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Doce menos cuarto en el hermoso reloj de la casa Morera de Ruzafa que remata los corredores superiores de la plaza de toros cuando entra Pablo Casado en el histórico coso de la calle Játiva ... . Aprieta el sol, hasta el punto de registrarse poco después el desmayo de un asistente. Pero todavía aprieta más el invitado más esperado, el gran dominador de esta mañana de reencuentro del PP consigo mismo. Aprieta sobre todo una ausencia. La de Rita Barberá, una presencia invisible que se corporeiza en cada discurso y cristaliza además en los comentarios recogidos entre los asistentes. «Cómo hubiera disfrutado Rita», se lamenta un militante del PP de la capital. Se llama Roger, exhibe un dulce acento latinoamericano y también una lucidez extraña en un momento de efervescencia generalizada, con los sentimientos de la militancia a flor de piel. «Todo esto, todos estos discursos», señala, «están muy bien pero lo importante es ganar las elecciones. Y sin el voto joven eso es imposible. Ahí es donde hay que atacar: en los jóvenes. El PP tiene que atraer a los jóvenes». Y vuelve a suspirar mirando al cielo: «Yo noto que ahora al menos hay esperanza, la verdad. Creo que a Rita le hubiera encantado estar aquí».
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Como ocurre con Roger, entre el conjunto de los asistentes domina esa misma sensación: la de un partido entero tendido en el diván para una sesión de psicoanálisis colectivo, retransmitida en directo. Un partido necesitado de recuperar la autoestima, algunos de cuyos miembros examinan con lupa el mensaje de sus líderes. Hay quien opina, como Marta, que se dispone a volver a su Aldaia natal «muy satisfecha», que todos los discursos «han estado muy bien». Y quienes, por el contrario, ocupan los bancos destinados a los afiliados alicantinos y echan de menos que María José Catalá mencione el Ayuntamiento de su capital en su intervención: gesto contrariado cuando su secretaria general reivindica a Madrid, Málaga o Zaragoza pero se olvida de Alicante. Y hay quienes, como el oriolano José Manuel, echan de menos otra cosa: a sus compañeros, llegados como él desde la patria de Miguel Hernández, que forman parte del nutrido grupo de incondicionales que se han tenido que quedar en el exterior de la plaza. «Yo me he colado», sonríe. «Es una pena que no puedan ver esto, es impresionante», añade. No, José Manuel no estuvo en otras jornadas de éxtasis popular semejantes a esta mañana de octubre, así que no puede comparar lo que ven sus ojos con aquellos días de gloria pero se confiesa «emocionado». ¿La palabra que resume sus sensaciones? «Satisfacción».
Se trata de una satisfacción contenida, porque el discurso de Casado se alarga más allá de lo aconsejable, el sol arrecia y sólo las menciones a Rita Barberá refrescan la mañana. Son las únicas referencias al pasado inmediato de esas siglas, a pesar de que entre el público asoman Francisco Camps y algún otro representante de la vieja guardia. Pero Camps no merece ni un gesto, ni una palabra de quienes van desfilando por el escenario: como si una parte de esa historia del PPCV se resistiera a someterse al mismo ejercicio catártico que este domingo al menos servía para reivindicar el legado de la popular exalcaldesa. Doblemente popular.
No la olvida por ejemplo Andrés, un veterano afiliado de Calpe, quien estuvo presente en esta misma plaza de toros en un lejano mitin, donde recuerda haber presenciado la intervención de Mariano Rajoy y, sobre todo, la de Barberá. «Entonces era todo más emocionante», observa. «Pero es que éramos Gobierno y ahora sólo somos aspirantes». ¿Nota más diferencias entre aquellas imágenes, aquel espíritu, y esta convención que también desborda el coso de la calle Játiva? Don Andrés, un caballero reflexivo, se toma su tiempo y proporciona al periodista una frase con pinta de titular: «Entonces había euforia, ahora hay incertidumbre». Aunque apostilla: «Es igual de emocionante».
Emoción resultó en efecto la idea clave para describir la sensación que compartían quienes enfilaban la puerta de salida para tomar el autobús de regreso a casa. Se perdieron el espectáculo de Teodoro García Egea reconvertido al valencianismo por la vía de entonar, estrofa por estrofa y de memoria, el himno de Valencia. En la apresurada salida, casi una desbandada, se mezclaban las pancartas que habían decorado las gradas del coso. Gandia, Xeraco, Silla, Torrent, Llíria, l'Eliana, Elche, Torrevieja, Santa Pola, Sagunto, Benidorm... Tantas pancartas como sentimientos, que pueden resumirse en las palabras que regala Marta camino de Aldaia: «Ahora sí que salimos a ganar».
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