![Ángela Coquilla, abogada: «Las mujeres no podemos fallar; nos están mirando»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202109/22/media/cortadas/1440859848-Ra4wnrTFECHB7Jy6vFPwZ1K-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Ángela Coquillat gesticula mucho y se expresa con las manos mientras su mirada brilla al hablar de hijos, nietos y sueños cumplidos, pero también de sentencias, instrucciones y casos ganados. Presidenta del Consejo General de la Abogacía, vicedecana del Colegio de Abogados, esta penalista ... con treinta años de experiencia a sus espaldas creció de la mano de uno de los letrados más reconocidos en su especialidad, Javier Boix, y ha estado en las salas de los juicios más mediáticos -Terra Mítica, Gürtel- donde reconoce que es «teatrera» y, al mismo tiempo, una convencida de los formalismos que rodean a los tribunales. «Además de la toga, siempre visto de negro; nunca iría con una blusa verde», explica.
-En el instituto siempre fui decidida y me gustaba hablar. En realidad, en mi familia no había antecedentes de abogados, porque mi padre era empresario del calzado -algo habitual en Elche- y mi madre profesora de educación especial.
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-Trabajó con uno de los grandes abogados penalistas, Javier Boix.
-Cuando acabé la carrera no sabía muy bien qué hacer, y Javier me llamó y me dijo: «¿por qué no te vienes al despacho?». Yo siempre he dicho que he tenido dos maestros, Javier Boix y su mujer, Amparo Palop, que se conoce menos, pero que también ha sido una gran abogada. Pero a mí empezó a gustarme penal. Es verdad que raro es que al estudiante de Derecho que le preguntes, que la asignatura, Penal, no sea la que más le gusta, porque es la que más morbo tiene.
Hace poco que se ha mudado a otro despacho, y con ella se ha llevado las fotos familiares y algún que otro recuerdo profesional. En una esquina, una 'Nespresso', porque confiesa que necesita varios cafés diarios. Sobre la mesa, un cigarrillo electrónico sin nicotina, porque hace poco que ha dejado de fumar. «Me estaba quedando sin voz».
-No hay muchas mujeres penalistas, ¿ha sentido discriminación en algún momento por ello?
-En la profesión nunca me he sentido diferente, ni me han tratado peor por ser una mujer; he estado en muchísimos juicios donde era la única abogada y jamás nadie me ha hecho un mal gesto. Quizás sí ha habido más recelos en el colegio. Después de 260 años, ha costado acostumbrarse a que la decana y la vicedecana de la institución sean mujeres. Desde luego, trabajo hay por hacer, aunque en la Comunitat Valenciana va muy por delante de otras. Hay muchas instituciones encabezadas por mujeres, pero debemos seguir empujando.
-¿Ha tenido dudas?
-Creo que cualquiera que tenga un poco de sentido común las tiene. Yo siempre le digo a Auxi (Auxiliadora Borja, decana del colegio): «no podemos equivocarnos, a nosotras nos están mirando». Es cierto, no podemos fallar; creo que a los hombres se les pasan por alto los errores, a nosotras no. Pero para mí es cómodo trabajar con mujeres, y Auxi y yo hacemos un buen equipo.
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-¿Qué momentos, a nivel profesional, ha sentido que todo el esfuerzo valía la pena?
-Para mí ha habido dos momentos en que yo me he sentido plena. La primera ocasión fue hace muchos años, cuando defendí a una de las personas acusadas en el crimen de Guillem Agulló. Aprendí tanto en aquel juicio… allí me di cuenta de que yo quería ser abogada, que quería hacer lo que estaba haciendo. La segunda fue durante la causa de Terra Mítica, donde se estimó un recurso que yo había presentado, que fue decisivo para mi cliente y que tuvo mucha repercusión. Aquello fue la confirmación de que sí, valgo para esto, porque a veces tienes muchas dudas. Es muy difícil, y no hay un manual que diga qué hacer. Ayuda la jurisprudencia, estudiar mucho, pero al final la decisión es del abogado.
-¿Se siente más segura con el tiempo y la experiencia?
-Sí, pero ya le digo que antes de un juicio estoy mala del estómago, y paso muchas noches sin dormir preparándolo. Cuando trabajaba con Javier y me llamaba por las noches para repasar una y otra vez la estrategia de defensa yo siempre le decía que era un exagerado. Luego lo entendí, que él tenía la responsabilidad, y cuántas veces me habré preguntado: «¿y si me equivoco?». Me levanto siempre con el miedo de que se me pase un correo. Pero es que muchas veces está en juego la libertad de una persona, y eso pesa.
-Usted fue abogada de Álvaro Pérez, el 'Bigotes', durante la rama valenciana de Gürtel. ¿Cómo lo recuerda?
-Fue una época complicada. Ese año me divorcié, pero además era la única abogada que estaba en los dos juicios más mediáticos que había entonces. Lunes, miércoles y viernes con Gürtel, martes y jueves con Terra Mítica, durante seis meses. Cuando acabé no podía parar de llorar. Soy muy emotiva, lo reconozco.
-¿Qué ha cambiado con la pandemia? Los abogados se quejan de las largas esperas en la Ciudad de la Justicia.
-Desde el ICAV hemos creado una app para que los abogados dejen constancia de los retrasos. Yo con la edad lo llevo mucho peor, he perdido paciencia. En instrucción, a la media hora yo les digo que hago una comparecencia y que me marcho. Además, no nos sentimos dignificados. A mí me gusta que el juez se disculpe si ha habido retrasos, suspensiones... Pero si hay algo que llevo mal con la pandemia es la mascarilla. El lenguaje no verbal es importantísimo en penal.
-Aunque no quería estudiar psicología, ¿aprende a conocer al ser humano?
-Sí, y en más ocasiones de las que parece hay que ejercer de psicóloga...
-Usted es de Elche, estudió en Alicante. ¿Se adaptó a Valencia?
-Ahora me siento muy bien aquí, pero al principio la adaptación fue dura. Me había casado muy joven, antes de terminar Derecho, con Salvador Vives. Coincidió que mi entonces marido se vino con su madre a Valencia a la editorial Tirant lo Blanch y Javier Boix montó un despacho en la calle Castellón. Pero si miro atrás, después de tantos años ya no volvería porque, además, mis hijos y mis nietos están aquí.
-Fue abuela joven, ¿también madre?
-No. Nosotros adoptamos, primero a mi hijo Salva, que llegó con dos años, y después a Candela, que tenía tres años y medio.
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-Los procesos de adopción no son fáciles. ¿Cómo lo vivió usted?
-Fue muy lento, se alargó durante dos años desde que tuvimos el primer contacto con la Generalitat. Me acuerdo aquella llamada en el puente de la Constitución, cuando nos asignaron un niño, y estuvimos mes y pico en Bogotá con el procedimiento. Siempre he pensado que valió la pena, porque creo que no estaba preparada para un tratamiento de fecundación, pero sobre todo porque sabía que niños a los que les vendría muy bien. Desde luego, ha sido un lujo tener a mis dos hijos y poder criarlos.
-A veces se complica, además, porque vienen con una mochila de vivencias que es difícil dejar atrás.
-Es cierto, llevaban mochilas, y no fue fácil, pero yo nunca quise dejar de trabajar. Veía importante seguir, porque como abogada penalista no es tan fácil pedir una excedencia y ya volveré. Yo respeto a las mujeres que lo hacen, que están unos años dedicadas a sus hijos, pero en mi caso tenía clarísimo que no me iba a dejar de trabajar. Sí aflojé un poco los primeros años, pero mi pasión siempre ha sido la abogacía y aquí no se puede estar a medias.
-¿Consigue desconectar?
-Regular. Trabajo para Tirant lo Blanch, donde me encargo de la consultoría; tengo dos días para contestar las dudas que me plantean. Además, me encargo de la Revista Jurídica Valenciana, donde leo y selecciono sentencias de interés, el vicedecanato, el consejo, los asuntos del despacho, conferencias... Me distraigo porque voy cambiando pero solo desconecto cuando voy a Jávea.
-¿Qué es lo que encuentra allí?
-No es que haga nada muy especial. Bañarme, andar, leer, hacer puzzles, mandalas… Me relaja mucho. Con la edad necesito actividades zen.
-Con la edad también se conoce uno más...
-Y sé que no necesito dormir demasiado, que con cinco o seis horas tengo suficiente. Me levanto muy temprano y suelo comer en el despacho, porque vivo sola y no me compensa ir a casa. Así aprovecho porque a las siete de la tarde ya no valgo para nada.
-¿Se lleva bien con la soledad?
-Al principio no. Cuando me divorcié no quería salir y tenía la sensación de ser una colgada. Nunca había estado sola, después de más de treinta años casada, pero tras cinco años ahora empiezo a encontrarme mejor. Tanto, que ahora veo complicado compartir espacio con alguien. Los que vienen son mis nietos.
-¿Ejerce de abuela?
-Lo que puedo, porque tengo mucho trabajo y muchas cosas que hacer, y eso me genera cierto sentimiento de culpabilidad. Este verano sí han estado conmigo, porque sus padres trabajaban, y ha sido maravilloso.
-¿Le gustaría coger algún día el testigo a Auxiliadora Borja y ser decana?
-(Ríe) Tengo un despacho difícil para ser decana. Por ejemplo, si me levantan el secreto de asunto a ver cómo lo hago, pero por otro lado le digo que el servicio a la abogacía institucional me ha cautivado.
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