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Roca Rey, un cóndor acudió al rescate

Cortó dos orejas, abrió la puerta grande y correspondió a la expectaciónUna decepcionante corrida de Victoriano del Río condicionó la tarde de la feria

JOSÉ LUIS BENLLOCH

VALENCIA.

Viernes, 17 de marzo 2023

Corrida Corrida de expectación, corrida de decepción. O casi. Lo que iba irremediablemente para naufragio general, una concesión del presidente (la devolución in extremis del quinto) y el arranque de figura de Roca Rey, lo evitó. Ya se sabe que en el toreo las ... figuras son los que están bien cuando deben estar bien, por lo civil o por lo criminal, aquellos que sacan el amor propio y asumen su papel, algo así como de esta tarde me encargo yo o esto es cosa mía, exactamente lo que hizo el peruano que acabó salvando la tarde (o casi) y asegurando la puerta grande en una foto finish que aliviaba la desazón que nos invadía. Todos los males estuvieron forzados por una corrida de Victoriano del Río, desclasada, fea por desigual y desfondada (para que puñetas me pregunto irá tanto experto, veedores les llaman, a darles el plácet en el campo) fue un lote de toros que rompió una racha memorable de triunfos de la divisa de Guadalix en esta plaza. Había lidiado sin interrupción corridas muy completas, toros sueltos memorables, unos por encastados, otros por enclasados, otros por interesantes, otros sencillamente por bravos… por todo ello era o parecía la ganadería infalible, hasta ayer en que se juntaron todos los muermos que se le pueden colar a la sabiduría de este ganadero.

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Vayamos al principio para entender el dolor del desenlace. La de ayer era la corrida señalada, la que todos querían ver. La prueba estaba en la taquilla, cerrada a cal y canto, papel acabado días antes, atascos en la entrada, euforia general. Ese es el pulso que debe salvar la tauromaquia. Si había antis en los alrededores ni se veían ni se les escuchaba. Una gozada de previa, luego el hombre propone y el toro descompone. Es lo que pasó cuando más se necesitaba de la diosa fortuna.

El primero salió haciendo cosas feas, de corraleado o de lo que fuese, pero feas, fue el primer aviso de que aquello no estaba amarrado. Las cuadrillas tomaron sus precauciones y dieron un sainete en banderillas. Las pusieron como se fabrican, de una en una y naturalmente el respetable se mosqueó. Luego el toro embistió reservón; el segundo apenas le pudo Roca, entregó las armas y se piró de la guerra que le planteaba; el tercero no fue ni bueno ni malo ni mucho menos interesante; el cuarto no mejoró el panorama; el quinto blandeó y el usía aprovechó la ocasión para devolverlo en un intento de cambiar la suerte, objetivo que logró a medías porque el sobrero grande, mal hecho, casi quebrado de lomo, muchos kilos y poco trapío -¿Dónde están las exigencias de las figuras?) al menos se dejó hacer; y el sexto devino en un marmolillo renuente que imposibilitaba cualquier lucimiento especialmente en torero de escaso bagaje lidiador como era el caso.

A estas alturas de la crónica pensarán que aquello fue infumable, pues no, también tuvo sus cosas de mérito y torería. Me emocionó, la plaza entera se emocionó, con el quite que Pascual Mellinas, banderillero de la cuadrilla de Aguado le hizo a Viruta de la cuadrilla de Roca cuando a la salida de un par de banderillas este se trastabilló y quedó a merced del toro. Ya se sabe que cuando un torero está en suelo está en manos de Dios, de la santa providencia y en este caso la buena colocación de Mellinas que en el momento justo metió su capotillo para llevarse el toro y evitar la desgracia. La plaza entera le premió con una ovación y Viruta con un beso de reconocimiento. Que por lo menos le invite a cenar si es que no hay bautizo para celebrar el que haya vuelto a nacer.

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En Valencia a nadie escapa que un día de toros comienza mucho antes de que suenen los clarines. En esto del toro todo tiene su liturgia, de lo contrario me iría al cine, y en Fallas una buena hora para ir a los toros es a las dos en la mascletá, luego la comida, la tertulia, los amigos, los de casa y los forasteros que se sienten como en casa, el paseo hasta la plaza, las apreturas, el abrazo ¡cuánto tiempo sin verte!... ¡me alegro!... de verte claro, no de no verte. Pues con esas expectativas arrancó el paseíllo, esta vez puntual. De grana y oro De Justo, de caldera y oro con golpes de espectaculares flores, Roca; y de verde, me chivaron que verde esmeralda y oro, el sevillanísimo Pablo Aguado. Hasta ahí lo previsto, todo bonito, a partir de ahí la tarde navegó entre dos aguas, lo mismo bordeaba el naufragio general que remontaba la contra corriente que generaba un toro deslucido, otro manso, otro blandón… Con uno que se moviese nos hubiésemos conformado, pero ni eso. Pronto se puso de evidencia que aquello de la imprevisibilidad del toreo que tantas sorpresas gratas nos ha deparado en la historia, estás mismas fallas los hemos comprobado, también podía jugar a la contra y ayer era una de ellas.

El primero salió haciendo cosas feas, de corraleado o de lo que fuese, pero feas, fue el primer aviso de que aquello no estaba amarrado. Las cuadrillas tomaron sus precauciones y dieron un sainete en banderillas. Las pusieron como se fabrican, de una en una y naturalmente el respetable se mosqueó. Luego el toro embistió reservón; el segundo, apenas le pudo Roca, entregó las armas y se piró de la guerra que le planteaba; el tercero no fue ni bueno ni malo ni mucho menos interesante; el cuarto no mejoró el panorama; el quinto blandeó y el usía aprovechó la ocasión para devolverlo en un intento de cambiar la suerte, objetivo que logró a medías porque el sobrero grande, mal hecho, casi quebrado de lomo, muchos kilos y poco trapío -¿Dónde están las exigencias de las figuras?- al menos se dejó hacer; y el sexto devino en un marmolillo renuente que imposibilitaba cualquier lucimiento especialmente en torero de escaso bagaje lidiador como era el caso.

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A estas alturas de la crónica pensarán que aquello fue infumable, pues no, también tuvo sus cosas de mérito y torería. Me emocionó, la plaza entera se emocionó, con el quite que Pascual Mellinas, banderillero de la cuadrilla de Aguado le hizo a Viruta de la cuadrilla de Roca cuando a la salida de un par de banderillas este se trastabilló y quedó a merced del toro. Ya se sabe que cuando un torero está en suelo está en manos de Dios, de la santa providencia y en este caso la buena colocación de Mellinas que en el momento justo metió su capotillo para llevarse el toro y evitar la desgracia. La plaza entera le premió con una ovación y Viruta con un beso de reconocimiento. Que por lo menos le invite a cenar si es que no hay bautizo para celebrar el que haya vuelto a nacer.

El milagro del quite

El primero salió haciendo cosas feas, de corraleado o de lo que fuese, pero feas, fue el primer aviso de que aquello no estaba amarrado. Las cuadrillas tomaron sus precauciones y dieron un sainete en banderillas. Las pusieron como se fabrican, de una en una y naturalmente el respetable se mosqueó. Luego el toro embistió reservón; el segundo, apenas le pudo Roca, entregó las armas y se piró de la guerra que le planteaba; el tercero no fue ni bueno ni malo ni mucho menos interesante; el cuarto no mejoró el panorama; el quinto blandeó y el usía aprovechó la ocasión para devolverlo en un intento de cambiar la suerte, objetivo que logró a medías porque el sobrero grande, mal hecho, casi quebrado de lomo, muchos kilos y poco trapío -¿Dónde están las exigencias de las figuras?- al menos se dejó hacer; y el sexto devino en un marmolillo renuente que imposibilitaba cualquier lucimiento especialmente en torero de escaso bagaje lidiador como era el caso.

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A estas alturas de la crónica pensarán que aquello fue infumable, pues no, también tuvo sus cosas de mérito y torería. Me emocionó, la plaza entera se emocionó, con el quite que Pascual Mellinas, banderillero de la cuadrilla de Aguado le hizo a Viruta de la cuadrilla de Roca cuando a la salida de un par de banderillas este se trastabilló y quedó a merced del toro. Ya se sabe que cuando un torero está en suelo está en manos de Dios, de la santa providencia y en este caso la buena colocación de Mellinas que en el momento justo metió su capotillo para llevarse el toro y evitar la desgracia. La plaza entera le premió con una ovación y Viruta con un beso de reconocimiento. Que por lo menos le invite a cenar si es que no hay bautizo para celebrar el que haya vuelto a nacer.

¡Roca, máquina!

Y naturalmente el protagonismo glorioso de la tarde le corresponde a Roca. En lenguaje moderno un máquina, en términos taurinos un figura revestido de vergüenza torera y demás atributos. A su primero lo apabulló, fue como si le dijese aquí el bravo soy yo y el bicho no quiso coles. No se conformó con la mala suerte y al sobrero le plantó batalla a pecho descubierto, a sabiendas que lo que pudiese salir de bueno era cosa suya tal como sucedió. Arrancó en terrenos de sol, le puso más coraje que gusto, obligó al bestiajo aquel a ir a regañadientes por donde no quería ir; seguidamente le aplicó clarividencia, le cambió los terrenos, lo llevó a los de sombra y allí le robó dos, tres series a derechas, de mano baja y mucho poder que levantaron la plaza; y en el momento justo, cuando no cabía más demora a riesgo de que aflojase el suflé, le recetó un espadazo y le concedieron dos orejas que para lo que se entiende por justo pueden parecer excesivas pero el gran público quiso reconocerle todo lo que había hecho por salvar la tarde, que no fue poco, ante lo cual el presidente se olvidó de la medida que habían puesto la tarde de Ureña.

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Emilio de Justo y Pablo Aguado no tuvieron apenas opciones y todos sus logros se redujeron a momentos aislados y amplias dosis de voluntarismo.

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