Elisalex, de apellido Löwenstein-Wertheim-Rosenberg, se asoma con algo de timidez al hall de un céntrico hotel de Valencia donde se aloja el fin de semana. Seguro que no saben quienes se cruzan con ella que se trata de una auténtica princesa alemana, emparentada ... políticamente con los Habsburgo, quienes fueron emperadores del Imperio Austrohúngaro hasta la Primera Guerra Mundial. Pero Elisalex hace un gesto con la mano, como apartando de sí algo que ya es papel mojado en Alemania, donde no se pueden usar los títulos. Diferente es en España, y ella misma se casó con un noble -como correspondía en aquella época-, el valenciano José María Trenor Suárez de Lezo, marqués de Serdañola, y que falleció hace diez años de un cáncer. La visita de Elisalex a Valencia tiene que ver, precisamente, con su familia política; hijos, nietos y bisnietos de quien era su suegro, José María Trenor de Arróspide, se reencuentran después de unos años sin verse, repartidos como están por toda Europa. Cuenta Elisalex que fue una persona fascinante, aviador, que estuvo detrás del nacimiento de la compañía Iberia. Pero también la princesa alemana tiene una historia que contar, sobre todo después de morir su marido...
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-¿Qué pasó en aquel momento?
-Cuando me quedé viuda decidí irme al festival de jóvenes de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina. Mis hijos me preguntaron que dónde iba, pero yo tenía claro que quería hacer cosas nuevas. Allí, Magnus MacFarlane-Barrow, fundador de la oenegé Mary's Meals, dio una charla para miles de personas que me impactó muchísimo. Tanto que, como estábamos en la misma pensión, me acerqué a él y le pregunté si tenía a alguien en España.
-¿Qué hace en la oenegé?
-Despertamos la conciencia en la gente de que hay niños, que son como los nuestros, que tienen unas perspectivas de futuro muy malas. Que si no comen no pueden estudiar. Trabajamos en 19 países, compramos el alimento base localmente, lo llevamos al colegio, vienen las madres, cocinan y se come allí mismo, para que sean los niños los que se alimenten. Y la realidad es que cuando han comido bajan las enfermedades, se incrementa la asistencia y, al año, suben las notas. Ya hay niños que han terminado la universidad o que tienen otras perspectivas de futuro.
-¿Fue determinante el hecho de quedarse viuda?
-Tenía mucho tiempo y quería estar ocupada, pero para mí fue una llamada. Yo tenía la sensación de que iba a explotar si no abría la boca y hablaba con aquel señor. Casi no podía ni tragar. Y desde entonces he estado cuatro veces en Malawi, me he involucrado muchísimo y me ha llenado como nunca hubiera imaginado.
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-Usted es una alemana viviendo en España. ¿Cómo llegó aquí?
-Yo viajaba mucho a Madrid porque mi hermana se había casado allí y un fin de semana me propuso ir a Barcelona; querían crear el cuerpo auxiliar de la Orden de Malta. Yo conocía a Menchu Trenor porque había coincidido con ella en una peregrinación a Lourdes, también a su padre, que era un señor maravilloso. Y recuerdo entrar en aquella sala llena de gente vieja (ríe) y al fondo ver a dos chicos jóvenes, uno alto y bien parecido. Se parecía muchísimo a Menchu; le pregunté, me presenté y fue un auténtico flechazo. Nos conocimos un 27 de marzo y nos casamos el 25 de junio de ese mismo año. Ya éramos mayores, yo tenía 28 años, él 33, viviendo en dos países distintos. Y era difícil. Así llegué a Barcelona, sin conocer a nadie, con mi español nefasto.
-¿Le costó adaptarse?
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-Sí, pero la gente siempre se portó muy bien conmigo. No sabía el idioma, tampoco las costumbres, metía la pata continuamente, me confundía… (ríe).
-¿Cómo era su marido?
-Era encantador. Ingeniero, empresario, un hombre muy trabajador, buen padre de familia, deportista, divertido, simpático... Se murió demasiado temprano hace ya diez años. Había palabras que para él significaban mucho, como amigo o familia.
-Los Trenor ha sido una de las grandes familias valencianas. También el suyo es un apellido noble...
-Somos un macroclan por los dos lados; yo tengo seis hermanos. Para mí la familia como base es fundamental, el pilar en el que puedes apoyarte, y no solo la de primer grado. Siempre he intentado hacer honor al apellido que llevo, me lo enseñó mi padre. Cuando era joven y trabajaba de voluntaria en un hospital publicaron una foto en la que aparecía yo y donde se decía que en el hospital «hay una auténtica princesa entre nosotros». Yo estaba contenta, imagine, que hablen de ti en un periódico. Pero mi padre me dijo: «sí, la foto es bonita, pero tú no eres ni mejor ni peor que nadie; si tienes ese título es porque hace siglos alguien hizo algo bien. Y si tú haces algo mal no es malo solo para ti, sino que manchas ese apellido. Al contrario, si haces algo bien se da por hecho, así que procura siempre actuar en consecuencia». Aprendí que cada persona vale por lo que hace y dice, o por lo que no hace y no dice. Y nada más.
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-¿Ha echado de menos Alemania en estos años?
-No, echo de menos a la familia porque España es ya mi país. No soy española por papeles, porque por diferentes razones siempre me olvidé de pedir la nacionalidad. Y mis hijos son de aquí, aunque les guste ese parentesco alemán y tengan mucha relación con la familia.
-¿Puede confirmar entonces que el carácter español es distinto al alemán?
-Sí, pero es cierto que yo soy del sur de Alemania y las diferencias con el norte son muy evidentes. Además, mi madre era italiana, así que me influyó.
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-¿Cómo era su vida antes de llegar a España?
-De soltera estaba en un cuerpo auxiliar de ayudante de enfermería, me encantaba. Sobre todo estar en hospitales, de voluntaria, en los partos, con los enfermos, donde hacía lo que me mandaran, ya fuera darles de comer, lavarlos... También participé en diez peregrinaciones a Lourdes con un tren alemán que viajaba con enfermos muy graves, postrados en la cama, a los que había que ayudar en todo. Después de casada me involucré en Aldeas Infantiles, también en Cáritas, pero hasta ahora nunca había cogido el mando.
-¿Le ha cambiado?
-Me ha hecho darme cuenta de más realidades, apreciar a más personas; he visto que hay muchísima gente buena en el mundo, que me han sorprendido porque me han dicho que me iba a ayudar, aun sin esperarlo.
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-¿Cree que ha encontrado su propósito, algo por lo que luchar cada día?
-Absolutamente. Vi que no estaba sola en el mundo, aunque a veces cuesta más darse cuenta. También que una puede tener todo lo que desea, pero si es para uno mismo, provoca una insatisfacción tremenda. Ver que ayudando, en lo que sea, hay gente a la que le cambia la vida es una felicidad difícil de explicar. Y me acuerdo de esas mujeres que llegan a las cuatro o cinco de la mañana de sus casas, sin luz que les guíe, que están acostumbradas a trabajar sin descanso y que así y todo casi no pueden salir adelante. Cuando yo llegué tenía miedo de ser la blanca, pero te miran de tú a tú. Eres una mujer como ellas, que hace su parte, como ellas.
-Eso también es un aprendizaje. Hay mucho de superioridad en la mentalidad europea de ir a allí a ayudarles porque ellos no saben salir adelante.
-Es un aprendizaje enorme, y de valores compartidos. Una vez le preguntaba a un señor sobre su familia, y me contaba que tenía tres hijos y dos más, porque él ganaba bien y pagaba los estudios también a sus dos sobrinos, Decía que era lo normal porque su hermano tenía una situación difícil.
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-¿Cree en el ejemplo?
-Por supuesto. Mis hijos siempre se han involucrado, y toda mi familia lo hace de una forma activa. Pero además, mi lucha es para que se respete a la gente de otros continentes. Nunca podría ser racista. Desde muy pequeña me enseñaron que somos todos iguales, que se puede ser diferente por el aspecto pero adentro todos somos personas. Y espero que seamos capaces de darnos cuenta de ello, que solamente la suerte hace que nazcamos en uno u otro lado.
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