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Cuando esta entrevista salga publicada, Antonio Puebla habrá dejado la aguja para siempre. Sí, en una entrevista de hace tres años dijo que moriría con las botas puestas, pero se ha visto obligado. Firmó el pasado martes la venta de su negocio en la ... calle Don Juan de Austria, justo enfrente de El Corte Inglés, donde durante tantos años, primero en Madrid, luego en Valencia, hizo trajes a medida a personalidades del mundo del espectáculo, la sociedad o la política.
Con él finaliza un oficio, el de sastre, vinculado a una época en la que no existía prácticamente el traje confeccionado. Ha vestido a Salvador Dalí, a Charlton Heston o a Julio Iglesias, pero también a José María Aznar, Eduardo Zaplana o Rodrigo Rato. A personalidades de la sociedad valenciana como Carlos Pascual o Jesús Barrachina, hasta sumar un listado de miles de clientes desde Nueva York hasta Shanghai pasando por Londres o Dubai que se han quedado en calzoncillos en su probador. Antonio Puebla se va sin mirar atrás con la conciencia tranquila, sabiendo que lo ha dado todo y que ha amado su profesión por encima de todas las cosas.
-Se jubila. ¿Por qué ahora?
-Todo tiene su final, en esta vida es así. De siempre he dicho que me retiraría si me ponía enfermo o si me quedaba sin operarios. Estoy bien de salud, pero me he quedado solo, porque la gente que está conmigo se ha ido jubilando y me han obligado a mí a hacerlo. Yo hubiese seguido.
-Así que lo hace forzado por las circunstancias.
-Se veía venir porque en España hay cada día menos gente que le guste estar horas y horas en este oficio, porque es muy esclavo. Por ejemplo, esa chaqueta (tiene un maniquí con una prenda a medio hacer, una de las pocas cosas que se ha traído de su local) son más de 74.000 puntos. Es artesanía, una obra de arte.
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-¿A quién se lo enseñó usted?
-A mí el oficio me lo enseñó mi madre. Yo con nueve años entré a estudiar para sacerdote salesiano y salí con dieciocho para estudiar Filosofía. A esa edad me senté con ella, me puse a picar un cuello y mi abuelo materno dijo: «mira qué facilidad tiene el niño». Se ve que por mimetismo, por verlo de pequeño, no lo sé... a mis hermanas nunca les interesó, sólo a mí. Lo primero que me enseñó fue a hacer unas bragas y un sujetador y luego ese aprendizaje lo utilicé para hacer ropa para circo, por ejemplo a la Polaca. En realidad, todo lo que me enseñó mi madre me ha servido mucho en la vida.
Antonio Puebla nos recibe en su casa, en un precioso ático en el Ensanche valenciano donde se trasladó después de morir su mujer. Entre los recuerdos, fotos de ella, también de la tienda, una pequeña cocina donde cocina sus platos preferidos -migas, salmorejo, huevos fritos-, y un vestidor donde todos sus trajes están enfundados y donde tiene una fabulosa colección de camisas, todas bordadas.
-¿Le ha servido este momento de retirada para pensar en todo lo conseguido, en mirar atrás?
-En esta vida para ser feliz hay que tener mala memoria. Si un día sale muy lluvioso, coges un paraguas. Si sale sol te desabrigas. Hay que adaptarse. No me acuerdo absolutamente de nada y no soy envidioso, cosa que es importantísima, y más en un oficio artesanal como éste... ayudo a quien tenga que ayudar y regalo lo que tenga que regalar.
-Cuénteme su experiencia con Dalí.
-Don Ramón Areces (fundador de El Corte Inglés) le regaló el primer traje, y recuerdo que cuando salió del probador y le preguntó cómo se veía le respondió: «en el mundo hay dos divinos, yo y éste», señalándome a mí. Así que a partir de ahí me llamaron el Divino Puebla. Otra anécdota: Dalí era lo más sencillo que pueda imaginarse dentro del probador, él decía que ahí dentro el artista era yo, pero cuando salía se transformaba, actuaba. Eso sí, he tenido la suerte de contar con clientes muy exquisitos, clientes que me han hecho crecer y no adocenarme.
-¿Se puede decir algún exquisito?
-Cuando yo llegué a Valencia mi primer cliente, que además me sirvió de reclamo, fue Jesús Barrachina. Él iba pregonando que había llegado un chaval joven que lo hacía de maravilla. Uno de los más exquisitos, al que yo quiero con locura, ha sido Carlos Pascual de Miguel. Otro cliente bueno ha sido Eduardo Zaplana. A Mariano Rajoy, que va de confección, le regalé una corbata verde que se puso el día de la investidura. Conocía mucho a su suegro.
-También ha tenido clientes fuera de España.
-En Nueva York tengo 138, y se juntan varios y me pagan el billete para que vaya. En Londres, el dueño de la aseguradora Joy Insurance venía a jugar al golf al Saler, y cuando le hice el primer traje me trajo a todo el consejo de administración de su compañía, a sus amigos...
-¿Cuánta gente le ha dicho: ¿qué hago yo ahora?
-Estoy diciendo muchas veces, lo siento mucho. Les he dado los nombres de personas a las que yo le he enseñado y, además, les he regalado el patrón, para que lo tenga más fácil quien le haga el traje a partir de ahora.
-Podría no regalarlos.
-¿Para qué los quiero? ¿Para romperlos? ¿Qué voy a ser, el más rico del cementerio? A mí me gusta mucho la anécdota de Alejandro Magno, que dijo que quería que detrás de su funeral fueran soltando toda su riqueza, y que le enterraran con las manos fuera del ataúd, para que vieran que sin nada llegó y sin nada se fue.
-¿Le han contado muchas confidencias?
-Yo puedo escribir un libro sobre lo que he escuchado en el probador. Pero, ¿qué gano? En esta vida, para ser feliz hay que tener mala memoria. A mí me vino muy bien haber estudiado para sacerdote salesiano, porque en el colegio te enseñaban lo del secreto de confesión, y que eso tenía que morir contigo. En el probador he visto y he oído cosas impresionantes. Olvidado todo.
-Usted ya sabe qué es pasar página. Por ejemplo, cuando murió su mujer.
-Fueron ocho meses que no se los doy a pasar a nadie. Pero llegó un momento en que dije: «yo no tengo la culpa de lo que ha sucedido. Tengo que vivir». Y me puse a vivir. Todo lo que he hecho ha sido trabajar, pero me gusta mucho viajar. Yo me relajo cogiendo el coche, con la COPE puesta. Conozco toda España así, que es como mejor se conoce un lugar. Me gusta viajar por el mundo también. Recuerdo que mi mujer murió el 25 de diciembre de 2007. Teníamos billetes para irnos a Bora Bora y me devolvieron sólo el de ella. Fue el primer viaje que hice solo y me aburrí como una ostra, porque no hay mucho que hacer allí, que yo soy culo de mal asiento y no se me caerá la casa encima. ¿Sabe lo que más me gusta? Meterme en las librerías y entrar en las ferreterías; me encantan, los tornillos, las tuercas, las sartenes, las ollas... todo lo que tenga que ver con la cocina.
-Pero ha trabajado muchísimo. En su negocio sí le hubiera caído encima.
-Es cierto. Empezaba a las siete de la mañana y volvía a las doce de la noche. Mi mujer me llevaba la fiambrera, comía y seguía. He trabajado sábados y domingos, pero es que cuando haces algo que te gusta es un hobby, una distracción, no un trabajo.
-¿Volverá a coger la aguja, aunque sea en casa?
-No, ya está. Se acabó.
-¿Nunca más?
-La pena es que yo cada vez sé más, porque lo malo es anquilosarse. Y ahora lo hago con una facilidad tremenda.
-¿Ninguno de sus hijos le ha querido seguir?
-Lo intenté, pero no lo conseguí. Me hubiera gustado, pero es cierto que es una profesión muy vocacional.
-¿No volverá a Madrid?
-No, porque el hombre es de donde pace, no de donde nace, y yo me considero totalmente valenciano. Me gusta la tierra, la gente, lo plana que es, que se puede ir a todas partes andando. Y mis hijos están aquí.
-No se va a quedar viendo la tele.
-Desde luego que no. Excepto los partidos de fútbol y el programa Saber y Ganar, que me encanta. Seguiré viajando, comiendo...
-Sé que lo pasó mal cuando murió hace poco una persona muy especial para usted, Pepe Barranqui.
-Él era como un hermano para mí. Siempre había una mesita en el restaurante l'Olleta, en Altea, reservado para nosotros. Ha sido difícil...
-Llega un momento en que empiezan a morir amigos, gente de su misma edad...
-Le digo algo. Murió mi madre, mi padre, mi mujer y murió mi perro, Nacho. Yo ahí era un mar de lágrimas, en mi vida he visto llorar a alguien como a mí. Hasta Jesús Yanes decidió regalarme una figura en plata de Nacho. La tengo en un sitio privilegiado.
-Me ha confesado que le gusta mucho el Selfi de Elena Meléndez. ¿Me deja que le haga algunas preguntas cortas?
-Perfecto.
-¿Qué le hubiera dicho a tu yo de diez años?
-Cómo te lo has currado. En mi vida he elegido a la gente que trabajaba conmigo por cómo andaban porque para mí lo más importante siempre ha sido la actitud. Lo demás se aprende. Cuando nací, Antonia la partera le dijo a mi madre: 'Ana, has tenido un estresado'.
-Un recuerdo de la infancia.
-Me acuerdo siempre de mi madre viéndola coser. Una trabajadora nata.
-¿Cuál es el defecto que menos le gusta de los demás?
-Que sean envidiosos.
-Un secreto para ser feliz.
-Tener mala memoria.
-Comida y bebida preferidas.
-Black Label, Alion, Contino Reserva, 904, y un par de huevos fritos, las migas y el salmorejo.
-¿Cómo le gustaría despedirse?
-Hasta siempre. Siempre estaré al lado de quien me necesite.
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