Decía Miquel Navarro en una entrevista hace unos años que él antes de dormir se toma una o dos copitas de vino para descansar mejor, que ya tuvo una época mala cuando murió su madre, la persona por la que se quedó para siempre en Mislata, en el lugar que le vio nacer, y donde en poco tiempo quedará para la posteridad el museo que albergará parte de su obra. Pero no era sólo por su madre. Miquel Navarro tampoco se veía con muchas ganas de cruzar el charco como hicieron otros, Manolo Valdés, por ejemplo. No se imaginaba renunciando a contemplar el cielo azul del Mediterráneo y los colores de su buganvilla por las mañanas. Quizás hubiera tenido más repercusión internacional. No le ha importado. Quizás porque Miquel Navarro ha mantenido los pies en una realidad que desde los diez años le hacía levantarse a las cinco de la mañana para ir al mercado de Abastos, desde que su padre murió y tuvo que mantener a la familia, formada por él y su madre.
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Miquel Navarro siempre supo que quería ser escultor, o artista, o la palabra que quisiera ponerle a aquello de crear, y que comenzó de pequeño con el barro, «como cuando me decían eso de 'no hay Reyes porque no hay dinero' y yo me inventaba el juego». Contaba en una entrevista a LAS PROVINCIAS que su madre quería que fuera administrativo porque para aquella generación, el hecho de estar sentado en una oficina, calentito en invierno, resguardado del sol en verano, eran palabras mayores. Casi como un marqués.
La Fundación Miquel Navarro, que se creó a finales de 2020, comienza a tenerapoyos privados, como el de Global Omnium. La sede de la fundación estará ubicado en su actual taller, donde Miquel Navarro guarda un tesoro oculto, un refugio de la Guerra Civil que podrá visitarse.
Pero aquello no le interesaba, para nada, a Miquel Navarro, que sin embargo siempre tuvo contenta a su madre porque currar, curraba muchísimo. Por eso odia la pereza, una palabra maldita en generaciones anteriores porque significaba no tener para comer. En realidad, su madre le aceptaba todo, desde su vertiente más artística y también su orientación sexual, aunque no fuera algo que se hablara explícitamente. «Mi madre quería mucho a Rafa». Se refiere a Rafa Marí, periodista de LAS PROVINCIAS, una de las personas más cultas que él, y muchos de nosotros, hemos conocido, una persona que siempre ha estado a su lado. Aunque él siempre tuvo claro lo de los espacios propios. Que ni siquiera había que repetir patrones de relaciones heterosexuales, que son amigos, se respetan y se escuchan. «Su madre también me preparó la cena muchas veces», dice Miquel Navarro, y con esa frase todo está dicho. Porque desde el primer día compartieron casa, cena, familia. Sin tener que dar explicaciones, ni a sí mismos ni a nadie más.
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Miquel Navarro va camino de los 76 años y con la pandemia no sale demasiado de casa. Cumple con las restricciones y no tiene mayor problema con ello, porque cuando se abre la puerta de su casa es fácil ver que Miquel se ha construido un universo donde no necesita mucho más. Como ya hizo en su momento, pese a las oportunidades de instalarse en Chicago, en Nueva York, se quedó. Ahora su mundo se estrecha con las costumbres adquiridas a lo largo de los años. Como la de hacer la siesta. ¿Hubieran entendido ese concepto en Estados Unidos? Quizás no, quién sabe. Lo hubieran tomado como algo característico del exotismo de un artista español. Pero es que Miquel tiene muchos vicios españoles, o más bien valencianos. Como el de ir a comprar al Mercado Central, y saber de dónde adquirir el mejor producto. Le viene de su época del mercado de Abastos, pero también de su gusto por cocinar, siempre que no sea por obligación. No habla de paellas, sino de un gazpacho manchego, un guiso o un puchero, de esos que llevan gallina vieja para hacer buen caldo.
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Con la pandemia, el artista muestra además ese estoicismo de quien acepta lo que no puede cambiar. «Como no soy sanitario no sé opinar del virus, y como no soy político tampoco sé cómo llevarlo», dice. Miquel Navarro piensa en su obra, en la futura y en la que va quedando. Está en ese momento de la vida que le permite mirar con serenidad cómo va a ser el legado que deje y tener la dignidad de seguir creando. Es muy importante para él ese concepto. De no llegar a los 90 años trabajando si no es con sus capacidades artísticas intactas. Sigue ilusionado, y el futuro museo le mantiene muy vivo y activo. Su madre hubiera estado orgullosa de él, sobre todo por ver que ha seguido fiel a su origen, a los valores que aprendió de niño, a la necesidad de seguir en contacto con la tierra, la huerta, Valencia, el Mediterráneo. Mislata. El paisaje urbano en el que creció, las ciudades que tanto le han inspirado, sus premios, sus viajes. El orgullo de ver su obra en las calles por donde transita, incluso aunque le pinten de rosa la 'pantera rosa', que no era ni rosa ni pantera. Pero él se siente querido y lo acepta.
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