Un vacío poblado de sombras

Las calles se volvieron oscuras y solitarias. Tristes de día, inquietantes durante la noche. De pronto, mientras el virus se llevaba cada día cientos de vidas, entendimos nuestra fragilidad, nos dimos cuenta de que ya no había planes, ni proyectos, ni cenas, ni viajes, ni conciertos. Tampoco besos y abrazos. Todo quedó suspendido en un vacío cuya sombra se prolonga en el tiempo como una fiera que pelea por no ser enjaulada. Queremos hablar siempre en pasado pero no podemos, decimos «fue» y «pasó» con la esperanza de que esta tristeza común se disipe; mientras va y viene en eso que llaman olas. Queremos expresar deseos de felicidad para el futuro, volver a donde lo dejamos como si nada hubiera pasado, mirar hacia otro lado porque tanta muerte y dolor nos desesperan.

Y a pesar de todo, seguimos. Llenamos la vida de mensajes de ánimo, luchamos en los hospitales, en las residencias, en los colegios y en los puestos de trabajo. En cada uno de los lugares que nos han sido arrebatados, con cada uno de los seres queridos que ya no están con nosotros. Es pronto para saber qué ha pasado, tal vez nunca seamos conscientes de la realidad porque creemos formar parte de una ficción cuyo guión escriben otros. El virus nos ha dejado un vacío poblado de sombras, las fotografías de un álbum que nadie quiere poseer y que, sin embargo, nunca hemos de olvidar.