacto con los laboratorios que tenían el tratamiento y me financiaron tener un local y trípticos. Luego Sanidad nos dio una subvención para contar con psicólogos y una trabajadora social».
«Si eran derivados a los hospitales tenían tratamiento, pero eran súper agresivos. Se caía el pelo, problemas psicológicos, delgadez, no comían, picores en el cuerpo... agravaba otras dolencias. Si la gente lo aguantaba tenía una posibilidad del 50% de negativizar y quedarse con las secuelas, pero el que no lo aguantaba o no respondía al tratamiento derivaba en una cirrosis, un trasplante hepático o la muerte», detalla. «Cuando los profesionales les ofrecían tratamiento, a los pacientes les daba miedo los efectos secundarios y lo rechazaban. Los especialistas los remitían a la asociación para que les acompañáramos y no lo abandonaran. A los abogados les decíamos las pruebas que debían aportar los enfermos. Salíamos a la calle, en los medios, recogíamos firmas... Parecía que nunca iba a llegar el proceso judicial», rememora.
Amparo recuerda algunos casos dramáticos, como el de una mujer, empresaria, que «le afectó mucho que Maeso estuviera en la calle y con sueldo, eso la llevaba a la desesperación y a tener muchos problemas psicológicos. Tuvo que dejar su trabajo y su marido también para poder estar con ella... Se presentaba todos los días en el juzgado y se intentó suicidar tres veces, pero lo consiguió cuando Maeso fue condenado. Cuando hubo justicia dijo que ya no quería vivir más porque había hecho sufrir mucho a sus hijos y a su marido», recuerda visiblemente emocionada.
Los afectados «lo llevaron fatal, no salían a la calle, no querían comer, dejaron el trabajo, había gente que tenía que pagarse su medicación y los psicólogos. Veía su decadencia día a día y con el paso de los años era peor. Cuando se estaba acercando el juicio la gente cogía depresión porque tenía que ponerse delante de él, verle la cara, decirle por qué yo, porque si entré a curarme un mal menor tengo una bomba de relojería dentro del cuerpo. Tuvimos que prepararles psicológicamente».
Y llegó el momento de conocer el fallo judicial. «Sólo se oyeron gritos y llantos. Tenía que estar fuerte para abrazar a señoras que se me caían. No era alegría, era una sala llena de sentimientos, de muchas lágrimas derramadas. Y te ibas a casa vacía. Bien, se le ha condenado, ¿y ahora la vida cómo sigue?, ¿de verdad les van a indemnizar?, ¿y para qué vale para los que han perdido la vida o la van a perder?».
A partir de ese momento, y una vez abonadas las indemnizaciones (más de 20 millones de euros), los esfuerzos de Amparo se centraron en atender, en general, las necesidades de los enfermos de hepatitis C, hasta que un momento dado «mi familia me requiere, psicológicamente estoy agotada y fallece mi padre. Se me cae el mundo encima». Así, dejó la asociación y poco después se disolvió.
Sin embargo, la historia perdurará. Amparo, aficionada a redactar un diario, escribió un libro: 'Caso Maeso: La sentencia sanitaria del siglo'. «Basado en hechos reales desde los años 1996-2009. Está narrado en primera persona y cuenta una situación real y palpable». «Mi persona parece estar situada ante un transcriptor policial o judicial, pero más parece un desgarrador grito, mesurado y pausado, ante los medios de comunicación, la sociedad, mi familia, mis amigos, es más, es mi grito desgarrador con la ternura y la alegría del final de la pesadilla», un hito en la historia valenciana y nacional. La obra, aunque pendiente de editar, ha contado con la colaboración de Duguid Char Quiroz.
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