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J. CASALS
Viernes, 26 de octubre 2018, 00:47
Si hay alguien que representa ese corazón de pasión taurina que late con fuerza en Onda, ese es Alberto Guillamón Salazar. Conocido por todos como Torrechiva, apodo con el que le bautizaron por nacer en esta localidad castellonense cercana a Onda, donde posteriormente creció y se forjó la leyenda de un nombre que es toda una institución en el bou al carrer, sinónimo de respeto, afición y pasión.
A sus 63 años todavía sigue manteniendo muy viva su afición y ya se ha convertido en un corredor de encierros de reconocido prestigio, cuya fama traspasa fronteras y llega hasta territorio sagrado: Pamplona. Allí, con 45 sanfermines en sus zapatillas, es uno de los que dignifica la doctrina y pureza del encierro rey. En 2014 se convirtió en un ángel que salvó la vida a un australiano corneado por un toro de Miura en el vallado de Mercaderes. Hace unos días hizo lo mismo en Burriana, al colear de manera efectiva un toro que hirió de gravedad a Alexis, un conocido aficionado. En muchas ocasiones se ha lamentado de no poder haberle salvado la vida a 'Perales', un recortador de Nules fallecido en Onda y por el que no pudo hacer nada. El destino.
Un grave problema de salud consiguió apartarlo, pero no retirarlo. Estas fiestas de Onda, en 'sus' encierros, mantendrá la tradición de arrancar las carreras en la 'curva de Torrechiva'. Impecablemente vestido de blanco, con esa camiseta azul celeste como el color de sus ojos, esos que tanto miran al cielo en busca de su ángel de la guarda, su hijo, el gran 'Torre', el motor de su vida, el que le sigue dando fuerza para ponerse delante del toro pese a que ya pintan canas.
Torrechiva es algo más que un reconocido corredor de encierros. Con 12 años comenzó a recortar y, dotado de las facultades propia de la edad, no había animal que se le resistiese. Todavía recuerdan algunos cómo le ganó la partida al toro Ratonero, de Lucas, en Museros, en esas rodadas largas en las que aprendió a quitarse el toro sin ayuda de nadie. Y siguió en primera línea a pesar de los años, llegando a coincidir muchas tardes con su hijo, siempre presto al quite de quien fue un santo y seña de la época.
Su humildad le ha hecho ganarse el respeto y cariño de muchos aficionados. Y aunque el corazón lo tenga resquebrajado por la prematura despedida de su hijo, sigue bombeando esa pasión por el toro, llevando con dignidad un apodo que es sinónimo de temple y valor. Será la fuerza de la sangre.
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