BELÉN HERNÁNDEZ
Lunes, 10 de enero 2022, 00:48
Tic, tac. Tic, tac. El segundero del reloj no se detiene por nadie. El paso del tiempo no tiene piedad con aquellos adolescentes que se dieron de bruces con la etapa adulta. Una transición interrumpida y desnaturalizada como consecuencia de la pandemia. Muchos soplaron ... las velas de los veinte durante el confinamiento. «Fue brutal cambiar de dígito. Me vi camino de los treinta», confiesa la estudiante de Derecho Carolina Torres, vecina del barrio de Campanar. En vísperas de los exámenes finales, la joven habla justo antes de comer. Uno de los únicos momentos en los que se permite parar y tomar aliento.
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Carolina es una de los 252.181 jóvenes de entre 18 y 22 años a los que la pandemia ha puesto el reloj a cero. A los que el Covid ha borrado una parte vital de su vida. Chavales que gritan que ellos son más que botellón y pasotismo. Que ellos son futuro. Y LAS PROVINCIAS les da voz. A la nueva generación de adultos le chirría el lema «la universidad es la etapa más bonita de vuestras vidas». La estudiante no sabe qué hacer con todas las conversaciones que no ha tenido con sus compañeros de clase. Tampoco con las reuniones sociales para celebrar el fin de exámenes que no se han llevado a cabo estos últimos cursos. «Sólo fui a las primeras paellas universitarias, el resto las cancelaron», recuerda.
La joven no procesa que su etapa como estudiante llega a su fin. El confinamiento le hizo llegar a replantearse la elección de su profesión, que siempre ha sido vocacional en su caso. Con inocencia reconoce que todavía se siente una niña. «No me encuentro preparada para entrar en el mercado laboral o independizarme, que se supone que es lo que viene justo después».
La pandemia ha sido en parte una hoja arrancada en el diario de Carolina. Se esfuerza por comenzar a escribir la siguiente página sin sentir concluida su adolescencia. Como si el Covid le hubiera robado la juventud mientras escribía sus últimas líneas.
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90% El Consell Valencià de la Joventut apuntó en su último estudio que el 90% de los jóvenes ha cambiado su forma de relacionarse. Siete de cada diez ha reducido el círculo de personas con el que se relaciona. También, el 63% ha dejado de realizar alguna actividad por miedo al contagio.
Repercusiones emocionales Según el estudio citado, el agobio, el estrés y la ansiedad son los sentimientos más recurrentes de los jóvenes.
52,8% es el porcentaje de encuestados que consideran que su situación económica ha empeorado a raíz de la pandemia del coronavirus.
Un 4% ha vuelto a casa de sus padres Jóvenes que ya se habían independizado han tenido que regresar a su hogar familiar, Además, siete de cada diez creen que tendrán que retrasar su emancipación.
244% La Fundación ANAR recogió en su Informe Anual de 2020 que las tentativas de suicidio en adolescentes se dispararon en un 244% en relación al año anterior. Las autolesiones también alcanzaron el 246%. Los trastornos de alimentación se incrementaron en un 826% más que en 2019. El informe concluyó en que el Covid había generado en los jóvenes sentimientos de frustración como fruto de la indefensión y desesperación. La Universidad Complutense de Madrid dictaminó en su estudio del impacto psicológico derivado del Covid-19 en la población española que ser joven era un factor de riesgo añadido a los demás para desarrollar problemas emocionales por la pandemia.
No es la única que se siente así. Comparte que en su grupo de amigos se vivió «la crisis de los veinte». Fue chocante para todo su círculo no disfrutar de los últimos años cuando la vida parece un juego de niños. Empatiza con su hermana Alicia, de 19 años, que se vio abocada a la vida universitaria sin haber disfrutado de su graduación de Bachiller. Los billetes del viaje de fin de curso a Mallorca también se perdieron por el camino. Las fiestas ya son cosa del pasado. La estudiante de Derecho prefiere ahora invertir más tiempo en ella y estar rodeada de su familia y seres queridos. Se llama a sí misma «una nueva versión de la Carolina de 19 años que empezó la pandemia», para indicar que ahora «sabría sobrellevar mejor el confinamiento y ayudar a mis amigos» ante otra crisis.
A principios de 2020, William Aguiar descubrió que iba a ser padre a la edad de 19 años. Enseguida buscó un trabajo y un piso que comparte con su pareja y su pequeña. No fue hasta el 9 de septiembre cuando se percató de que su vida había cambiado para siempre. «Nada más cogí a Leyre en brazos me di cuenta de que tenía que madurar y ponerme las pilas». La responsabilidad le inundó. El vértigo que supone ser padres primerizos se vio agravado por el contexto de pandemia. «No pudimos recibir visitas tras el parto por el protocolo Covid. No estaban ahí nuestros familiares para enseñarnos a darle de comer o cambiarle el pañal».
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William, que trabaja como repartidor, comparte su historia el tiempo que dura su pausa para comer. De fondo, el sonido de las cacerolas en casa. Tiene que volver al trabajo enseguida. Un luchador que salvaguarda la niñez de su hija. En guerra abierta con la pandemia, le preocupa que no disfrute de su infancia. «Todo es más cohibido. Me inquieta que no pueda jugar con naturalidad en el parque como lo hacía yo cuando era pequeño». Su seriedad, propia de una persona más mayor, desaparece al hablar de su hija. «Lo más bonito que me ha pasado en la vida es que me llame papá y que me reciba cuando vuelva a casa». El amor que siente por la pequeña es tan fuerte que podría percibirse el latido de su corazón si se escuchara con cautela.
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La voz de Juan Ripoll se impone por encima del sonido del tráfico. El joven de 21 años aprovecha el descanso de su jornada laboral, de 9 a 12 horas. Estudiante de cuarto curso de International Business, realiza sus prácticas en 'Tuvalum', una empresa de compraventa de bicicletas.
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Sus aspiraciones vuelan más allá. En mayo de este año su startup 'Scuba Diving ' verá la luz. Juan aprovechó el confinamiento para estudiar la viabilidad de su negocio. Junto a dos socios de su misma edad, todos instructores titulados, organizan experiencias de buceo en las Maldivas. Sus expectativas pasan por poder internacionalizar la empresa de cara a un futuro inmediato.
El optimismo de Juan vibra a través del teléfono. Trata de explotar su potencial basándose en el autoconocimiento. El Covid le ha hecho percatarse de la volatilidad del tiempo. «Siempre he querido correr demasiado y ahora vivo en el día a día. Al igual que hoy estás aquí mañana puede ser que no», dice mientras pide un sándwich y un café. Ver que la amenaza de la enfermedad está a la orden del día le ha hecho despertar y coger impulso.
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Aunque la pandemia también ha limitado su carácter inquieto. El curso anterior se fue de Erasmus a Estonia. Un destino improvisado y que dependía de la evolución del Covid. «Tuve que hacerme unas nueve PCR para poder ir y volver de Valencia», recuerda. Entre ellas se incluyó un falso positivo que ahora le parece una simple anécdota.
Tuvo que tachar varios planes de su agenda pero nuevas aventuras le esperan a la vuelta de la esquina. Se independiza en cuestión de días junto a dos amigos gracias a sus ahorros e inversiones. «Hay que arriesgarse, si me la pego prefiero que sea aquí». Entre sus objetivos vislumbra poder mudarse a Australia cuando cumpla los 23. Aunque, como él mismo expresa con total naturalidad: «Me he dado cuenta de que me estoy haciendo mayor y todavía no tengo claro lo que quiero».
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«No entendí el valor del dinero hasta que me fui a vivir con mi novio y tuve que empezar a trabajar», señala María Navarro. Hace ocho meses conoció a su pareja, diez años mayor que ella. Empezaron a convivir casi de inmediato. «Ya había terminado de estudiar un Ciclo Superior de Educación Primaria y trabajaba de camarera en un bar de Requena los fines de semana». Hace una semana el local cerró. La pandemia, otr a vez, como culpable.Expresa su desagrado desde la habitación en la que está confinada en un piso de su pueblo. De nuevo por el maldito coronavirus.
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La desesperación inunda el tono de María. «Encontrar trabajo es muy difícil hoy en día». La joven de 22 años es pesimista. El Covid ha desgastado su economía familiar y sus expectativas. Su padre ha vivido en sus propias carnes el desgaste del sector agrícola. A su tía la despidieron después de llevar toda la vida trabajando en la misma empresa.
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«¿A mí quién me va a contratar sin experiencia?». En sus palabras hay rabia y consternación. Mandar currículum, seguir estudiando... Probó suerte en la universidad. Se matriculó en Finanzas y Contabilidad en la Universidad de Castellón. También en pedagogía de forma telemática. Ambas opciones terminaron sin convencerle de que fueran lo más adecuado. No se rinde en su empeño de buscarla estabilidad económica. Ahora se plantea estudiar una oposición para abrir sus opciones en el mercado laboral. «Hasta hace poco era muy 'jí jí, ja já'. Ahora soy consciente de la realidad», declara convencida. La pandemia ha golpeado a la juventud en todos los ámbitos, pero sobre todo en la falta de su primer empleo estable y con futuro. El Covid se ha llevado consigo gran parte de sus esperanzas. Pero el reloj del futuro de los jóvenes no deja de sonar. 'Tic, tac.Tic, tac'.
Carolina Torres, 21 años
Los exámenes finales se acercan. Torres habla poco antes de la una de la tarde. Es uno de los sus pocos respiros en cada jornada de 'codos'. Está en cuarto curso de Derecho, carrera con la que sueña desde los 11 años. Sin embargo, «en la época de confinamiento me llegué a replantear si tomé la decisión correcta», confiesa casi avergonzada.
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La pandemia puso en entredicho sus certezas. Encontrarse soplando veinte velas el 2 junio de 2020, cuando todavía imperaban las reestricciones de movilidad, fue devastador para ella. «Cambiar de dígito fue brutal. Al estar dentro de una pandemia no hubo una transición real. El paso a la edad adulta fue muy brusco. Me vi camino de los treinta».
La joven anhela las vivencias perdidas. Presentarse a una entrevista de trabajo o disfrutar de sus últimos años de universidad está entre sus tareas. «Ya no soy una niña alocada, pero tampoco me siento del todo como una adulta. Todavía no me veo en el mercado laboral e independizándome», comenta.
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La sinceridad teje sus palabras. Dulces y empáticas con toda una generación. En su alma pesa la ausencia de los días no vividos. «De encontrarnos en una situación normal hubiera estado más preparada para ser adulta».
William Aguiar, 21 años
9 de septiembre de 2020, una fecha que cambió su vida. El día en el que William conoció a su hija Leyre se dio cuenta de que nada volvería a ser como antes. «Cuando la cogí en mis brazos maduré. Me di cuenta de que tenía que asegurarme de que a mi hija nunca la faltase de nada», comparte en su pausa para comer.
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Trabaja como repartidor, lo que le garantiza un futuro a su niña. Y tiempo para ella. «Intento estar con Leyre lo más posible».
Su mayor reproche a la pandemia es que su hija no pueda jugar en el parque con la naturalidad con la que lo hacía él en su día. «Todo es más cohibido. Me preocupa que no disfrute del todo su infancia».
De no saber que William sólo tiene 21 años, su sentido de la responsabilidad haría fácilmente creer que se trata de alguien mucho más mayor. Su seriedad sólo titubea al hablar de su niña: «Lo más bonito que me ha pasado es que me llame papá».
María Sánchez, 22 años
María pelea por trabajar. Dejo sus estudios hace tiempo. No le agrada el término 'nini', ese que hoy en día representa a los que ni estudian ni trabajan. «Es muy difícil encontrar trabajo», lamenta unos días después de haber perdido el empleo que le permitía tener algo de sustento tras la barra de un bar de Requena
En la casa que ahora le sirve de 'refugio' ante el Covid, en su confinamiento, el dinero de su pareja es el único que entra. Ella no va de caprichosa. «No soy una mantenida. No le pido dinero a mis padres. Y he dejado de salir para no derrochar».
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La diferencia de edad no fue un obstáculo para estar con su chico. La independencia le enseñó que tiene que buscarse su futuro, personal y laboral. «Quiero madurar, quiero ser adulta, aunque me sigo sintiendo un poco niña. Sin estabilidad laboral es muy difícil conseguir ese objetivo». Querer es poder, pero a los jóvenes no siempre les dejan.
Juan Ripoll, 21 años
Juan hace malabares con el tiempo. Estudia cuarto de International Bussines y es emprendedor. Gracias a sus ahorros e inversiones, en cuestión de días se independiza junto a dos amigos suyos. «En la pandemia me vi a mí mismo replanteándome qué quería ser cuando fuera mayor. Pero me di cuenta de que ya lo era y me dio vértigo». El confinamiento hizo que viajar, una de sus pasiones, fuera más complicado que nunca. «Me ha limitado mucho. Me fui de Erasmus a Estonia el curso pasado». Por medio, una avalancha de test ante el Covid y papeleos. El coste burocrático de un sueño. Con multitud de planes cancelados, el joven viajó al interior de sí mismo. «Aproveché para valorar la viabilidad de mi startup que se pondrá en marcha en mayo de este año». Su app Scubadivine es el anhelo con el que se aferra a su futuro. Sumergirse en el océano de las Maldivas para brillar en el horizonte del negocio. Su reto y el de sus dos socios, internacionalizar la firma.
Juan Ripoll es optimista. Trata de explotar su potencial basándose en el autoconocimiento. El Covid le ha hecho percatarse de la volatilidad del tiempo. «Siempre he querido correr demasiado y ahora vivo en el día a día. Al igual que hoy estás aquí mañana puede ser que no».
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