![Lucía Galán: «A los cinco años decidí que sería pediatra para que a ningún niño le pasara lo mismo que a mí»](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202201/26/media/cortadas/LUCIA-La-vida-es-esto_419-RaNhoEnssOpufbt8mcFunAM-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Hace siete años, Lucía Galán se puso delante del ordenador y empezó a contar, con un lenguaje sencillo y directo, qué es una convulsión febril, cómo actuar ante un atragantamiento o qué hacer si nuestro hijo no come. Esta pediatra, que tiene un centro llamado ... Creciendo en Alicante, se convirtió así en una de las primeras influencers de salud, a la que siguen cientos de miles de personas. «Yo siempre digo que soy pediatra desde que me levanto hasta que me acuesto, que veinte familias tienen la suerte de escucharme cada mañana en mi consulta, pero que a través del móvil soy capaz de llegar a millones de personas».
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-Ha habido reticencias respecto a los influencers de salud. ¿Has sentido que no se os tomaba en serio?
-Sí, absolutamente. Que alguien del entorno sanitario irrumpiese en las redes sociales sin intención de vender nada chocó, pero poquito a poco se fue sumando gente joven con unas habilidades comunicativas impresionantes. A mí personalmente me empezaron a otorgar premios y me dio más seguridad en mí misma y me ayudó a defenderme de esos ataques injustos basados muchas veces en la envidia y en parte la ignorancia.
-Ahora la revista Forbes te ha incluido dentro de la lista de los cien mejores médicos de España. ¿Cómo te ha llegado el premio?
-Siempre es halagador recibir un premio, y a mí la mayoría me pillan por sorpresa. En este caso lo primero que pensé es: «¿yo? si lo único que hago es intentar sobrevivir» (ríe). No sé muy bien en qué se basan para elaborar estas listas. Ya Forbes me había incluido como la mejor influencer en salud por la labor en redes sociales, pero este premio para mí ha sido algo abrumador. Estoy convencida de que hay compañeros que a nivel científico o técnico son mucho mejores que yo; aún así les agradezco profundamente el premio porque es esa gasolina que a veces alguien necesita en su trabajo para continuar. Siempre digo que ojalá todo el mundo recibiese un reconocimiento de vez en cuando porque, aunque mi alarma va a seguir sonando a las 6.40 horas de la mañana, te despiertas con otro ánimo.
-¿Por qué médico y por qué pediatra? Suelen ser dos decisiones que se toman en momentos distintos.
-Pues en mi caso esta decisión la tomé con la friolera de cinco años. Y fue a la vez. La frase que dije fue: «yo quiero ser médico de niños para que a ningún niño le pase lo que me acaba de pasar a mí». Se lo expliqué a mis padres después de haber estado ingresada por una enfermedad muy grave, una sepsis meningocócica. Estuve muy enferma; a mis padres les habían incluso preparado para lo peor, en una edad en la que recuerdo absolutamente todo: cómo estaba aislada, incomunicada, sin poder recibir visitas… Y cuento en mi primer libro cómo de aquella experiencia extraje los aprendizajes más valiosos de toda mi vida personal y profesional. Allí aprendí el tipo de médico que quería ser y el tipo de médico que no quería ser.
-¿Por qué?
-Durante el tiempo que estuve allí pasaron por mi cama muchos facultativos, muchos seres humanos, y aunque pensamos que los niños no se enteran de lo que pasa a su alrededor en realidad son plenamente conscientes. Y quizá no recordamos las palabras exactas que nos dijeron, pero sí recordamos lo que nos hacen sentir. Y eso lo llevo grabado a fuego. Desde que dije que quería ser pediatra nunca titubeé, y mis padres me apoyaron hasta el final, hasta que lo conseguí porque sabían que aquello me había cambiado para siempre.
-Qué temprano para tener una enseñanza tan definitiva.
-Para mí fue una experiencia desagradable que para muchas personas puede ser un trauma muy difícil de superar, pero en mi caso casi que le tengo que dar las gracias a aquella enfermedad porque me hizo ver el mundo de otra manera y me marcó una hoja de ruta clarísima. Mis padres siempre dicen que era impresionante escucharme hablar, con siete u ocho años, con la rotundidad de una mujer adulta, sin dudar nunca de que iba a ser pediatra. Eso me dio mucha fuerza. La vida no es un camino de rosas, ni mucho menos, a todos nos pasan cosas, pero el secreto es convertir esas experiencias en aprendizajes de vida.
-Entiendo entonces que los niños que van a tu consulta estarán bien tratados.
-Es mi prioridad. Yo estoy hablando con los padres pero todo el rato tengo la mirada puesta en los niños, cómo les miramos, cómo les hablamos, cómo les tocamos, cómo los desvestimos… porque yo sé el impacto tan grande que eso genera en ellos. Siempre intenté hacer una pediatría con la mirada de una niña, porque si conectas con los niños automáticamente conectas con los padres.
-Has destacado también tu papel como madre. ¿Qué te gustaría que recordaran de ti?
-Son preguntas que yo me hago mucho, ahora que son adolescentes. Siempre he intentado educarles en mantener conversaciones consigo mismo, en hacerse preguntas, en profundizar aunque duela, aceptar sus emociones, y en no conformarse en lo primero que sienten o ven, que en este mundo hay que tener una capacidad crítica y autocrítica. Además, he querido educarles en la sensibilidad, en la empatía y sobre todo en la compasión. En dar lo mejor sí mismos.
-¿Es difícil no ser demasiado compasivo cuando eres médico y llevarse los problemas detrás?
-Cuando estudiaba la carrera la mayor parte de los profesores que tenía siempre insistían en esto: «hay que poner barreras, hay que establecer límites, te tienes que proteger». Nos los repetían como un disco rayado, no sé si en alguna forma de lavado de cerebro, pero siempre renegaba del mensaje, porque aquello yo ya lo había vivido; yo recuerdo a la enfermera que se sentaba en mi cama por las noches y me leía los cuentos de su hija, me cogía la mano y me hacía trenzas en el pelo. También los médicos que no se atrevían a tocarme. ¿Que implicarse genera más sufrimiento? Es probable. Mis hijos me han visto llorar un montón de veces al llegar del trabajo con una historia de las que te ponen del revés. El ser empático nos hace mejores médicos. No pasa nada si suelto una lágrima mientras le cojo la mano a una madre. Eso no lo va a olvidar en la vida.
-¿Tus hijos quieren ser médicos?
-Mi hijo, que tiene quince años, tiene claro que no. Él se inclina por una ingeniería, porque le interesa lo tecnológico, la robótica, las redes. Además, es un chico muy para él, de pocos amigos, de poco ruido, de placeres sencillos. Mi hija es todo lo contrario. Líder, explosiva... le llama mucho el entorno sanitario pero ahora mismo está pensando en viajar, en vivir muchas experiencias, y ahí la tengo, saltando de nube en nube… Lo importante es que elijan algo que les apasione.
-Eres de Oviedo, pero no vives en Asturias.
-Soy asturiana hasta la médula, pero vivo en Alicante desde hace casi veinte años. Hice aquí la especialidad, aquí tuve a mis hijos y soy alicantina de adopción.
-¿Qué notas que es distinto al carácter mediterráneo?
-¡Es una pregunta difícil! Somos muy familiares, quizás porque es un entorno mucho más rural, que históricamente ha estado mucho más aislado, a diferencia de las tierras del Mediterráneo, mucho más acostumbradas al mercadeo, a las distintas culturas que han vivido en la zona. Los asturianos entre nosotros hacemos una red muy sólida de amistades y familia y cuando tú abres las puertas de tu casa es un para siempre; somos más intensos. Quizás echo un poco en falta esto, que los mediterráneos son muy abiertos, pero más de ir y venir, y los del norte estamos más acostumbrados a hacer piña. Aún así, he tenido oportunidades de volver a mi tierra y no lo he hecho porque aquí se vive estupendamente, el clima es fantástico y la gente maravillosa. Así que no, parte de mi corazón se queda aquí para siempre.
-¿Qué momentos te reservas para ti? Las redes pueden ser muy esclavas.
-Hay que saber compartimentar, y creo que la gente entiende que no puedo contestar a todos los mensajes porque me entran más de mil. Es bonito ver cuando les contestas, sientes su agradecimiento. Y mi hija me dice: «es como si a ti te contestara Alejandro Sanz», que alguna vez lo ha hecho y los gritos en mi casa se escuchaban de lejos (ríe). Vivo en la playa y me gusta mucho salir a pasear. Cuando he tenido un día difícil me pongo la música y me voy a caminar. Además, mis escapadas de fin de semana con mi chico son casi que sagradas, así como irme a cenar con mis hijos un día entre semana. Esa salida hace que la semana sepa mucho mejor.
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