Un arroz al horno en el paraíso

La inolvidable experiencia gastronómica que ofrece Pitxó en Terres dels Alforins, a la altura del espectacular paisaje que rodea esta apartada casa de comidas

Jorge Alacid

Valencia

Jueves, 28 de abril 2022, 18:51

Hay (casi) tantas recetas de arroz al horno como casas de comidas. Tantas elaboraciones que extraen de cada cual el cocinillas que lleva dentro, así del chef profesional como del amateur. Una larga nómina de preparaciones que permite mantener firme el pugilato entre ... esta castiza entrada en el recetario regional y el gran plato de la cocina valenciana, la paella. Hay quien sostiene que un buen arroz al horno aguanta el pulso con la mejor paella y voces que proclaman que estamos ante el secreto peor guardado de la gastronomía vernácula. Hay por lo tanto (casi) un arroz al horno por cada valenciano incluyendo el que sirve en Pitxó su hechicera, Anna: un arroz al horno saboreado en el paraíso.

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Un recóndito paraíso. Para acceder a su jurisdicción, apartada del mundanal ruido, esta ejemplar casa de comidas escondida en el bosque ofrece un par de alternativas. Desde Moixent, en cuyo término municipal radica, a través de una pista forestal que ingresa en los dominios de la rica fauna y flora propia de la bellísima comarca (Terres dels Alforins), o desde la carretera que lleva hacia Fontanars, en las inmediaciones del sugerente poblado íbero de La Bastida, donde un ramal al pie de la carretera conduce hasta el otro extremo de esa misma pista, un camino rural de arrebatada belleza que alcanza en esta lluviosa primavera su apogeo. Es un viaje a través de los sentidos, sobre todo el del olfato: los arbustos silvestres acompañan al visitante en dirección a Pitxó a través de un itinerario que exige vadear un par de riachuelos y se va intrincando por la espesura del bosque hasta que en un claro, al pie de las amenas colinas, esta edificación de estremecedor encanto sale al encuentro de sus clientes y ofrece la experiencia singular de dar de comer al hambriento los sabrosos platos que salen del horno donde reina Anna.

También se da de beber al sediento, por cierto, aunque ahí la jefa que gobierna Pitxó juega con ventaja. Juega en casa, más o menos. Su hermano Pablo Calatayud gobierna la cercana bodega de Celler del Roure, lo cual garantiza que alguna de sus ambrosías sirvan para el soleado aperitivo en la terraza o acompañen el menú que aguarda a la clientela. Un menú tan sencillo como sabroso: un par de suculentas entradas (crema de calabaza, coca de dacsa) preceden el recomendable rito de abandonarse a la excelencia del plato estrella, un arroz al horno preparado en el venerable figón donde el fuego lo pone la madera de los olivos que circundan el paraje. Observar desde los ventanales el paisaje aledaño deposita a los comensales en un territorio edénico al que contribuye con eficacia un servicio profesional y atento. Y, por supuesto, sus vinos.

El arroz se presenta acompañado de carnes (cerdo, cordero), una generosa ración de morcilla, legumbres y verduras. Perfecto en su punto, óptimo de sabor, despojado de grasas: un bocado saludable que ayuda al concepto de sostenibilidad tan caro al recetario popular valenciano. Ni rastro de elaboraciones artificiales, postizas por sofisticadas. La verdad de cada alimento en estado puro manifestándose en toda su expresión donde debe, en el plato. Una experiencia similar a la que aseguran las botellas que se ofrecen, elaboradas por Pablo Calatayud bajo esos mismos principios: la idea de naturalidad preside este guiso como también inspira el resto de la carta. Sus postres, por ejemplo: un brownie que nace del horno tan delicado como sabroso.

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Bajo el sol de abril, Pitxó ofrece otros atractivos al estrictamente culinario. Enamorarse del paisaje de Terres dels Alforins, desde las inigualables vistas que procura la terraza donde se puede disfrutar de su menú. Pasear por los senderos cercanos, abandonarse al imperio de los sentidos. Maravillarse porque unos cuantos vecinos han sabido preservar este territorio tan auténtico como hermoso y darle la razón a los habitantes del poblado íbero de La Bastida, porque cuando decidieron aposentarse en sus riscos sabían bien lo que hacían y nos daban unas cuantas pistas: en efecto, se habían empadronado en el paraíso. Que en manos de Anna y su equipo sabe a arroz al horno.

Poblado íbero con vistas al fondo

Uno de los alicientes adicionales a dejarse mecer por la amabilidad que alumbran los fogones de Pitxó consiste en perderse por un entorno de ensueño donde radica una aconsejable visita, muy singular: el poblado íbero de La Bastida de les Alcusses, un tesoro no demasiado divulgado. El curioso deberá acceder a través de un desfiladero de viñedos hasta un escarpado risco, aparcar su vehículo y proseguir la ruta a pie, ingresando en un misterioso pinar que le lleva cuesta arriba (un paseo de unos 600 metros, de leve inclinación, apto para todos los públicos) hacia la primera línea de muralla, bien atendido por los guías que franquean el paso. La ruta prosigue hacia el corazón del bosque, dejando a ambos costados la huella que sobrevive a la presencia de nuestros remotos antepasados, que ocuparon este estratégico territorio en el siglo IV a. C. Estamos en plena Serra Grossa, un enclave privilegiado porque desde este emplazamiento se dominaba todo el valle y concedía a sus pobladores ventaja en caso de conflicto bélico, así como un entorno propicio para cultivar su sustento: los campos de cereal, algunos desaparecidos en muchos casos en beneficio de los frutales, que todavía resisten en los alrededores y explican el auge de aquella cultura cuyo legado llega a nuestros días en forma de vino. Pablo Calatayud bautizó así, como les Alcusses, su vino más célebre y etiquetó las botellas con un hermoso y arcaico alfabeto íbero que rescata el glorioso pasado de una comarca orgullosa también de su pujante presente y su prometedor futuro.

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