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La Comunitat revivió ayer una de esas jornadas para la historia que aspira a borrar de su memoria. De nuevo, del cielo llegó una tragedia que revivió entre los más valencianos más veteranos el recuerdo de otras semejantes, como la legendaria (por lo cruel) riada de 1957, que arrasó el viejo cauce del Turia y se cobró 81 vidas. El balance mortal que dejó la dramática DANA durante su salvaje paso por la provincia de Valencia no se queda muy lejos: al menos 70 personas fallecidas, a falta de que un balance más detallado pueda modificar esa cifra al alza, en función de que aparezcan otras víctimas a quienes se sigue intentando localizar. La esperanza de encontrarlas con vida disminuye a medida que avanza el tiempo, una desoladora conclusión que convive en el ánimo de las localidades más afectadas con el impacto que deja a nivel emocional una catástrofe cuyos daños materiales serán cuantiosos y también los sentimentales: se agita de nuevo el recuerdo reciente del edificio siniestrado en Campanar, el accidente de Metro y, más remoto en el tiempo, la mortífera pantanada de Tous, que en 1982 se saldó con ocho víctimas mortales y dejó imágenes que en algo se parecen al desolador paisaje que deja esta otra riada, 42 años después.
A la espera de una evaluación más detallada tanto de daños personales como materiales, el impacto anímico con que se acuesta hoy Valencia y las localidades de su entorno más afectadas, así como Chiva y Utiel que sufren también las consecuencias de la DANA, es descorazonador. A ese factor humano aludió ayer María José Catalá, alcaldesa de Valencia, mientras visitaba los puntos más críticos de la tragedia. Un escenario apocalíptico: las escenas captadas por ejemplo en la pista de Silla, con los vehículos amontonados entre las ruinas que formaban sus desvencijados esqueletos y el lodazal, parecían extraídas de una película sobre catástrofes nucleares.
Un paisaje parecido al que ofrecía otra vía de conexión estratégica para Valencia, la A-3, colapsada por la acumulación de vehículos que hicieron imposible su reapertura. Siendo trágico el colapso que sufrió la provincia en sus comunicaciones por la Meseta, esa circunstancia palidece al lado del factor clave que mencionó tanto la propia Catalá como otras autoridades que se pronunciaron al respecto. Carlos Mazón, Pilar Bernabé, Pedro Sánchez y también el Rey Felipe VI aludieron a la terrible pérdida de vidas humanas para encadenar un sentido mensaje de dolor y, tanto en el caso del Monarca como del presidente del Gobierno, de solidaridad y cariño hacia la Comunitat. Una oleada de gestos de afecto que se extendieron por toda España y algo ayudaron a aliviar el varapalo anímico que se apoderó de las localidades más damnificadas.
De ellas llegó a lo largo del día el eco de un lamento que hizo suya toda la Comunitat. Los vecinos de Paiporta, Picanya, Albal o Sedaví, limítrofes con Valencia, se curaban las heridas y empezaban a llorar a sus muertos mientras intentaban rehacer sus vidas luego de sufrir la visita del violento temporal. Una riada imprevista, que no se detectó con la suficiente diligencia en los avisos previos desde los diversos servicios de Emergencias, y que fue colapsando un municipio tras otro mientras el agua procedente de Chiva (otra zona cero de la DANA) buscaba el Mediterráneo con una furia insólita. Los datos avalan el carácter tristemente histórico de esta tragedia: según Aemet, no hay precedentes de una acumulación de agua de lluvia tan exagerada (445,4 metros cúbicos por segundo sólo en Chiva, precisamente) desde aquella otra salvaje gota fría, la de septiembre de 1996.
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Casi treinta años después, el impacto de la riada que nos sobresaltó el martes por la noche y nos angustió también en el duro amanecer que vivimos ayer tardará tiempo en disiparse. Puede anticiparse que tendrá consecuencias de todo tipo, desde el ámbito de las compañías de seguro (son innumerables los bienes perdidos, desde vivienda a automóviles, pasando por variados enseres), la intervención de los especialistas en reconstruir el territorio damnificado (el urbano, por supuesto, pero también las infraestructuras demolidas o severamente dañadas) y, desde luego tratándose de España, las derivadas propias del debate político. Ayer, desde primera hora, ya sonaban las primeras críticas al desempeño del Consell que dirige Carlos Mazón, a quien se reprochaba su supuesta tardanza en activar el operativo de emergencias y se recordaba su decisión de suprimir cuando llegó al Palau la UME valenciana que impulsó el Gobierno del Botánico.
No sólo la escena política de la Comunitat registró el navajeo que distingue a esta convulsa época que atraviesa España. También en el Congreso de los Diputados se vivieron momentos sonrojantes, cuando el Gobierno de coalición de izquierdas se negó a suspender el pleno como pedía la oposición para que pudiera salir adelante su reforma de la televisión pública. Imágenes poco ejemplares que se solapaban con otros gestos más virtuosos. Destacados líderes internaciones y de otras regiones españolas enviaron mensajes de sentida condolencia hacia la sociedad valenciana, que se volvía a poner en pie para sobreponerse de las consecuencias del temporal y combatía de paso otros enemigos inesperados: los bulos.
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Andoni Torres
Las noticias falsas que menudearon a lo largo del día complicaron la gestión de ayuda a las víctimas y de rescate de los heridos, porque generaron una incomprensible alarma adicional, muy propia por otro lado de los convulsos tiempos que atravesamos. Las principales autoridades se turnaron en salir al paso para desmentir informaciones fraudulentas que desataron la alarma ciudadana. Luego se desvelaron inciertas, pero para entonces el daño estaba hecho: los supermercados se desabastecieron de productos, con especial predilección por las botellas de agua luego de que prendiera el rumor según el cual la del grifo se iba a cortar en Valencia y su entorno. Era mentira. Como era mentira que se fuera a evacuar los municipios más perjudicados o las noticias que hablaban de misteriosos desembalses, todos falsos, que golpearían con una saña superior a los puntos más críticos de nuestra geografía. Mentira fue igualmente que se hubiera caído el servicio que presta el 112 o el número habilitado para atender los casos de desaparecidos: desde la Generalitat y Delegación de Gobierno se insistió en atribuir los fallos que se registraban al colapso propio de los daños que provocó la riada, que todavía siguen sin subsanarse.
Estas anomalías en los servicios también contribuyó a extender el desánimo entre los habitantes de las localidades situadas en el ojo del huracán. La falta de cobertura del móvil, la imposibilidad de acceder con mercancías para reponer con productos de primera necesidad las estanterías de los comercios de municipios situados a ambas orillas de la A3 (que obligó a alimentarse de manera improvisada a buena parte del vecindario) o los cortes de luz en pueblos como Loriguilla activaron un foco de malestar que (de nuevo) dirigía sus dardos contra los responsables de las Administraciones, coordinados en una instancia que pilota el Gobierno de España para procurar la eficaz llegada de ayuda material (equipamientos para sustituir a los arrasados por el agua) y de recursos humanos: más de mil efectivos de la UME se desplegaron por los puntos más afectados de la Comunitat, junta a otras dotaciones de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y entidades de emergencias; entre ellos, 700 agentes de la Guardia Civil que protagonizaron desde el mismo martes momentos de extrema heroicidad para poner a salvo a quienes se vieron sorprendidos por la crecida de ríos como el Júcar o el Magro.
Ese ejemplar comportamiento de tantas personas fue el elemento más luminoso de una jornada muy sombría, que hizo recurrente la referencia a aquella riada de hace casi 70 años que obligó a modificar el cauce del Turia a su paso por Valencia y desviar su curso como una suerte de parapeto. Una trinchera que busca desembocar el Mediterráneo como una cicatriz que surca la ciudad de Valencia y la separa curiosamente de las localidades más golpeadas por una DANA que también remitió al recuerdo de una catástrofe ya remota en el tiempo, superada tal vez en la memoria popular: la riada que destrozó el camping de la localidad oscense de Biescas en 1996, con un terrorífico saldo de 86 fallecidos que sirve como trágico elemento comparativo con el drama que vive hoy la provincia de Valencia. Su antiguo cauce es ahora un hermoso jardín urbano, el más espectacular de su estirpe en España; el nuevo suele ofrecer un mustio aspecto, con apenas un hilillo de agua recorriendo su espinazo en demanda del mar. Nada que ver con la imagen que ofrece estos días, como si fuera un río alpino desbordante de agua, que exlica muy bien la naturaleza inédita de las precipitaciones que ahogaron a las poblaciones situadas en su orilla oeste y ayuda a entender también el colapso de las comunicaciones que se registran tanto en las conexiones por carretera como por vía férrea; en este último caso, el ministro Óscar Puente ya advirtió ayer que el enlace por AVE con Madrid tardará cuatro días en recuperarse. Plazos similares manejan los gestores de otras infraestructuras ferroviarias o de transporte público, a la vista de los daños que presentan puntos tan estratégico como la larga y triste sucesión de puentes que cayeron derribados al paso de la tromba de agua: los de Torrent, Picanya y Carlet, desplomados ante la incontenible fuerza de la tempestad que modificó de paso otras rutinas diarias en Valencia y sus alrededores.
Fueron frecuentes por ejemplo las cancelaciones de vuelos en Manises, encallaron también en inciertos puntos del camino desde Valencia hacia la capital de España viajeros que el martes querían de una a otra ciudad, se suspendieron las clases en la red escolar como ya ocurrió el martes y fueron habitualmente las suspensiones de actividades de toda índole, desde culturales a deportivas. Y se cancelaron por causas esencialmente de logística organizativa, pero también porque en el ánimo de convocantes y convocados pesaba la desolación generalizada que ayer se expandió por la Comunitat. El espíritu no acompañaba: la contemplación de tantas alarmantes imágenes y las quejas y lamentos compartidos por redes sociales o través de los medios de comunicación por quienes sufrieron el embate de la riada hizo que prevaleciera en la conciencia colectiva una enorme desazón.
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Testimonios por ejemplo como los firmados por Zhan Zhi Chen, un joven que sobrevivió prodigiosamente durante la noche del martes izado con tras personas en el techo de un camión que encontró en plena huida del desastre, en un polígono de Paiporta. «Vi cómo la corriente se llevaba a otras personas, que no sé dónde estarán», confesaba aún sobrecogido. O el de José Vicente Salas, que pasó las horas más delicadas de la riada subido a un taller que salió a su paso mientras deambulaba por Ribarroja. «Todo era incertidumbre», recordaba ayer. «No sabía que iba a pasar». Una estremecedora experiencia que resumía con palabras que podían hacer suya quienes también salvaron el trance como de milagro. Es el caso de Voro, un vecino del barrio valenciano de La Torre, que cuando arreciaba lo peor del temporal decidió salir a cuerpo hacia Valencia, en la confianza de salvar el pellejo y gracias a la ayuda de su familia, que acudió en su rescate, ahora puede contarlo. «He pasado mucho miedo», reconocía.
Sus mensajes convivían en el relato de los hechos con otros llegados desde fuentes oficiales. Al de condolencia y pésame que trasladó el Rey Felipe VI, compartido con la Reina Letizia, se unía el expresado por el presidente Pedro Sánchez, quien en una comparecencia en el Palacio de la Moncloa y prometía a las víctimas de DANA la ayuda del Gobierno de España. «No os vamos a dejar solas», afirmó. Sánchez aludía por cierto en su intervención no sólo a los damnificados valencianos, sino también a los registrados en otros puntos del país, como Castilla-La Mancha, donde se anotaron otras dos víctimas mortales. Ellas merecieron también el emocionado recuerdo del líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. El presidente del PP aprovechó para reclamar a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que la UE active «con la máxima celeridad todos los instrumentos comunitarios» que puedan contribuir a «mitigar las consecuencias» del temporal que golpea Valencia y otros puntos de España, una declaración de intenciones que reconforta pero que palidecen al lado de tanta amargura acumulada, de Sedaví a Paiporta, de Massanassa a Alfafar y al resto de municipios golpeados por el temporal, un espanto que se resumen las palabras con que un mando de la UME sintetizó su experiencia del martes: «La noche más dura y la peor intervención que yo recuerde en los 18 años de vida la Unidad».
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Patricia Orduna
Su mensaje es similar al que palpita en otras opiniones recabadas por nuestro periódico en los puntos más delicados de la tragedia. Lucía Beamud, una vecina de La Torre, participaba de su horror en estos términos tan elocuentes: «Fue visto y no visto. Veías a la gente pidiendo ayuda desde la ventana». Y María, una mujer de Paiporta, suspiraba su dolor en una frase que culmina con puntos suspensivos: «Era un día tan normal...» La normalidad arrebatada que se recuperará en una fecha indeterminada, una incertidumbre que arroja sal en la herida de quienes lo han perdido todo y a quienes añaden a esa condición de damnificados un dolor adicional, si concurre el caso de que han asistido a cómo la tragedia les arrebataba a un ser querido. A todos ellos dirigió un mensaje de cariñosa consideración el obispo Benavent, quien ofició una misa en la basílica de Valencia y lanzó estas palabras de apoyo: «Queremos manifestarles solidaridad y cercanía de la Iglesia y, en la medida de nuestras posibilidades, acompañarles y atenderles en sus necesidades».
Pero seguramente todavía no es el tiempo del consuelo. Esas palabras reconfortarán sobre todo cuando superemos la fase del duelo, esos tres días de luto que en el corazón de Valencia se ampliarán todavía unos cuantos días más. Será cuando empecemos a calibrar de verdad la envergadura del infierno donde dejaron sus vidas las decenas de personas cuyo recuerdo llama a la compasión. Los dos guardias civiles y la novia de otro agente a quienes la riada sorprendió en Paiporta y no le pudieron hacer frente. O ese pequeño de cuatro años fallecido en Sot de Chera. O los cadáveres que ayer a primera hora aún flotaban como masas anónimas por las calles de Paiporta, a la espera de ser identificados y que sus familiares puedan darles sepultura con la dignidad que merecen. Detrás de cada uno de ellos late una historia que los hacía únicos, que se pierde con su fallecimiento y reclama el reconocimiento que también debería distinguir a los protagonistas de otras historias, memorables porque hablan de heroicidad. Los ciudadanos que se jugaron la vida para salvar a otros, los miembros de los equipos de rescate que hicieron lo propio para que hoy puedan contarlo quienes han sobrevivido a un drama de talla mayúscula que tiene a la Comunitat con el corazón sobrecogido. Los más mayores de la sociedad valenciana recordarán cuando el Turia arrasó Valencia desbordado por el antiguo cauce, un triste episodio que seguramente nunca han olvidado: para las generaciones posteriores, que oyeron hablar de aquel drama sin haberlo vivido, la catástrofe del 29 de octubre de 2024 será para siempre su particular y sombría riada del 57.
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