Las fiestas en los pisos de estudiantes son un detonante habitual de tensiones en los vecindarios. Pero Elena, Laya y otra joven del mismo nombre, ... universitarias de Ontinyent afincadas en el barrio valenciano de Benimaclet, lanzan una reflexión: «Los precios están por las nubes, los salarios son bajos, no se puede hacer botellón... Al final no te queda otra que montar alguna cenita con amigos y algo de música. Somos jóvenes. Es normal y positivo que nos relacionemos». Y añaden un argumento arquitectónico: «En Valencia las paredes son de papel».
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Ellas viven alquiladas en un primer piso. Son cuatro inquilinas que se reparten por varias habitaciones y en la casa de arriba vive un hombre de 67 años ya jubilado. Es el presidente de la finca y, junto a otros residentes, se sintió agraviado: una fiesta con música en septiembre, una mancha de grasa de bicicleta en una pared recién pintada, los ensayos del grupo de música de Elena, una bolsa de basura abandonada a su suerte...
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«Todo estalló con esa fiesta» en septiembre del año pasado, recuerdan las jóvenes. A las cuatro estudiantes se sumaron tres amigos, sonaba el reggae en el altavoz, los cubatas, las risas... «Y de repente alguien empezó a llamar al timbre a lo bestia. Sin parar. Luego aporreó la puerta. Tuvimos mucho miedo y no abrimos», relatan las estudiantes.
Era el vecino, que quería llamarles la atención. «El hombre se marchó todavía más enfadado e indignado porque no le habían abierto», apunta el oficial Raúl Rubio de la Policía Local, mediador en el conflicto. El asunto acabó en la junta de propietarios y la comunidad trasladó la queja al casero del piso de estudiantes, «pero es que este señor tampoco nos hizo llegar el asunto. De alguna manera, hubo un problema de incomunicación», comprenden las jóvenes universitarias. «Realmente, no imaginábamos que la situación era tan grave».
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En otros encuentros juveniles en el piso a finales del año pasado el vecino «aún bajó dos veces a quejarse por el ruido. En una ocasión no abrimos porque sus modos nos daban miedo y la segunda vez dijo que nos iba a denunciar». El agraviado mandó un escrito al ayuntamiento y se recondujo al servicio de mediación de la Policía Local en Benimaclet. O, lo que es lo mismo, el oficial Rubio.
El agente 'pacificador' citó al hombre y a las chicas el 31 de enero. «Él quería que se marcharan del piso. Aducía que la situación le estaba afectando mucho y también a otros vecinos, pero bastó una sola sesión para entenderse y acercar posturas», recuerda Rubio. «La relación mejoró y acabamos volviendo juntos a casa después de la mediación. Fue muy satisfactorio», destacan las jóvenes.
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Y con un acuerdo bajo el brazo. Una especie de legislación con Rubio como testigo. Acordaron que, desde las 21 horas, «la música ya bajita». Y desde medianoche, «silencio total». En caso de alguna celebración especial o cumpleaños, hay que avisar.
Además, las jóvenes se encargaron de limpiar la mancha de la bici en la escalera. «¡Salió enseguida con las toallitas del supermercado!», señala la causante. Las chicas asearon el patio interior, que también era objeto de quejas. Los tambores de guerra han cesado en el edificio de Benimaclet.
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