Hay investigaciones donde ocurre ese fenómeno de cuando se cogen cerezas: «Vas a coger una y te llevas otras 10 detrás». Quien recurre a esta analogía es el historiador Vicente Samper, que se sirve de esa imagen para explicar cómo alcanzó a identificar la iglesia ... del instituto Luis Vives como el escenario donde Joaquín Sorolla inscribió algunos célebres lienzos de temática religiosa. Destacado especialista valenciano en la pintura del siglo XVI, Samper tropezó con ese hallazgo movido por supuesto por su curiosidad, su denso arsenal de conocimientos y, también, un poco por azar. «El Museo de Bellas Artes de Bilbao», explica, «pidió a Felipe Garín una ficha catalográfica para el cuadro 'Mesa petitoria', que ingresó en ese museo por donación en 2013». Garín, otro prestigioso historiador valenciano, le pasó a Samper el encargo porque le era imposible hacerlo en ese momento». Una encomienda en principio sencilla, a la que Samper no dio gran importancia en su momento: «Se trataba de hacer algo fácil, pues no se sabía nada del cuadro mas que era de Sorolla», recuerda Samper. «Había que situarlo en su época y poco más», añade.
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Así que nuestro hombre aceptó el encargo con naturalidad, emprendió sus indagaciones... «y de ahí salió todo lo demás». Era el año 2015; cuando Samper se refiere a eso de «todo lo demás», alude a que localizó con alta precisión la nave central de la iglesia del instituto como el espacio elegido por el pintor cuyo centenario se cumple este año para albergar a las criaturas que aparecen en obras tan conocidas como 'El resbalón del monaguillo' o 'Mesa petitoria'. Un formidable hallazgo, inesperado por cuanto la iglesia, hoy desacralizada, apenas tiene uso en nuestros días y permanece por lo tanto ajena al escrutinio ciudadano... hasta que deja de estarlo.
Así que una mañana de febrero, el exprofesor José María Azkárraga acompaña a las visitas por el majestuoso edificio, un icono de Valencia y faro educativo. Jubilado hace unos años, Azkárraga oficia como inmejorable cicerone del venerable caserón, objeto en los años 70 de una contundente reforma que desfiguró su fisonomía. Se salvaron algunos elementos, como el encantador claustro tan rico en cerámica, y este templo donde la única vida que reside entre sus paredes es la espiritual. «Alguna vez se ha oficiado un funeral a petición de profesores del instituto», observa Azkárraga. «Pero poco más», apostilla. En esa tres palabras habita la solución al misterio de que este magnífico templo, que dispone de una coqueta capilla lateral llamada Capilla Honda, apenas sea conocido entre los valencianos, salvo los de edad más avanzada. Ocupa un amplio espacio en el corazón de la ciudad pero pasa desapercibida, todo lo contrario a cuanto sucedía en tiempos de Sorolla: de ahí la familiaridad del pintor con este hermoso escenario. De ahí también que lo empleara en su obra. Y de ahí, de sus puertas casi siempre cerradas, que ese sugerente detalle haya permanecido en el olvido.
Un olvido del que fue rescatado por Samper cuando recibió aquel encargo que tiene documentado en un interesante artículo donde detalla cómo cayó en la cuenta de que el fondo del cuadro 'El resbalón del monaguillo' coincidía con lo que ven sus ojos, y los nuestros, cuando avanzamos por la nave central del templo. Vio también que la reja que se ve a la izquierda, en el acceso a la Capilla Honda, «era como la que aparece en 'La Primera Comunión'», otro de los lienzos más relevantes de Sorolla. Fue su particular epifanía. «Consulté bibliografía y vi que uno de los primeros biógrafos de Sorolla, Rafael Doménech situaba la escena del monaguillo en la iglesia de San Pablo», que es la denominación oficial del templo. «Y de una pista que me dio quien sin duda fue uno de los mejores conocedores de la historia del arte valenciano, Miguel Ángel Catalá, hace unos años fallecido, salió el resto». Samper redactó su artículo con el resumen de sus conclusiones, lo envió Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del artista y excelente conocedora de su obra, recibió sus sugerencias y acabó ampliando el texto original «en un texto firmado junto a Isabel Justo en el catálogo de la exposición 'Sorolla. Tormento y devoción', del Museo Sorolla, por encargo de su comisario Luis Pérez Velarde».
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Misión cumplida. Samper confiesa que aquellas peripecias fueron «apasionantes». «Es uno de esos trabajos de investigación en lo que todo va saliendo solo, de enorme satisfacción, como encontrar los armarios relicarios uno de los que se ve en 'El beso de la reliquia'», otro de los cuadros donde la iglesia del Luis Vives sirve como escenario. «O como descubrir que el matacandelas que aparece en el cuadro de 'La Primera Comunión', que se ve al fondo en manos de un monaguillo, está aún ahí, escondido detrás del retablo». En efecto, durante el recorrido por el templo, Azkárraga conduce a sus visitantes hasta un oculto rincón del retablo de la Capilla Honda y hace magia: rescata de la oscuridad el matacandelas (el utensilio de gracioso nombre que se empleaba para apagar las velas) y enseña en su tableta el cuadro al que alude Samper. También señala hacia el acceso desde la iglesia a esta capilla: allí se ubicaba la reja que aparece en el cuadro, ya desaparecida. Como silenciosos testigos de ella, a cada lado resisten un par de hierros donde se engarzaba aquella delicada filigrana metálica, que luce en todo su esplendor en la imaginación y en el lienzo de Sorolla.
Volvemos a la nave central, aunque en realidad la iglesia de San Pablo, contra nuestra primera idea, es un templo de una única nave. La capilla aledaña, de donde venimos, puede confundirnos y de hecho nos conduce al error de pensar en ella como una nave lateral, cuando ambos se tratan por el contrario de lugares de culto independientes con altares diferenciados y cada cual con su propia cripta, sobre donde hoy resuenan nuestros pasos. Azkárraga y Samper nos sacan de nuestra equivocación: alertan de que la iglesia era uso de los padres jesuitas que fundaron el Colegio de San Pablo (nombre original del instituto Luis Vives) y que la capilla era exclusiva para los alumnos del seminario. Cuando el inmueble se destina centro docente de primera enseñanza, luego de la suspensión del viejo Colegio San Pablo, las familias de Valencia disponen de un renovado espacio educativo para la instrucción de su prole. Estamos en el curso 1869/70; como anota Samper, Sorolla estaba a punto de cumplir 8 años.
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Debe tenerse en cuenta para explicar el impacto que la Capilla Honda detonó en el espíritu del artista que durante largo tiempo ofició como sacristía. Fue en su interior, y en la iglesia de San Pablo donde se inspiraría Sorolla, recurriendo por ejemplo a ese altar mayor que nos saluda en al fondo de la nave. Allí situaba el maestro valenciano esas obras prodigiosas, que hoy aún nos conmueven por su modernidad. También por su vigencia. Un punto de vista muy cinematográfico, desbordante de sentimentalidad, contribuye a cargar de dramatismo esas escenas en principio cotidianas, propias de la vida de la Valencia de su tiempo. Conmovido tal vez también él por la catarata de recuerdos que se activarían en su memoria cuando ejecutara aquellos encargos. Una manera de volver a la ciudad de su infancia, como observa Samper: «Tras nuestra investigación, se deduce que el pintor estudió allí cuando era pequeño, al ser el antiguo Colegio de San Pablo la sede de la llamada Escuela Normal, que estaba cerca de su casa, donde vivía con sus tíos». De aquel primigenio Luis Vives, Sorolla pasó a estudiar en la Escuela de Artesanos, cuando sus familiares vieron que el crío (Ximet entonces) tenía aptitudes. «Esa es una historia ya más conocida», apunta Samper.
Menos conocida es esta otra que nos va relatando, mientras Azkárraga concluye por su parte que algo de ese Sorolla niño que acudía a las aulas del Luis Vives y correteaba por la iglesia cuando aún estaba consagrada viajó con él toda su vida. Y nos imaginamos entonces al pintor cerrando los ojos para atacar ese conjunto de obras que tienen a la iglesia del antiguo colegio como escenario, buceando en la remota memoria que atesoraba hasta obrar el milagro que ahora se materializa ante nosotros, mientras nos admiramos de cómo (bien que con alguna licencia en la perspectiva), inmortalizó para la historia del arte esos cuadros religiosos. Su mano ágil y su luminosa paleta concedían una nueva vida a estas hermosas baldosas que vamos pisando, el espléndido retablo central o el más sutil de la Capilla Honda, los cuadros que adornaban sus paredes igual que hoy las decoran... Mil detalles que se escapan a nuestra mirada pero que el artista llevó en su corazón hasta que revivieron en 'Mesa petitoria', 'El resbalón del monaguillo', 'El beso de la reliquia' o 'La primera comunión'. O en 'El duelo'. Es la magia del arte: hoy somos nosotros, solitarios paseantes por la capilla del Luis Vives, quienes podemos fantasear en transformarnos en figurantes de esos lienzos. Valencianos convertidos en personajes de Sorolla.
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