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Pepe Mendoza, el viaje a la raíz de un mago del vino

Pepe Mendoza, el viaje a la raíz de un mago del vino

Un día en Casa Agrícola, el refugio donde el bodeguero alumbra sus creaciones y protagoniza una revolución en la enología valenciana

Jorge Alacid

Valencia

Jueves, 18 de noviembre 2021, 16:33

Otoño en el viñedo alicantino. La brisa del mar acaricia los venerables viñedos de Casa Agrícola, el mágico paisaje embutido en una especie de circo natural: rodeadas las cepas de una cadena de estribaciones montañosas, las delicadas lomas protegen sus frutos de la intemperie pero permiten que se cuele por la noche el rocío marino y mime las uvas. La expresión marco incomparable se inventó para describir esta postal de ensueño que sorprende al visitante por lo antedicho: la cercana presencia del Mediterráneo, que convierte las casi centenarias viñas que rodean Llíber en una anomalía. Deja uno a su izquierda el peñón de Ifach y de repente se sumerge en este otro mar: un breve océano de cepas que también se entiende en clave marítima. «El Mediterráneo es hoy la respuesta a la viticultura de todo el mundo».

Es la primera fase con pinta de titular que a lo largo del día regalará el risueño semblante de Pepe Mendoza. Viticultor, bodeguero y, sobre todo, mago. Un hechicero que con ese saludo se gana a las visitas luego de explicar que los climas extremos, con esas lluvias torrenciales tan habituales en esta esquina de España, son ahora la moneda común en otros territorios del globo, donde carecen sin embargo de las respuestas que sí maneja desde antaño la Comunitat: Mendoza aventaja a esos otros colegas del globo que se preguntan cómo afrontar el milagro de transformar la uva en vino pero desconocen lo que él ya sabe: que (segundo titular) «sólo las variedades autóctonas te explican dónde estás».

Mendoza llegó a esta concusión un poco siguiendo el método con que alumbra sus vinos: una pizca de intuición personal, otra dosis de decantación natural, algo de ciencia aplicada… El mismo camino que recorre junto a otro grupo de elegidos valencianos, esa prestigiosa nómina de bodegueros de la tierra que han conseguido otra proeza añadida al mérito enorme de elaborar sus vinos sublimes: ponerlos a jugar en las grandes ligas mundiales. En el caso de Mendoza, su particular caída del caballo ocurrió una tarde cabalgando el coche que conducía, cuando le pidió a su mujer que, calculadora en mano, calibrara los millones de litros que había ido produciendo en su larga y aplaudida carrera como maestro bodeguero. «Nos salió la cifra de 200 millones de botellas», se ríe, asombrado por ese impresionante número donde se escondían toneladas de sacrificios, primero a la sombra de su padre, Enrique (otro grande de los vinos valencianos), y luego en solitario. «Me dije: 'Pepe, al mundo ya no le faltará vino que hayas cocinado tú'».

De esa feliz conclusión nació Casa Agrícola, una bodega forjada con el material con que se construyen los sueños. Un buen amigo, conocedor de las inquietudes de Pepe, localizó este paraje idílico frente al caserío de Llíber y el enamoramiento fue radical. Y puede decirse que mutuo: como si estos longevos viñedos hubieran estado dormidos esperando que el genio de Pepe se interesara por su porvenir. La familia Mendoza se puso a desescombrar la ruina de edificios que encontraron, pusieron el corazón también a trabajar y cinco años después exhiben con orgullo el emblema de la bodega familiar adosado a este bellísimo 'riu rau' de raíz árabe, rodeado de otra construcción similar datada algún siglo después, guarecido de las inclemencias del tiempo por la floresta propia del monte bajo y el arbolado vernáculo. Una bodega que ejerce como faro: sirve para explicar cómo la sabiduría antigua depositada en sus muros ejerce de garantía para el mañana. La vuelta a vinificar como era norma entre los pioneros, el propósito central de Pepe Mendoza, que encontró en esta edificación, un antiguo recinto para la pasificación, el contenedor más apropiado. Una historia de amor cuyo eslogan recibe al visitante en una pizarra: 'Vinos sinceros de viñas bonitas'.

Tres vendimias después, el catálogo de Casa Agrícola se defiende por sí solo. Son vinos que ni siquiera necesitan que su ideólogo ejerza como médium: se nota desde el primer sorbo, desde que se olfatean en la copa, que son vinos pegados al territorio, de frescura y frutalidad muy mediterráneas, que nacen de estas variedades propias del lugar (moscatel, forcatell, giró), vendimiadas en cepas diseminadas siempre en vaso sobre un hermoso terreno arcilloso con algún apunte férrico. Vinos que saben a lo que deben saber (a la tierra que habitan) y alimentan el inspirador discurso del patrón de Casa Agrícola. Una especie de fin de viaje para Pepe Mendoza, que siente haber llegado a la meta luego de ese largo itinerario que le llevó desde Australia a Chile, de Nueva Zelanda a Argentina, hasta concluir que es hoy, recién cumplidos los 50 años, cuando se considera dueño de su destino y se permite el lujo de adornar la producción de su bodega en estos términos: «El mercado necesita vinos como éstos, vinos con un discurso ético, respetuoso con el medio ambiente, sostenible, comprometido con el terreno».

Esos conceptos de moda, que en otros casos suenan impostados, aquí surgen de manera natural porque se nutren del paisaje circundante. Mendoza hace apología de un sentido de pertenencia al terruño, de identidad bien entendida, que luego se expresa donde debe: en la botella. «Los valencianos somos muy de quejarnos pero yo me dije que además de quejarme era la hora de hacer algo». Ese algo, un incierto intangible, se materializa en efecto en sus vinos y en la pasión con que defiende su trabajo. «Este vino sabe a mar», concluye por ejemplo mientras señala una copa de blanco. Coge carrerilla: «Es como meter la sierra de Aitana y el Montgó en una botella». ¿Moraleja? Otra frase con aire de titular y con pinta de contradicción: «El futuro del vino es pasar por el origen, no ponernos a producir toneladas como animales».

Es un mensaje que cada día hacen suyos más bodegueros de la Comunitat pero también de toda España, inquietos profesionales como este Pepe Mendoza que va dejando caer durante la entrevista algunos datos temibles, los peligros que acechan al mundo del vino: «La OIV tiene certificado que en unos años van a desaparecer mil variedades autóctonas en todo el mundo». Una cruel evidencia que justifica un esfuerzo como el desplegado alrededor de este viñedo, las cepas que producen paradójicos vinos muy frescos a partir de cultivos de secano, «como los fenicios nos enseñaron». Huellas árabes, pasado fenicio y herencia romana: el rompecabezas queda completado. «Hacer estos vinos no es un paso atrás, por favor», advierte. «Es justo al revés: es hacer vinos con las variedades que nos trajeron las legiones romanas». 

Y Pepe Mendoza cierra los ojos. Vuelve a soñar. «No es tarde para los vinos españoles», suspira, convertido ya en esa máquina de regalar titulares que presagiaba. «Si soy bueno es porque he fallado mucho», sonríe. «Porque aquí, o ganas o aprendes», concluye mientras señala hacia sus vides, que denomina con ingenio «campo de experimentación». La cuna de una producción corta, apenas 90.000 botellas cada año, vendimiadas en esta parcela con orientación a los cuatro vientos de donde no aparta la vista. Doce hectáreas a 400 metros de altitud formando un cuadrilátero casi perfecto, viñas que huelen a mar (el Mediterráneo se oculta a solo cuatro kilómetros) y hacen magia en la boca en comunión con el paisaje. «Esto es un pequeño paraíso», concluye Pepe.

Como sus vinos.

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