El adiós a cuatro décadas tras la barra del Maipi: las historias que se llevan Gabi y Pilar

Cuarenta años después de aquella decisión, Gabi y Pilar se van. Él ya había avisado, y lo hizo después de la pandemia, de ver cómo su mujer ingresaba en el hospital por Covid. «Esperaré a Pilar, que tiene 62, y nos iremos juntos», decía en 2021. Era la única razón por la que se mantenía al frente de Maipi, una barra tan personal que durante el tiempo que su mujer estuvo en el hospital cerró las puertas. «En un año abrimos sólo siete meses». Por eso Gabi sabía que el traspaso era como un asunto de Estado en casa, en el que había momentos que no, otros que sí. Y cuando Carlos Herrera aparecía por allí y al día siguiente lo contaba en la radio, media Valencia pedía mesa. «Hay veces que no podemos ni coger el teléfono», contaba.

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A Pilar le llegó por fin la edad de jubilación y su nieto, Jacobo, y las ganas de disfrutarlo, han podido con las resistencias. Eso sí, no había posibilidad de equivocación, porque después de cuatro décadas, «el día que cierre Maipi me lo pasaré llorando». Incluso hubo alguna posibilidad de que una de sus hijas heredara el negocio, una ilusión de Gabi que finalmente no se ha materializado.

Ellos mismos saben cuánta piel se han dejado detrás de la barra, cuantas alegrías, encuentros, lloros y preocupaciones. Cuántas horas desde que Gabi se iba al mercado a comprar, porque él nunca quiso intermediarios. Porque siempre compró lo mejor, sin mirar el precio, aunque hubiera platos en los que no tuviera margen. Aunque tirara a la basura comida porque él nunca dio nada que no quisiera para sí mismo. Y mientras, con ese aspecto gruñón casi legendario, Gabi se iba adelantando a los deseos de los clientes, tanto los habituales como los que no lo eran, con esa presencia discreta que escucha. Sólo escucha. «Soy medio psicólogo, medio psiquiatra, medio loco», decía en otra entrevista en LAS PROVINCIAS. Que se lleva con él mil historias que ha oído tras la barra de deportistas, empresarios, periodistas y políticos, que arreglaban el mundo en el Maipi, mientras Gabi les servía una cerveza tirada con la maestría de los años y unas manitas de cerdo de Pilar que sabían a gloria. Sí, allí se decidían fichajes, alineaciones, tanto en el deporte como en la política. «Buenísima la ensaladilla, como siempre», dice un expolítico desde un rincón de la barra.

Todavía se huelen las manitas, o el rabo de toro, o los caracoles, al pasar por la puerta, porque Gabi y Pilar quieren hacerlo bien. Servir 50 cenas al día pesa, y mucho. Por eso se retiran. Pero no bajan la persiana así como así. Otros dos locos de la gastronomía, Carito y Germán, cogen el relevo para mantener Maipi tal cual está. Ya avisó Gabi, que elegiría bien. Cambiar para que todo siga igual, incluso las fotografías que dan fe de la pasión por el fútbol de Gabi, al que Maipi le ha permitido ser amigo de grandes del balón como Di Stefano, que se lo llevaba a ver a su querido Real Madrid. Pero también de Luis Aragonés, de Lubo Penev, de Paco Lloret, de Voro...