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Alfonso Manglano, en una de las salas del Museo de Bellas Artes, una pinoteca a la que le fascina ir.

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Alfonso Manglano, en una de las salas del Museo de Bellas Artes, una pinoteca a la que le fascina ir. Damián Torres

Alfonso Manglano: «Soy duro con mis hijos porque quiero que aprendan a ser libres»

La vida le dio otra oportunidad y define a su segunda mujer, Eva Marcellán, como una persona de «bondad infinita». Padre de familia numerosa, cree que con Irene, la quinta de sus descendientes, ya lo hará bien. Reconoce sin embargo que a su edad parece abuelo y tiene poca paciencia

María José Carchano

Valencia

Sábado, 3 de agosto 2019, 23:48

¿Se puede tener una carga genética más potente que la que lleva Alfonso Manglano Beneyto? Probablemente sea complicado intentar estar a la altura de una ristra de antepasados con apellidos nobles, como Romero de Tejada o Fitz-James Stuart, donde los ideales y el compromiso han sido motor de vida durante generaciones; conjugarlo a la vez con una familia materna llena de emprendedores y una progenitora política y society como Mayrén Beneyto. La mezcla podría haber sido explosiva, pero Alfonso Manglano empieza la entrevista hablando de una palabra que acaba de descubrir, 'ágape', que significa, además de una comida, el amor más puro que puede existir. Amante de la pintura, galerista frustrado, este asesor fiscal decide que las fotografías que ilustran la entrevista sean en el Museo de Bellas Artes, y no solo por su afición; Alfonso Manglano se identifica plenamente con uno de sus antepasados, el embajador Vich, que quedó inmortalizado en una escultura en uno de los claustros. «La diplomacia, el saber estar, la cordialidad...».

-¿Hasta qué punto ha sentido la responsabilidad de llevar unos apellidos como los suyos?

-Todos los días. En el caso de mi madre, por ejemplo, que ha sido una persona pública, me convertí en 'el hijo de'. Me ha llenado de orgullo, es cierto, pero al conocernos se han dado cuenta de que somos muy diferentes, que nuestra forma de pensar es muy dispar.

-¿Choca con ella?

-Chocar no, pero sí me afecta mucho lo que dice, y mi libertad queda condicionada. Ella solo te ayuda si se lo pides, pero a partir de ese momento te va a condicionar, porque quiere extender su forma de entender la vida a toda su familia. Mi padre es una persona más discreta. Es decir, son polos opuestos.

-Hace un tiempo, Mayrén, su madre, me comentaba que fue una adelantada a su tiempo, que se separó cuando nadie lo hacía.

-Recuerdo que para mi hermana y para mí fue un shock. Teníamos entonces doce y diez años, y cuando nos lo explicaron decíamos: «¿cómo cuento algo que nadie ha vivido en mi entorno?». En los ochenta solo se hablaba de separaciones, el divorcio no se había aprobado, imagine cómo se vivía en un colegio católico.

-¿Qué les pasó?

-Mi padre nunca entendió a mi madre, y al revés. Y ahí entra la cuestión de la empatía, porque para comprender al otro hay que ponerse en su lugar.

-¿Hasta qué punto practica usted la empatía?

-Yo creo que es el valor que más pongo en práctica, que todos los males del mundo se producen por falta de empatía, y cuando estoy con alguien todo mi sistema se pone en marcha con la idea de dar y recibir. Se lo intento enseñar a mis hijos, y también transmitirles algo que me enseñaron mis padres, y es el valor de la libertad. Entiendo que ellos son dueños de su vida, que no me pertenecen. De mí recibirán un consejo, nunca un mandato.

-¿Desde pequeños?

-Sí. A veces te miran como diciendo: «¿qué dice mi padre?». Pero no les ayudo hasta que no lo hayan intentado varias veces.

-¿Qué le ha aportado el hecho de que le hayan educado en libertad?

-Cuando mis padres me mandaron a estudiar fuera, no estaban ahí todos los días. A mí me ha resultado muy útil porque me ha enseñado a enfrentar los problemas. Si te quitan las piedras del camino dejas de tener capacidad de resolver. Pienso que soy duro con mis hijos, pero es que quiero que aprendan a ser libres.

Hace una pausa. Se emociona al hablar de sus hijos, cinco en total, dos de su primer matrimonio, tres del segundo con Eva Marcellán, con quien lleva diecisiete años.

-¿Cree en las segundas oportunidades?

-Creo que mi segunda oportunidad me ha salido muy bien.

-¿Qué le ha hecho darse cuenta de que esta vez no se había equivocado?

-Mi mujer es sinónimo de bondad infinita (se emociona). Si hablamos en comparaciones vinícolas, el monovarietal de Eva es la bondad, los niños ven en su madre la persona que siempre está ahí, que se quita su tiempo para ellos porque primero hace lo de los demás y luego lo suyo. En mi caso, reconozco que yo hago lo mío y luego busco tiempo para los demás.

«A mi mujer y a mí nos encanta llenar la casa de objetos, me da mucha tranquilidad»

-¿Qué cosas han encontrado en común que hace que lo suyo funcione?

-Le va a sorprender, pero nos encanta llenar la casa de objetos. Si ella fuera minimalista habría una incompatibilidad absoluta. Tenemos amigos que nos dicen que no nos cabe nada más. Yo les contesto: «eso es lo que tú te crees». Mi casa me da paz, tranquilidad, me relajo cuando entro, sobre todo cuando los niños no están (bromea).

-¿Cómo ha sido ser padre a una edad madura? ¿La paciencia se acaba antes?

-Evidentemente, cuando veo a otros niños seguro que deben de pensar que soy el abuelito, porque tengo edad de serlo. Creo que lo mejor es convertirse en padre más joven, sobre todo porque les tienes que dedicar mucho tiempo y esfuerzo y hay un momento en que necesitas recuperar tu espacio.

-¿Qué ha aprendido como padre de familiar numerosa?

-Con cada hijo uno aprende. Isa tiene veintidós, María veinte, luego dos niños de diez e Irene de nueve, y yo creo que con la última ya lo voy a hacer bien (ríe).

«Investigué cuál de mis hijos gemelos fue el primero en ser fecundado para ponerle el nombre de Alfonso»

-Irene como su abuela y su tía.

-He seguido la tradición para que no se pierda el nombre de Alfonso y tampoco el de Irene. Que, por cierto, para decidir cuál de los gemelos iba a llevar mi nombre indagué cuál fue el primero en ser fecundado.

-Hablando de esa carga, ¿cuánto ha mirado atrás?

-Me asusta porque nobleza obliga, son personas que han dedicado toda su vida a la monarquía, o a defender unos ideales; hay tanto de tradición, de repetición. Pasan de generación a generación con todo. En el caso de mi madre, es todo lo contrario, un continuo cambio.

-¿Cree que se esperaba mucho de usted por esa nobleza obliga?

-Yo creo que te valoran y te juzgan por muchas cosas que te han venido dadas; si a nosotros nuestros padres nos han dado una buena educación, las mejores oportunidades, y no las aprovechamos… he sentido que se me ha dado mucho, y me veo obligado a trasladárselo a mis hijos y también a autojuzgarme más duramente. Soy un privilegiado, y esos privilegios tienen que llevar asociados una responsabilidad, que debería salir en ayuda a los demás.

-Y a efectos prácticos, ¿cuál era su vocación?

-Es muy curioso, porque a mí me hubiera gustado tener una galería de arte, y mi padre me dijo: «lo que quieras menos asesor fiscal». Quizás por ese motivo lo fui.

-Estuvo trabajando con él.

-Empecé en el 92 y en mis inicios intentamos trabajar juntos, pero era complicado porque no queríamos el mismo barco ni llevarlo de la misma forma. Así que me fui, monté otro despacho y desde aquel momento me llevé mejor con mi padre. Puede que hoy me hubieran dado igual muchas cosas, pero en aquel momento quería diferenciarme, dejar claro que yo tenía mi propia forma de ser. Ahora diría que somos muy iguales, pero en aquel momento, si lo éramos, yo no lo quería. He luchado para que dos padres con tanta personalidad no me anularan. Que llevo hasta el mismo nombre.

-¿En qué cree que se parece a su padre?

-Para mi padre ha sido muy importante el valor de la lealtad, de la honestidad, y no solo a nivel personal, también profesional, y eso me lo ha trasladado. Yo entonces pensaba que había aspectos que tenían más peso, como la eficiencia, por ejemplo, y luego me he dado cuenta de que lo que él ha defendido es ahora esencial para mí. Reflexionando a posteriori, creo que lo que vivimos en nuestro entorno es tan importante que si mi padre hubiera sido cantante quizás ahora estaría entrevistando a un cantante.

-¿Cuánto tiene de esa parte más social que le ha venido dada por su madre?

-Mucho, a mí me gustan las personas y me motiva compartir, relacionarme con gente. Alguna vez me han preguntado: «¿hay alguien a quien no conozcas?». Y yo contesto que seguramente haya mucha gente que todavía no conozco, pero los querré conocer. Nunca me da pereza.

-¿Ha querido que sus hijos también crezcan de la misma forma?

-Me encantaría que cuando estén en una mesa y no conozcan a la gente que les rodea, pensaran que no es un problema, al contrario, que las situaciones difíciles sean oportunidades.

-Su móvil no para de sonar, ¿cómo se lleva con el tiempo?

-Mal, porque hoy he llegado bien de hora pero una de las cosas que siempre me apunto para mejorar es la puntualidad. Mis amigos saben que no me sé despedir y eso me hace llegar tarde. Cada día que me levanto me propongo cumplir con los horarios; quizás es porque soy muy optimista, yo me desplazo en bici, y puede que me ajuste demasiado. Creo que nunca he llegado cinco minutos antes.

-¿Mira adelante?

-No, pero tampoco atrás. Me gusta vivir el presente, y quizás me permite no tener ansiedad al no estar pendiente del futuro, ni rémora por centrarme en el pasado.

«Me gusta mucho visitar lugares donde San Miguel Arcángel ha luchado contra el demonio»

-¿Dónde se ve en los próximos diez o quince años?

-Si el Estado me deja, jubilado y viajando por el mundo. Además de planear viajes en función de los museos que hay en cada lugar, tengo un sentimiento cristiano, y me gusta ir a sitios donde San Miguel Arcángel ha luchado contra el demonio, el último a Cornualles. Creo que es un símil, que todos podemos luchar contra el mal, entiendo que no todo lo que nos han contado es verdad, pero me gustan las prerrogativas, las peregrinaciones. He hecho el Camino de Santiago, pero no hay que irse tan lejos, que lo que más me ha impresionado a mí es el que se celebra en les Useres; los valencianos deberían ir al menos una vez en la vida, como a Jerusalén.

Termina repasando una chuleta donde lleva apuntadas algunas ideas. Cree que todo lo llevamos en los genes, pero a la vez podemos cambiar nuestro destino, que los hijos «son árboles y no ramas a los que se enseña a pensar y no a qué pensar». Habla de reencarnación, y también «del tesoro que supone el cristianismo. Tengo una profunda devoción a la Virgen». Y si tiene que elegir una opción política, «debe cubrirse todo el arco iris». Tomando distancia de sus padres.

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