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El flósofo Javier Gomá, momentos antes de la entrevista en un hotel de Valencia. J. L. Bort

Javier Gomá: «La vulgaridad es la hija fea de la hermosa mezcla de igualdad y libertad»

El filósofo asegura en Valencia que no se puede «pedir a la política que solucione nuestros problemas de felicidad»

Laura Garcés

Valencia

Domingo, 18 de junio 2023, 00:41

El filósofo Javier Gomá, director de la Fundación Juan March y uno de los nombres más respetados en el panorama del pensamiento, ha visitado Valencia esta semana para clausurar su XXXII Seminario Permanente de Ética Económica y Empresarial de la Fundación Étnor. Habló de cómo ... educar a profesionales y ciudadanos. Conversó con LAS PROVINCIAS sobre esas y otras cuestiones como las claves de la ejemplaridad, razones de la vulgaridad y afirmó que «no se puede pedir a la política que resuelva nuestros problemas de felicidad».

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–Ha visitado Valencia invitado por la Fundación Étnor para responder a una pregunta:'¿Rentabilidad o dignidad en qué valores educar a profesionales y ciudadanos?' ¿En qué valores?

–La educación tiene dos finalidades: crear profesionales y crear ciudadanos. Profesionales son los que eligen un oficio con el que ganarse la vida; ciudadanos son los que tienen sentimiento de su propia dignidad. Lo primero está presidido por el principio de la rentabilidad; lo segundo es un deber hacia uno mismo, una cualidad que todo hombre y mujer tienen en virtud de la cual se convierten en acreedores, y el resto de la humanidad en deudores, de un respeto. Hay que educarse no sólo en lo que nos hace hábiles para un oficio, también en lo que nos despierta un sentimiento, el del respeto hacia uno mismo y hacia los demás. En eso sirven las Humanidades, que no tienen tanto el objeto de crear profesionales. Son disciplinas que a través de obras maestras del arte, la Filosofía, la Literatura, y también de la acción moral, nos recuerdan la excelencia de la que somos portadores.

–Las Humanidades no están de moda y la Filosofía nos la queremos cargar.

–Distinguiría por un lado la educación reglada y por otro la educación en general, de la que no tienen el monopolio las instituciones. Es verdad que ha habido una transformación que tiene una finalidad loable, pero está expuesta a la crítica. Lo loable es que la Universidad no sea una fábrica de parados. Ha habido un esfuerzo por acomodar las disciplinas universitarias a la demanda real del mercado; el problema es que esa reforma ha desconocido la importancia de las disciplinas que no proporcionan oficio, pero sí dignidad.

–Algo más que profesionales tenemos que ser.

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–Sin despreciar ser profesionales.

–Es nuestra contribución a la sociedad.

–Justamente, es donde somos útiles.

–La profesionalidad también construye dignidad: ser útiles, servir.

–Y también la profesión genera riqueza y ésta es la base de su distribución. Si no hay riqueza no hay nada que distribuir, ni siquiera desde el punto de vista de la justicia social.

Javier Gomá en un momento de la entrevista. J. L. Bort

–Le he escuchado hablar de un 'Romanticismo Pop' hacia la vulgarización. ¿Qué significa?

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–Divido la historia en premodernidad y modernidad. La primera es la interpretación del mundo hasta el siglo XVIII. La modernidad empieza cuando una pequeña parte de la realidad se constituye en nueva totalidad, y ese es el yo moderno. En principio se concibió como individualidad irrepetible, especial. Eso pertenecía a una aristocracia de gente extraordinariamente culta que se tenía como especial. Ha ocurrido una cosa imprevista: la vulgaridad. He defendido y tengo en mi libro 'Ejemplaridad pública' un capítulo en el que pido respeto a la vulgaridad porque es la hija fea de dos padres hermosos: libertad e igualdad. Nunca antes se habían entrecruzado estas dos cosas bellas, y cuando se juntan producen la vulgaridad, la espontaneidad no educada. Cuando lo que yo siento, lo que me apetece, mis instintos más elementales e incluso salvajes no están educados, normalmente resulta la vulgaridad, que tiene como parte muy buena la demostración de que se han implantado igualdad y libertad. Ese yo moderno, ahora se ha masificado. Todo el mundo, incluso los niños, las series de televisión, el cómic, los anuncios, todo está impregnado de un romanticismo popularizado. Lo que sirvió a un grupo de personas en las que lo especial era lo individual, se ha convertido en programa universal, en el discurso oficial. El Romanticismo exaltó lo especial, pero basado en unos pocos, en cambio la vulgarización del romanticismo es el discurso de la sociedad de masas.

–¿Entonces somos muy vulgares?

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–Totalmente vulgares.

–¿Los españoles?

–No, no, el universo occidental. La democracia es una combinación entre libertad e igualdad. Soy un defensor acérrimo de esa mezcla. He escrito cuatro libros sobre la ejemplaridad –'Tetralogía de la ejemplaridad'– que podría resumir de muchas maneras. Una es asumir a fondo la vulgaridad de nuestro tiempo, no tener añoranza de la época previa aristocratizante o jerárquica, pero no para quedarte en la vulgaridad; no tener a ésta como punto de llegada, sino de salida.

–¿Lo políticamente correcto qué es, o lo borramos?

–No está mal ser correcto. Uno de los problemas de hoy es que la vulgaridad es el mantenimiento de una espontaneidad no educada. Si asumiéramos algún protocolo que civilizara nuestra espontaneidad sería altamente positivo. Ese es el programa de la ejemplaridad. Lo que ocurre es que lo políticamente correcto no es como yo hubiera deseado, una emancipación de la espontaneidad romántica. Más bien es la vulgarización del romanticismo. Ideas como sé tú mismo, yo soy el que soy, hago lo que quiero, mi libertad es mía, ideas que se han convertido en estereotipos de una vulgaridad sobrecogedora, que es lo que hoy llamamos lo políticamente correcto.

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–¿Esa es la sociedad de los mensajes de camiseta?

–Conste que yo estoy a favor. Me distingo como un autor que habiendo cultivado la tradición cultural nuestra, sin embargo me declaro hijo gozoso de nuestro tiempo. Ante las tres posibles reacciones frente a la vulgaridad contemporánea me quedo con la tercera. La primera sería, mirad a qué nos ha llevado la democracia, qué vulgaridad, volvamos a situaciones predemocráticas, lo que llamo reacción. La segunda salida es igualmente peligrosa, o más. Dice, mirad, la democracia lleva a una vulgaridad extrema, entonces el estado de ánimo correcto sería la resignación. La vulgaridad es el precio que tenemos que pagar por la libertad. Y luego está mi propia posición, que no es reacción ni resignación, sino reforma hacia la ejemplaridad.

–Jurista, Filología Clásica, Filosofía. Usted es un clásico y eso es muy revolucionario, ¿no?

–¿Lo clásico es revolucionario? Creo que los títulos que menciona me autorizan a hablar de ser hijo gozoso de mi tiempo sin ignorar lo que dejo atrás. Leo mucho a los griegos y los latinos. Estoy familiarizado con la cultura judeocristiana, renacentista, moderna. Y todo lo acepto, pero para mí el banquete es el mundo contemporáneo. Si la tradición contribuye a que el banquete sea más sabroso, bien. Pero nostalgia del pasado, cero.

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–¿Hay algo nuevo bajo el sol?

–Sí, sí. Cada minuto es nuevo. La vida es incertidumbre. Me abruma la idea de enigma y también de aventura.

–¿Si los políticos se dedicaran más a la Filosofía, le iría mejor a la sociedad?

–No me produce placer perverso meterme con los políticos. Creo que la economía tiene unas reglas y la política las suyas. La regla de la economía es el lucro, la de la política, el poder. Triunfa en política el que es hábil para conseguirlo y mantenerse en él. Pedir a los políticos que ignoren las leyes de la política es pedir que sean ángeles, y no tengo intención de ser gobernado por ángeles. Me parece normal que una empresa quiera ganar dinero, y que un político busque el poder. El mayor contrapoder que existe es la ciudadanía que limita el poder de las empresas a través del mercado y puede votar o no votar, también puede crear opinión pública. Cuando un político es muy malo muchas veces tiene que ver con que la ciudadanía no ha sido capaz de elegir a sus representantes, o una vez elegidos, de desarrollar una opinión pública que le haga invivible el ejercicio de la política. Respeto su trabajo, me parece mal que cometa delito, y que no tenga un comportamiento recto.

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–¿Entonces no sólo hay que pedir ejemplaridad a los políticos, también a los ciudadanos?

–Claro. Ejemplaridad que tiene que ver en lo que he llamado visión culta y corazón educado. Lo primero tiene que ver con el conocimiento de la complejidad de la realidad. Y lo segundo con no pedirle a la política que resuelva tus problemas de felicidad. Hay que saber que la política es el reino de las verdades penúltimas. Un político es un ciudadano y tiene que cumplir con las reglas de su propia conciencia. Pero el mayor contrapoder reside en una ciudadanía con visión culta y corazón educado.

–Escribe teatro, que también es algo muy clásico. ¿Por qué?

–Van a llevar a escena 'Filosofía mundana'. Considero que la Filosofía es Literatura de conceptos, si lo ves así entonces no es un salto tan raro pasar de la Filosofía al teatro porque es pasar de un género a otro. Es como variar la estrategia comunicativa, a través de conceptos que dicen y de personas que muestran.Hay cosas que no se dicen bien a través de los conceptos y se tienen que mostrar. Mi primera obra, 'Inconsolable', era una especie de meditación sobre la muerte del padre. El acontecimiento de la orfandad lo puedes decir, pero es como si lo esencial se quedara pendiente. En cambio, ponerlo en escena a través de un personaje, que era el hijo, resulta más poderoso para mostrar la orfandad.

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–¿Reivindicamos textos para el teatro, que no sólo sea imagen?

–Me parece especialmente pertinente la pregunta. He ido publicando mi teatro y en una de las introducciones constato que la evolución del teatro en los últimos cuarenta o cincuenta años me parece no sé si equivocada, pero en algún aspecto empobrecedora. Durante muchísimo tiempo, el teatro se consideraba parte de la Literatura. Había dramaturgos a los que se les concedía el Nobel y en el cánon de los grandes de la Literatura occidental hay bastantes de estos autores. Desde hace cuarenta o cincuenta años es como si el teatro hubiera renunciado a la Literatura y optado abiertamente por el espectáculo. Yo en cambio me considero autor de la palabra, no del espectáculo.

–A usted, presente en Twitter, ¿las redes le parecen interesantes?

–Me lo parecen. Las redes conceden poder a los usuarios. Encierran una libertad para la que la mayoría de la gente no tiene instrucciones de uso y entonces se incurre en la vulgaridad. Pero mi pronóstico es que dentro de unos años pasemos de la libertad sin instrucciones de uso, a la libertad con instrucciones, por tanto a la elegancia, que es elegir bien. Las redes tienen una ventaja. A diferencia del pasado, cuando sólo unos cuantos tenían un perfil definido, han conseguido que todos los hombres y mujeres tengan un perfil, una identidad reconocible; eso me parece hermoso.

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