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La felicidad de Begoña Rodrigo la noche en que consiguió su primera estrella Michelin fue contagiosa. ¿Cómo no empatizar viendo sus saltos de alegría sobre el escenario, después de tantos años luchando en la cocina? Habían llegado a atribuirle el galardón incluso sin tenerlo, quizás ... porque existía una unanimidad en que la merecía. Pero hay más. Esta mujer de personalidad arrolladora, trabajadora hasta límites insospechados, ambiciosa entre los fogones y, al mismo tiempo, buena gente, tiene un talento incuestionable que le augura muchos más éxitos.
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Begoña Rodrigo nunca ha sido una persona complaciente. La integridad en la cocina, y fuera de ella, le han ocasionado algún que otro disgusto, pero ella ha dicho en varias ocasiones que no tiene miedo. Ni a los críticos ni a quien pueda no gustarle su forma de trabajar, o de ser. Tampoco le resultó difícil ponerse delante de las cámaras en Top Chef, el programa de televisión para cocineros profesionales del que salió ganadora, aunque reconoce que, si mira atrás, hay muchos momentos de inseguridad.
En una entrevista en La Vanguardia contó su dura infancia porque su madre era maltratada por su padre, en una familia donde tomó las riendas, a nivel económico y emocional, para poder seguir adelante cuando todavía era solo una niña. A los doce años atendía en el horno de pan de la madre, a los quince se ponía un top para hacer de camarera en el bar, mientras servía de sostén a sus dos hermanos. Sergio todavía sigue trabajando a su lado y es uno de sus mayores apoyos.
Begoña Rodrigo ha anunciado que cerrará los fines de semana su restaurante La Salita para poder conciliar y que tanto ella como sus trabajadores puedan pasar tiempo en familia. Es el primer restaurante con estrella Michelin que toma esta decisión.
Hasta que un día Begoña Rodrigo, que estudiaba Ingeniería Industrial y, al mismo tiempo, tenía sus propios negocios, decide huir. En Holanda encontró la libertad y nunca más la quiso soltar. En aquel lugar nadie la conocía, podía hacer lo que quisiera, después de haber vivido en un municipio como Xirivella, donde era muy difícil escapar a la historia que arrastraba. Nunca quiso ser víctima, y se convirtió en superviviente.
Entró en las cocinas porque ahí siempre iba a encontrar un trabajo, porque allá adonde fuera, todos necesitan comer. Viajó sin parar, se empapó, y volvió, sabiendo que no tendría más ataduras que las que ella misma asumiera, que el restaurante que abriera sería suyo. El camino no ha sido fácil, ha habido muchos baches, algunos errores y una pandemia de por medio.
Ahora ha dado otro paso adelante, ha anunciado que La Salita se convertirá en el primer restaurante con estrella Michelin que cierra los fines de semana y la gastronomía ha vuelto sus ojos hacia ella. Con expectación y, al mismo tiempo, con asombro. Todo comenzó un día en el que su hijo le preguntó: «¿cuándo tengo derecho a verte?», y se dio cuenta de que solo podía solucionarlo actuando con valentía, como lo ha hecho siempre.
La conciliación en la restauración siempre ha sido una batalla perdida. Como mucho, ir a buscar a los hijos a la salida del cole por la tarde. Acostarles los lunes y esperar que llegue alguna foto de la actividad del fin de semana. Esperar a que de mayores reconozcan a su padre o a su madre, en el mejor de los casos. A veces a ninguno de los dos, porque se trata de negocios familiares donde las jornadas pueden llegar a las 70 u 80 horas semanales.
Pero Begoña no se lanza al vacío. Abrirá l'Hort al Nu los fines de semana, pero con otra plantilla, liderada por Chabe Soler, para que no solo ella, todos sus trabajadores, puedan conciliar.
La pandemia sí ha cambiado algunas cosas. Cada vez hay más restaurantes o bares que han virado su negocio a la mañana, sirviendo esmorzarets, y mediodía, cerrando por la noche, aunque nadie hasta ahora había tomado la decisión de hacerlo los días más fuertes de la semana, sábado y domingo.
Quién iba a pensar que esta mujer que ahora toma decisiones valientes al frente de un negocio, que ha llevado su cocina a la esencia usando tubérculos y raíces, que cada vez bebe más de su tierra -reconciliada con ella después de haber huido de joven- ahora quiere disfrutar de momentos como madre. Todavía recuerda cómo, cuando su hijo nació, dormía en un carrito al lado de su cocina, y entre todos se crio, hasta que llegó su madre para convertirse en esa figura materna que muchas veces se ha culpado de no haber actuado como tocaba cuando Begoña y sus hermanos eran pequeños.
Pero las oportunidades pasan más de una vez, hay más trenes que tomar, y Begoña lo sabe. Ella, que de pequeña se alimentaba de petit-suisse y años después probaba bichos en Asia, que hubiera podido perderse muchas veces por el camino, tiene claro ahora cuál es el suyo. Puede que otra estrella Michelin en un mes. Y seguro que volverá a dar saltos de alegría.
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