El maleficio del pasado
OPINIÓN | SOMOS FUTURO ·
«Suponer que la CV que habitamos -la que nos desasosiega y ofusca- posee algún futuro es de un optimismo histórico abrumador»JESÚS CIVERA | PERIODISTA
Domingo, 27 de marzo 2022
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OPINIÓN | SOMOS FUTURO ·
«Suponer que la CV que habitamos -la que nos desasosiega y ofusca- posee algún futuro es de un optimismo histórico abrumador»JESÚS CIVERA | PERIODISTA
Domingo, 27 de marzo 2022
La tribuna de Opinión de LAS PROVINCIAS se abre los lunes a firmas ilustres de otros medios de comunicación, que aportan su particular visión sobre el futuro de la Comunitat Valenciana. Este periódico refuerza así su apuesta por la pluralidad sin perder nunca de vista sus señas de identidad.
Me pide Jesús Trelis un artículo sobre el futuro de la Comunidad Valenciana (CV). Es un encargo suicida, como bien sabes, dilecto director. Entre otras cosas, porque esta CV no tiene futuro. Los directores de periódicos suelen 'encargar' muchas cosas al día, una porción de las cuales pertenece a la esfera de lo imposible. Suponer que la CV que habitamos -la que nos desasosiega y ofusca- posee algún futuro es de un optimismo histórico abrumador. Ni Marx ni nuestro señor Jesucristo, en sus diversas funciones redentoras, se hubieran atrevido a tanto. Digámoslo ya: la CV no puede deslizarse por el futuro porque sobrevive aplastada por su pasado. Un pasado tan enorme, tan avasallador, tan opresor, tan narcisista que apenas permite abrir algún resquicio para que escape un hálito de futuro. Cuando el futuro, por alguna chaladura histórica incontrolable, logra liberarse y burlar esa humillante tiranía, su naturaleza es tan común y tan carente de épica que parece un futuro en deconstrucción, como una paradoja de Derrida o una tortilla de Ferrán Adriá, de esas que se degluten por piezas.
Uno de esos fragmentos de futuro se emancipó en la Transición, donde hubo muchas ansias colectivas, como si la Primavera de Praga se hubiera trasladado aquí, y otro se posó en la rápida modernización que protagonizaron Lerma y sus boys (unos boys que mayormente cultivan hoy flores o se dejan cultivar por ellas). También en siglos anteriores, una chispa de luz cubrió nuestro Quatrocento, donde el esplendor valenciano dicen que se ataba con longanizas. Después de esos episodios efervescentes, el pueblo valenciano regresó a lo que mejor sabe hacer, que es lo que ha hecho durante toda su existencia: vivir -si le dejan en paz las instancias oficiales-, despreocuparse de las aspiraciones colectivas y pelearse con el vecino de la huerta de al lado. Como ya teorizaron padres de la patria como J. F. Mira y Joan Fuster, entre otros, el vecindario de aquí se dedica a ir a la suya, en una especie de anarquismo de la cotidianeidad solo impugnado por la celebración de una fiesta, el único «proyecto común» que hace unir a la tribu. La caracteriología valenciana es tan líquida, por decirlo a lo Bauman y demás compañeros mártires, como la horchata y el legendario mar que baña nuestras costas, mar de mudanzas infinitas, al igual que el paisanaje, ya lo enseñó Ausiàs March: «bullirà el mar como la cassola en forn, mudant color e l'estat natural».
Opinión | Somos Futuro
¿Futuro? València y futuro son términos antitéticos, una ecuación insoluble. De lo que goza la CV es de una cantidad insoportable de presente, nunca se acaba el presente, es como una enfermedad crónica, y cuando ese presente intenta invadir una pizca de futuro (el parque tecnológico, el impiva, las líneas industrializadoras, del PSOE; la sociedad del ocio, del turismo y los eventos, del PP), entonces el otro partido arrumba la aspiración tras castigarla entre acusaciones. De modo que es natural que el germen del futuro se deje narcotizar otra vez por el pasado y regrese a él como un bebé vuelve la teta materna, aterrorizado ante una realidad intimidadora y acoquinante. Y así, una tras otra. Es un pasado que lo envuelve todo, como esa niebla venenosa de Stephen King, y que va del Micalet al Palleter (una figura antiliberal, retrógrada), del padre Rico al canónigo Calvo (un asesino en masa, 400 franceses asesinados en una noche), de los milagros de Sant Vicent (el de Morella es delicioso, ese niño al que casi se comen y resucita después enterito), a Vives y Mayans (fenómenos raros, la verdad), y aún está la Monarquía de Sagunto (los alfonsinos Cirilo Amorós, Navarro Reverter o Campo, que eligieron la clave secreta «las naranjas en condiciones» para que Campos viniera a dar el golpe), y el maestro Serrano ('La reina mora'), y las Germanías y Vicente Peris, y la lugarteniente Germana de Foix, y el patriarca Ribera, ay! el patriarca Ribera...
Es decir, que los contrarreformistas han vencido a los reformistas, los conservadores a los liberales, la autarquía al librecambio, la superstición a la ciencia, los religiosos a los laicos: el desastre es conmovedor. Y no ha habido manera de desmitificar un imaginario que ha manufacturado una realidad como muy poco real, colonizada por las resignaciones legendarias e incapaz de inocular sangre transgresora y burbujeante. O de inocularla en contadas ocasiones. Por eso, hablar del futuro de la CV -y el futuro ha de ser colectivo- es hablar de una aflicción. Que el futuro se las apañe. Total, para qué necesitamos un futuro. Como decían los sesentayochistas, «lo queremos todo, pero lo queremos ahora».
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