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maría josé carchano
Martes, 18 de mayo 2021, 18:02
Esta es la historia de un proyecto de micromecenazgo que comenzó hace ya seis años en la Manchuela, una región que comprende las tierras entre los ríos Júcar y Cabriel, donde el paisaje es sobrecogedor, las temperaturas extremas y donde los jóvenes huyen en busca de mejores oportunidades. La idea de cuatro valencianos, Iván, Ana, Silvia y Jose, o lo que es lo mismo, Bodegas Gratias, era recuperar parcelas de viñedo viejo, de cultivo familiar, un proyecto que en realidad había empezado hace once años. Lo que comenzó como una idea loca para evitar que se arrancaran aquellas plantas ha conseguido consolidarse como un proyecto de recuperación de una variedad, el pintaíllo, en serio peligro de extinción, y que este año podrán probar aquellos que hayan contribuido a su recuperación. El micromecenazgo llegó para completar el espíritu de contacto con la tierra de la bodega.
Volvamos al principio. Iván es ingeniero agrónomo y enólogo, como su mujer, Ana, a quien había conocido en la facultad, y trabajaban como consultores para otras bodegas. Hasta que un año, de forma casual, volvieron a la Manchuela, vendimiaron y embotellaron la uva de la parcela de su abuelo, en el Cerro de los Moñigos. Ahora aquel viejo terreno de bobal es el 'campo madre', el inicio de una bodega con una filosofía, la de respetar la tierra, sus procesos, las variedades autóctonas... Iván es un 'rara avis' en la Manchuela. Junto a su mujer, Ana, y sus cuñados, Jose y Silvia, empezaron a producir un vino respetando al máximo el proceso, donde «el 80% del trabajo se hace en el campo, recuperando viñas viejas, cultivadas de forma tradicional, con una poda selectiva que permita proteger la uva y evitar el uso de fertilizantes químicos», explica Silvia.
Hace ya seis años que Pepe, uno de los viticultores con los que trabajan, les comentó que iba a arrancar una parcela de mezcla, es decir, un pequeño pedazo de tierra donde hay plantadas viñas de diferentes variedades, y que tradicionalmente se ha usado para consumo propio. «Las familias se garantizaban una producción fueran cuales fueran las condiciones climatológicas, porque cada variedad tiene unas fortalezas y debilidades», comenta Silvia. En estas parcelas descubrieron una uva autóctona llamada pintaíllo, que apenas se conocía ya, porque los agricultores las arrancan y estaba a punto de desaparecer. Se paga mejor tener un campo monovarietal. Porque no tiene suficiente rendimiento. O porque la Unión Europea da ayudas para plantar variedades que el mercado pida en ese momento, aunque no sean autóctonas. «Es difícil ir contracorriente cuando Europa subvenciona entre el 50 y 60% de lo que cuesta arrancar las cepas viejas, o bien para plantar la variedad que en ese momento esté en auge en el mercado, o para modificar el sistema de cultivo, de vaso a espaldera, que permite conseguir una mayor rentabilidad», explica Sergio, otro viticultor que trabaja con la bodega. O porque, simplemente, no hay relevo generacional.
Sergio cuenta cómo volvió a la tierra que le vio nacer. «Mi padre nunca fue agricultor, pero siempre recordaba lo que decían los mayores: 'la tierra siempre es la tierra'». En el hondo recuerdo de su infancia quedan las vendimias, el olor a mosto que a día de hoy, «todavía me provoca sensaciones que no puedo explicar, que solo soy capaz de disfrutarlas». Sus hermanos se desvincularon de la tierra, cada uno cogió un camino distinto, e incluso él buscó abrigo sobre los escenarios. Pero un día les dijo a sus padres que tenía que volver. Allí, en los alrededores de la aldea de Serradiel, «sentí que la tierra me había elegido. Y comencé a reponer las cepas que se habían muerto, me compré un tractor viejo, y en mi cabeza una y otra vez solo escuchaba como un disco rayado '¿...y por qué no? '». Sergio cree que su destino era «embotellar toda esta historia y ponerla encima de la mesa de alguien. Y conseguir una sonrisa en un rostro. Con eso, mi sueño se habría cumplido...». Hace ya tiempo que colabora con Iván, que le gusta esa forma de respetar la tierra que heredó, respetando los procesos y devolviendo una parte de lo que le ha dado.
El problema, sin embargo, es de base: «Esto es una pirámide, en la que se pone el precio desde arriba, en lugar de desde abajo, y el punto de partida no es el producto, sino el consumidor. Todos se llevan su parte del pastel, y lo que queda es para el viticultor, al que la única baza que le queda es trabajar a golpe de kilos. Sin calidad», explica Sergio.
No hay dinero para poder cultivar y mantener estas tierras de mezcla, ninguna administración reconoce el valor del patrimonio vegetal, así que decidieron poner en marcha un micromecenazgo que permitiera cultivar y vendimiar la uva de estas parcelas que ya nadie quería, pagarle al agricultor algo digno y, además, permitir que continúen existiendo variedades ancestrales que podrían acabar desapareciendo víctima de las exigencias del mercado.
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Así, quien este año decida colaborar con el 'crowfunding' recibirá botellas del vino '¿Y tú de quién eres?', proveniente de las parcelas de mezcla, además de probar 'Arroba', el primer vino de pintaíllo monovarietal que descubrieron en 2013 y con el que empezaron a hacer pruebas. «Ya hemos recuperado seis parcelas gracias a los mecenas, y el objetivo es descubrir otras variedades ancestrales en peligro de extinción y ponerlas en valor», explica Silvia.
Los mecenas se pueden adherir al crowfunding a través de la plataforma de Verkami hasta el próximo 16 de junio.
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