Almudena Ortuño
VALENCIA
Lunes, 13 de diciembre 2021, 00:10
Cuando Valencia era una trinchera con dos contendientes, Torrijos y Ca Sento, un alemán espigado vino a firmar el armisticio. Bernd H. Knöller inauguró El ... Ángel Azul en 1993, restaurante que posteriormente se transformaría en RiFF. A principios de los 2000, la Guía Michelin pintó la bóveda de Valencia con nuevas estrellas, como la de Alejandro del Toro y La Sucursal. Sin embargo, la única que ha perdurado hasta hoy ha sido la de Bernd, obtenida en 2009, por lo que estamos ante el chef 'estelar' más veterano. Y ante un genio alocado, con gran inquietud cultural, que tararea el relato de la ciudad.
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–¿Cuánto de importante y cuánto de romántico tiene la Estrella Michelin?
–En 2009, cuando nos la dieron, ya trabajábamos muy bien y no le dábamos importancia. De hecho, podía perjudicar a nivel de clientela, porque a los jefes de empresas no les gustaba ver a sus empleados en restaurantes de este tipo. En España está bien visto gastarse 300 euros en una marisquería pero no en un Michelin.
–En su caso, ¿supuso un antes y un después?
–Brindamos con una botella de champán, pero tampoco lo vivimos con la locura de ahora. Sinceramente, la Estrella está muy bien para el ego, pero para el negocio… El día que nos la dieron solo atendimos una mesa de dos. Aunque era 2009, y luego vino la crisis. Y seguramente habría sido más difícil de sobrellevar sin esa Estrella, porque muchos extranjeros que hemos recibido traían la Guía bajo el brazo.
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–¿Su significado ha cambiado con el paso de los años?
–Por supuesto. Sobre todo, cuando apareció la Lista de los 50 Best y empezaron a organizar fiestas espectaculares, invitando a la prensa. Antes, la Michelin no celebraba gala de entrega ni hacía publicidad de las estrellas. Y de repente, empezó a dar placas para las puertas de los restaurantes. Se convirtió en algo popular.
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–¿Y también ha cambiado el perfil de restaurante con Estrella?
–Sí, la Guía se ha abierto a lo nuevo. Hace unos años habría sido imposible que un bistró tuviese una Estrella. Pero cuando empezaron a publicar fuera de Europa, por ejemplo en Tokio, entendieron que la idea de la alta cocina francesa ya no funcionaba. Y ese fue el punto de inflexión, que también nos benefició a nosotros.
–¿Es mejor la nueva generación de cocineros?
–Ha mejorado el nivel en Europa, en España y, mucho más, en Valencia. Hace años, hablando con Ricard (Camarena), me dijo que nuestra calidad dependía del turista. Entonces estuve en contra, pero hoy le doy la razón. Los turistas elevan el nivel de los restaurantes y eso es lo que ha pasado en sitios como París, San Sebastián y, ahora, la Comunitat. La idea del lujo se ha transformado entre las nuevas generaciones.
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Uno no elige cuándo le conceden una Estrella Michelin y tampoco cuándo se le retiran. La Guía hace y deshace. Chefs como Michel Bras han renunciado a los honores y, tiempo después, han vuelto a condecorarles sin reparo. También ocurre en los fogones valencianos. Por ejemplo, es el caso de Alejandro del Toro, que ostentó una Estrella Michelin entre 2005 a 2010: hoy recuerda que la recibió con «ilusión y satisfacción», pero la perdió «con pena y alivio». «Michelin te hace esclavo de ciertos parámetros, o así era hace unos años, y llegó un momento en el que ya no me sentía cómodo en esa situación», reconoce. Puestos a elegir, Del Toro se queda con la tranquilidad familiar y el reconocimiento de la clientela.
Cuando un restaurante cambia de ubicación, la Estrella se retira y, en todo caso, se vuelve a conceder. Es lo que le pasó a Begoña Rodrigo, chef de La Salita, en la última edición de 2020. Tampoco el restaurante La Sucursal no recobró la Estrella conquistada en 2006, ni Vertical hizo lo propio con la de 2009. Ambos negocios pertenecen a la familia De Andrés. Uno de los hermanos, Javier, director de sala del grupo, asegura que no considera en su casa que la Guía sea un «condicionante» para su día a día. «Trabajamos para satisfacer las expectativas del cliente, no se me ocurre mayor exigencia», observa. «Por supuesto que recuperar la Estrella, en un momento tan vibrante para la gastronomía local, sería explosivo», añade. Conclusión: «Si no hay fuegos artificiales, tampoco pasa nada».
–¿Es más difícil lograr una Estrella o mantenerla tantos años?
–Nosotros siempre intentamos cocinar mejor que ayer, pero peor que mañana. No hago las cosas pensando en Michelin, no decido poner un plato o quitar una copa por si le gusta a la Guía. Si pienso que al cliente le va a gustar, entonces lo hago. Obviamente, me entristecería perder a Estrella, pero tampoco estoy obsesionado con la segunda, porque es un estrés innecesario. Me estresa más pagar a trabajadores y proveedores.
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