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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Valencia
Domingo, 23 de junio 2019, 01:23
El ruido de pasos se ahoga en el suelo enmoquetado de una estancia elegantemente envuelta en madera, donde nada desentona, donde el orden llega a ser milimétrico. El lugar está rodeado de discreción, en una primera planta, tras un portero en el patio, un timbre y dos puertas, eso sí, justo enfrente de El Corte Inglés donde Antonio Puebla trabajó durante años. Así es el madrileño que adoptó Valencia, y que el diccionario biográfico de la Real Academia de Historia ha definido como uno de los mejores sastres del siglo XX; elegantísimo, perfeccionista y discreto. Quizás porque por este negocio han pasado prácticamente todos los hombres de la clase alta, no solo de Valencia, sino de España, que se han sentado en el sofá que ocupo durante la entrevista y que él se disculpa por no utilizar. «Soy muy activo y hasta para ver la televisión me siento en una silla, no me gusta repantigarme».
-Sastre, parece una profesión de otro siglo. ¿Lo hubiera sido también de haber nacido en el XXI?
-Rotundamente, sí. Y le cuento mis inicios. Con nueve años entré para prepararme como sacerdote salesiano, quizás por vocación, o porque en aquella época una de las pocas maneras de estudiar era irse con los curas. Y le digo que los mejores años que he pasado en mi vida han sido en los Salesianos. Cuando con 18 años terminé Filosofía, me senté un día con mi madre, que tenía unas cincuenta chicas en su taller de costura, y me puse a picar un cuello como si lo hubiera hecho toda la vida. Mi abuelo dijo: «mira qué facilidad tiene el niño, ¿por qué no le enseñas?». Empecé con unas bragas, un sujetador, unas enaguas. No tenía horas y disfrutaba con lo que hacía desde el primer día. Como un pintor ante un cuadro me he sentido con el carboncillo, o la plancha.
-Hay ocasiones en que la profesión invade el resto de aspectos de la vida. ¿Hasta qué punto es así en su caso?
-Voy por la calle y me voy fijando en cómo viste la gente, en el tipo de material que llevan. Llego a un restaurante y lo primero que miro es si las servilletas son de lino o de algodón. Pero es que yo recuerdo a mi madre cuando íbamos por la calle en Madrid cómo se adelantaba unos pasitos para acercarse a una señora y tocarle la tela del vestido, discretamente. Ser sastre va conmigo a todas horas, igual que el médico o el sacerdote lo son todo el día, porque lo llevo en la sangre.
-¿Su madre estuvo feliz de ver que se dedicaba a lo mismo que ella?
-Mi madre murió muy joven y a mí me hubiese gustado que viese hasta dónde había llegado su hijo, lo que ella me transmitió pero, de todas formas, yo llevo el espíritu de mi madre dentro.
-¿Lo siente?
-Sí. Hay veces que estoy en el probador y parece que oigo una voz que me va diciendo: «esto es de esta forma, o de esta otra». Y lo hago.
-¿Y su padre?
-Mi padre trabajaba en Televisión Española, era director artístico, se encargaba de las actrices, era muy amigo de Matías Prats, los dos cordobeses.
-¿Tenía también esa parte más artística?
-Es que yo creo que he sacado algo de mi abuelo paterno, porque el sepulcro que sacan en las procesiones en Córdoba y Castro del Río lo hizo mi abuelo, que era un tallista muy bueno, muy reconocido. Y lo mismo podría haberme dedicado a algo relacionado con la carpintería, porque de pequeño, con plastilina, hacía unas figuras con una facilidad tremenda. Pero la sastrería me ha llenado todas las horas del día y he disfrutado.
-Si usted mira atrás, ¿está satisfecho?
-Satisfecho nunca estás del todo, porque voy buscando la perfección y no la encuentro. Conforme van pasando los años vas sabiendo más porque nunca se termina de aprender, porque el día que diga: «ya lo sé todo», te anquilosas y te conviertes en uno más.
-¿Cree que existe la perfección?
-La absoluta no, pero nunca estoy satisfecho con nada de lo que he hecho, únicamente una vez, cuando trabajaba en El Corte Inglés de Madrid. Era 24 de diciembre y ese día invitaban los departamentos a una copa. A las dos de la tarde, ya cerrando, llegó un señor y yo ya estaba medio borracho. Le probé, y cuando al cabo de los días vi terminado el traje no he visto en mi vida un diseño tan perfecto como ese. No lo he vuelto a hacer igual.
-¿Piensa que su mejor obra está por llegar?
-Es que yo, además, he tenido la grandísima suerte de tener clientes exigentes que me han hecho progresar, porque si te acomodas…
-Si yo le preguntara, por ejemplo, las medidas de Zaplana, ¿las sabe?
-Sí, pero no las diría. Me sé las medidas de mucha gente.
-Usted ha tenido delante a todas esas personas en ropa interior. ¿Eso crea algún tipo de confianza mayor? ¿La gente habla más?
-Por supuesto. Tener en el probador a una persona en calzoncillos te acerca a él, y te conviertes en su confesor. Ahí dentro me han contado lo inconfesable, y todo eso queda ahí, como en el confesionario, porque saben que eres una persona íntegra.
-¿Cree que ha sido importante esa integridad en su profesión?
-Para mí ha sido importantísimo que me contaran cosas y que luego se me olvidaran. Creo que el haber estudiado para sacerdote me ha servido. Allí nos enseñaban a no juzgar, a aconsejar; lo he revertido en mi vida a diario y creo que lo he hecho bastante bien, porque al minuto se me ha olvidado. ¡Alzheimer puro!
-¿Qué más quedó en usted de aquella aspiración a ser sacerdote salesiano?
-Me gusta escribir, sobre todo versos; ese plano filosófico me caló, aunque no lo hago tan a menudo como quisiera.
-Pero tiene otras aficiones.
-Por ejemplo, he jugado mucho al fútbol, pero ahora el físico ya no me deja.
-Lleva un escudo del Valencia.
-Este escudo me lo regaló Agustín Morera cuando fue presidente y me lo pongo en ocasiones, como ahora, y no es que lo tenga en plan chaquetero. Es cierto que soy del Real Madrid, pero cuando viene a jugar aquí quiero que gane el Valencia o el Levante, porque el hombre no es de donde nace, sino de donde pace.
-¿Cuánto tiene de madrileño y cuánto de valenciano?
-Mis hermanas viven en Madrid, tengo muchos clientes, pero he encontrado en esta ciudad una comodidad que no tengo allí. Y desde aquí he logrado hacer muchísimas cosas que quizás las hubiese logrado antes de estar en la capital, pero la calidad de vida aquí es inmejorable, y me siento más lleno. Mis hijos vinieron de pequeños, la niña con tres años y el niño con ocho meses, y los dos se consideran valencianos aunque nacieran en Madrid. Es una ciudad que Rita Barberá puso en órbita, bonita, cómoda, y donde puedo ir, por ejemplo, a restaurantes buenos sin tener que irme a Madrid.
-¿Le gusta la buena vida?
-¿A quién no? Pero en ese aspecto soy camaleónico; para mí es más importante dónde dormir que qué comer.
-¿En qué momento ha sentido que esto vale la pena, que vive por su profesión?
-Simplemente el vivir ya merece la pena, el que las personas confíen en ti para que les hagas algo, es un agradecimiento tremendo. Yo le estoy agradecido a todo el mundo, porque todos me aportan algo de lo que yo aprendo. Lo que hay que tener siempre es la mente muy abierta porque hasta el más tonto del pueblo te va a enseñar algo, con todo mi respeto. Igual, si te puede enseñar algo, es porque no es tan tonto.
-¿Tiene mujer?
-Soy viudo.
-Supongo que es duro.
-Cuando de repente te deja la persona con la que compartes tu vida, todos los esquemas cambian por completo. Tienes que seguir, es cierto, pero la vida sigue de otra manera, ya no estoy deseando salir para llegar a casa y verla, y irpasear, irse a cenar… ahora soy yo y mi soledad.
-¿Se aprende a vivir con la soledad?
-He aprendido porque siempre he sido muy independiente, y la soledad no es mala, siempre que sepas llevarla bien. Lo es si te encierras en ti mismo, en ese momento te mueres enseguida. Hay que aprender a estar solo dándote a los demás.
-Usted lo ha hecho.
-Y lo hago todos los días. Una de las cosas más importantes que te enseña el cristianismo es aprender a darte. Hay cosas que se maman desde niño y lo llevas dentro.
-¿Sus hijos han seguido sus pasos?
-No.
-¿Le duele?
-Es elección de ellos, lo mismo que fue mía. Cada uno que sea lo que quiera y que sea feliz en lo que hace.
-¿Alguno ha sacado la vena artística?
-Mi hijo es diseñador gráfico y le encanta la fotografía, es bastante virtuoso. Mi hija no, que es asesora fiscal (ríe).
-¿Ha enseñado a alguien?
-Pertenezco al Club de Sastres y mis compañeros de Madrid me dicen: «¿por qué enseñas cómo lo haces? ¿no ves que te pueden copiar?». Pero pienso que por mucho que transmita todo lo que sé, no van a hacerlo como yo porque mi espíritu es mío, la gracia la tiene uno mismo. Los alumnos de Velázquez pintaban muy bien, pero Velázquez solo hubo uno. Además, ¿qué me voy a morir, siendo el más sabio del mundo? No. Hay que transmitirlo.
-¿Es abuelo?
-Sí, tengo un nieto. A mí me han gustado mucho los niños, cuando los míos eran pequeños jugaba muchísimo con ellos, si hacía falta me ponía a gatas, y les he consentido lo que no está escrito. Luego me dediqué a trabjaar y fue mi mujer quien se encargó de ellos.
-¿Cómo han querido que fuera. Qué parte cree que viene de usted?
-Puede que hayan aprendido a ser muy trabajadores, además, los dos son muy agradables, y mi hijo es también muy gracioso. Son chicos muy sensatos y equilibrados y estoy orgulloso.
-Tiene sentido del humor.
-Le voy a contar algo. En la época que yo era niño, las mujeres en los matrimonios lo pasaban fatal, los hombres se iban de juerga y volvían cuando querían. He visto llorar a mi madre por ello pero también la he visto reír tumbada en el suelo de lo gracioso que era. Y parece que compensaba. Yo no he querido ser ni una cosa ni la otra.
-¿Alguna vez ha pensado en retirarse?
-Nunca. Hasta que me muera. Moriré con la aguja, o la tijera, en la mano.
-¿Eso lo tiene claro?
-Sí, porque he practicado golf, por ejemplo, pero pienso: «¿qué hago yo pegándole a la bolita si lo que quiero es estar aquí?».
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