Cuando se encuentra de nuevo con el agua, el lodo reseco se comba y se oscurece, se vuelve dúctil, se convierte en arcilla. Estamos en ... Catarroja, en la Ronda Nord, al lado de un barranco silencioso que hace casi tres meses desató toda su ira sobre una comarca inadvertida por todos. Llueve de nuevo, como días después de la primera dana, y el polvo desaparece. Hace frío, es un día más que desapacible. No se ve un alma en la calle. En una de las rotondas, tres coches duermen sobre la misma, elevados sobre el nivel de la calle. Parece que ha vuelto el miedo. En Benetússer y Sedaví, se lo toman de otra forma. «¿Qué vamos a hacer? Hay que seguir con la vida. Además, lo que nos da miedo es lo que pasa agua arriba, no aquí», dice Marcos, un vecino de la primera de las localidades que compra en el mercado municipal. Se empuja las gafas sobre el puente de la nariz y me atraviesa con unos ojos oscuros como el fondo del mar: «Eso lo aprendimos a las malas».
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No ha caído demasiado, pero en la zona cero quien más y quien menos siente un peso en el estómago cuando escucha llover. Muchos de ellos no pueden evitar recordar el agua que fluía con fuerza aquella noche de octubre, o el sonido del chapoteo de las botas sobre el lodo en los solitarios días posteriores. «Deberíamos haber vuelto a sacarlas», comenta una madre a su hija pequeña en Sedaví mientras cruzan una calle marrón que, con la llegada de la lluvia, ha vuelto a convertirse en tierras movedizas.
Pero si la Ronda Nord de Catarroja estaba desierta, en esta mañana de viernes no ocurre lo mismo con la avenida Camí Nou, de Benetússer, donde hay mucha actividad. Se ven paraguas, y también gente que se apresura bajo la llovizna, los hombros elevados, los ojos entrecerrados, el paso largo. Los comercios están abiertos. Los que han podido reabrir, claro. En el mercado municipal es donde nos encontramos con Marcos, y también con Teresa y Ángela, dos mujeres que están haciendo la compra. «Ay, fill, miedo a la lluvia con la edad que tenemos», exclama Ángela. Ella tiene 75 y su amiga, 77. Les digo que parecen más jóvenes y vuelven las carcajadas. «Con lo que hemos pasado, como para tener ahora miedo a la lluvia», admiten antes de perderse hacia la calle bajo el cielo nublado que se extiende más allá del mercado.
En Sedaví ocurre algo similar. En los comercios abiertos se hace vida normal. «Bueno, todo lo normal que podemos», comentan en un bar cercano a la plaza Jaume I El Conqueridor donde, por cierto, almuerzan varios militares, que seguro que exportan la tradición del esmorzaret a sus lugares de procedencia. En Sedaví, como en el resto de la zona cero, algunos vecinos reconocen ciertos nervios. «Sí, cuando ves que va a llover te pones en tensión, pero bueno... tampoco podemos pasar toda la vida teniendo miedo. Yo tengo 56 años y nunca había pasado nada así», indica un parroquiano. «Hasta que pasó, José, hasta que pasó», le añade otro. Ambos asienten y lanzan una mirada esquiva al cielo mientras en la plaza el agua repiquetea con las pesadas lluvias de una precipitación ligera. Aquel día, seguro que lo recuerdan, no llovía, pero eso no evitó que la tragedia se llevara por delante sus vidas tal como las conocían y, sobre todo, demasiadas certezas.
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