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Salvador Escrivá restauraba vidrieras de iglesias y catedrales, y desde el taller de Catarroja, con su madre y un pequeño equipo de especialistas, recompuso los vitrales de multitud de templos y otros edificios emblemáticos. En 2002 fue llamado a participar en la restauración del Palacio de la Exposición de Valencia, donde, además de las vidrieras, le plantearon el reto de hacer lo mismo con los mosaicos Nolla del suelo. Eran 150 metros cuadrados, Salvador tenía 24 años, su ayudante 21, no tenían ni idea para empezar con aquello, pero lo tomó como una obligación y se echó adelante. Indagó, fotografió minuciosamente los mosaicos, desmontaron 83.000 piezas una a una, encargó a un amigo delineante que trazara los 'planos' para recomponer después adecuadamente los dibujos, tesela a tesela; lo montaron todo sobre mesas, en pequeños conjuntos de 40 por 40 para facilitar la colocación final... y quedó todo tan bien, todo el mundo tan complacido, que lo que empezó siendo un desafío con incertidumbres ha acabado marcando su actual trayectoria artesanal.
La crisis arrumbó con los pedidos de restauración de vidrieras porque la gran mayoría dependía de concursos oficiales que pasaron al desván; las arcas públicas menguaron y las restauraciones previstas se cayeron de los presupuestos. Pero entonces comenzaron a reclamarle para restaurar mosaicos Nolla. Sobre todo desde Barcelona, donde son numerosísimas las casas modernistas que lucen suelos fabricados por aquella industria de origen catalán que se instaló en 1860 en la población valenciana de Meliana, donde pervivió hasta 1970 y donde aún queda en pie el 'Palauet de Nolla', en cuya restauración también ha participado Escrivá.
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Aquel inicio del Palacio de la Exposición le valió para que corriera la voz en el sector. A partir de allí comenzaron a llamarle arquitectos, constructores, restauradores de otros materiales y particulares que tienen necesidad de recomponer mosaicos Nolla. El 'doctorado' le llegó al encargarle nada menos que la restauración de los suelos del Ayuntamiento de Meliana, donde conoció a Vicente Ruiz, investigador local, gran apasionado de la historia de Nolla, que le ayudó con sus aportaciones de catálogos originales, diseños y fotografías de época, técnicas 'mosaiqueras', materiales, etc.
La disponibilidad de material original es prioritaria para afrontar restauraciones. Hablamos de piezas, de teselas, porque para reconstruir y sustituir hay que desmontar, y ahí surgen piezas deterioradas que hay que cambiar por otras iguales. Aquí entran en juego los almacenes de derribos, a los que acude Salvador a buscar y comprar. Muchos ya le llaman para venderle, pero cada vez escasea más este producto porque se extienden normas de protección del mosaico Nolla, que es muy estricta en Barcelona y ya rige en Madrid, Valencia... De modo que ya no se quita este mosaico y es obligado mantenerlo, por lo que Escrivá (@mosaiconolla) ha tenido que ponerse a elaborar piezas nuevas como lo hacían los antiguos operarios de Miguel Nolla.
Como el taller de vidrieras de Catarroja se quedó pequeño, adquirió un antiguo y precioso almacén modernista en Sumacárcer, que también está restaurando. Data de 1922, fue del Conde de Torrefiel y albergó desde un almacén de naranjas hasta un cine. Allí aglutina el material y recompone los mosaicos que se han de colocar en cada sitio. Primero se desmonta todo, se lleva a Sumacárcer, se limpia cuidadosamente, se contabiliza lo que hay, se empieza a montar sobre rejillas (para unir las teselas y transportarlas en bloques), y se elaboran las piezas que falten con las técnicas que empleaba Nolla: el mismo material cerámico, los colores precisos, la prensa hidráulica manual, el horno a la temperatura requerida... para lograr la gran dureza y perfección que definen la reconocida calidad de este mosaico.
Y hasta este almacén-taller de Sumacárcer, asomado a los naranjos del valle del Júcar, donde revive ahora el mosaico Nolla, acuden arquitectos, constructores y personalidades que reconocen la labor de Salvador Escrivá y requieren sus servicios para afrontar nuevas restauraciones.
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Lucas Irigoyen y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Patricia Cabezuelo | Valencia
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