Paula Hernández
Sábado, 19 de agosto 2023, 00:45
En pleno parque natural de la Albufera se extiende una de las pedanías más alejadas del casco urbano de Valencia. El Saler no es ... solo pueblo y costa. A su alrededor se dejan ver urbanizaciones, habitadas principalmente por vecinos de la ciudad que no dudan en acudir allí cada fin de semana y en periodos vacacionales para desconectar y sentir la tranquilidad del entorno.
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En el casco antiguo de la pedanía residen los habitantes más veteranos. Unas 1.800 personas. «Somos todos una gran familia», cuenta con orgullo su nueva alcaldesa pedánea, Blanca Vilches. Muchos de los residentes ya están jubilados, se dedican al campo, a pasear por la playa y a recordar entre amigos cómo fue su juventud. Mientras, los más jóvenes, que trabajan en Valencia, la utilizan como ciudad dormitorio.
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Entre las cuestiones a mejorar, la alcaldesa recalca la necesidad de incorporar un aparcamiento espacioso, pues es un pueblo pequeño y no hay prácticamente lugares para poder estacionar y pasar un día en la playa. Además, la reducción del parking a la entrada de la pedanía en una reciente remodelación ha supuesto la eliminación de treinta plazas, según confirma Vilches. La población se dobla en verano, lo que tampoco les hace un favor en este sentido, por lo que poder acceder a la pedanía se hace complicado. Así, Vilches asegura que este es uno de los temas claves que necesita una solución cuanto antes.
El acceso en transporte a la pedanía es también una asignatura pendiente desde hace años. «En 5 minutos pasan dos autobuses y hasta dentro de 40 no llega el siguiente», confirma Joan, un usuario habitual de la línea 24. Por eso han implementado la 'express'. Con ella se puede acceder desde el centro de la ciudad a los pueblos situados en el sur en cuestión de media hora.
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El corazón de la vida de la pedanía es su entramado de bares y restaurantes. Locales de la carretera a los que recurren ciclistas, turistas y vecinos como punto de encuentro, ya sea para probar los platos más típicos del lugar, tomar algo o refugiarse del calor. Allí también se unen amigos de toda la vida y se pueden identificar diferentes generaciones.
Próximo a la entrada de El Saler, en la avenida Los Pinares, se sitúa desde 1927 el bar Ca Teresa. Junto a Ca Pepe, también familiar, se pinta la calle de tradición. Allí acuden clientes desde que eran tan solo unos niños acompañados de sus padres. «A veces me pregunto cómo puede ser que vengan hasta en invierno, cuando el tiempo no es tan agradable», expresa Juan Carlos, responsable del establecimiento desde 1994. Su local nació como un restaurante de lujo, con la idea de ser selecto. Pero, a medida que ha pasado a manos de otras generaciones de familiares, se ha sabido adaptar a lo que el pueblo necesitaba en ese punto. Ahora es «un bar de los de toda la vida».
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Al llegar a la esquina, unos metros más adelante, se sitúa la antesala para muchos visitantes del pueblo, un edificio clásico del parque natural de la Devesa-Albufera. Se trata de la Casa de la Demanà. Fue construida en el siglo XVIII y en ella se celebraban las subastas de los puntos de caza de la Albufera hasta el pasado siglo. Hoy es una propiedad privada que espera poder dar espacio a actividades de carácter cultural y social de todo tipo, vinculadas a la actividad municipal.
Las playas son una de las maravillas de este entorno que también se han visto afectadas por el paso del tiempo. «Hay accesos a playas que han estado muy dejados durante estos últimos años», asegura Vilches. El acceso a alguna de ellas, por ejemplo, está compuesto por maderas que se ocultan cubiertas bajo las dunas y «es muy complicado de retirar».
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Gaspar, vecino de El Saler, lo tiene claro. «Si mis hijas no me llevan en ataúd a otro sitio yo nací aquí y moriré aquí», sentencia. El hombre de 79 años recuerda con añoranza las horas que pasaba en los merenderos que había repartidos por la entrada de la playa cuando era un niño.
Su padre era pescador. Faenaba en un barquito de la Albufera que era «completamente plano» y «calaba polleras» para coger sepia. Gaspar tenía 10 años cuando acompañaba a su padre a pescar y ahora lo hace todos los días para no perder la tradición. «Cargo la caña y me voy a la playa a sacar dos pescaditos que después devuelvo al mar», cuenta.
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Aquello que afirmaba la alcaldesa de que en el pueblo son todos una familia se hace evidente cuando las historias de Luis y Gaspar se entrelazan. Cuando Luis era pequeño, fue Gaspar el primero que le llevó a ver un partido de fútbol y, a día de hoy, lo recuerdan con emoción.
También recuerda cómo era ser niño en los 80 en El Saler. Cuenta que su infancia siempre ha sido «playa, naturaleza y libertad». Subirse a las barcas del puerto, perderse por la pinada y correr por la playa fue durante años su pasatiempo favorito. Asegura que los jóvenes de hoy en día «están mucho más controlados» en comparación a cómo vivían ellos cuando eran jóvenes.
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