

Secciones
Servicios
Destacamos
María García de la Riva se ha arreglado los antiguos porches y carboneras del edificio familiar en el Ensanche valenciano que mandó construir su bisabuelo, ... un prestigioso abogado valenciano, para convertirlo en su estudio. Este mes de diciembre exponía con un gran éxito en el Casino de Agricultura, después de casi quince años sin hacerlo, así que había ganas entre sus fieles de ver en qué anda esta pintora ahí arriba, en su buhardilla. «Me dijeron que nunca hubo tanta gente en una inauguración, que hasta se hundió el ascensor», ríe María, una mujer con mucha energía que ha sabido navegar entre la vocación, la vida familiar y lo que se esperaba de ella, con la herencia de un apellido bien de la burguesía valenciana.
-¿Hay antecedentes en la familia donde pudiera mirarse en estas inquietudes artísticas?
-Mi abuela tenía mucha afición a la pintura y dibujaba muy bien. Tenía un tío que se llamaba Pepe y era muy amigo de Sorolla, y así que ella, que entonces era muy pequeña, iba a la playa a verles pintar. Mi familia tenía una casa preciosa en Cabanyal, de esas que daban a dos calles con el patio enmedio...
-¿Cree que tuvo que ver esa inspiración familiar?
-Yo creo que sí, porque pasé mucho tiempo con mi abuela, Carmela Esparza, se llamaba, y esas cosas te las van inculcando. Creo que como no había televisión aprendían a hacer todo tipo de manualidades, tocaba el piano, dibujaba, cosía, cocinaba... Y ahora yo soy en casa la manitas, la que cambia las bombillas, monta un mueble o arregla algo que se ha roto, pero al mismo tiempo una lerda en informática. Puede que me haya equivocado de siglo, soy como del pasado. Con el tiempo he ido generando un gusto por la arquitectura, por ir a ver exposiciones, por las cosas bonitas, curiosas… La vista y el ojo se educan.
-No la veo sentada delante del televisor...
-Es más, no sé ni ponerla. Una vez hice una exposición con los cuadritos que pinto mientras hago como que veo la tele en el sofá. Estaban por ahí, en papeles en sucio, libretitas, incluso en servilletas. Fue en Rubielos, donde me pidieron obra para hacer una exposición. Los enmarqué y los vendí todos.
-¿Hubo resistencia a que estudiara Bellas Artes?
-Yo era la nieta mayor de un despacho de abogados muy fuerte y mi abuelo me insistía: «¿ya te has matriculado en Derecho?». Sabía que si me dedicaba a la abogacía tendría la salida asegurada pero a mí me tiraba mucho Bellas Artes. Me daba un poco de miedo el ambientillo, porque yo era de colegio de monjas de toda la vida, pero tenía claro que quería pintar. Así que me lancé. En segundo ya empecé a exponer, descubrí la técnica que me gustaba, la de acrílico y tintas planas. Y aquí estoy.
-¿El ambiente era el que imaginaba?
-A ver, allí la rara era yo, la de coleta y cara lavada, porque la gente se curraba unos modelazos para ir a clase… una chica apareció una vez con un sombrero que llevaba un gato disecado encima.
-¿Cuándo venció la resistencia de su abuelo?
-Mi abuelo enseguida lo aceptó y me cambió un Michavila que le regaló el Valencia CF por un cuadro mío. Se ve que pensó que no le quedaba otra que asumirlo. Así que mi primo, el que iba detrás de mí por edad, me dijo: «no me has dejado otra, tengo que hacer Derecho».
-¿Lo hizo?
-Sí, pero luego se pasó al Marketing y trabaja en algo completamente distinto (ríe).
-Pero no se trata sólo de estudiar Bellas Artes, también de vivir de ello. Y no es fácil.
-Es más, empecé a prepararme una oposición pero había estado toda la carrera dando clases de inglés en una academia privada y la enseñanza me había quemado un poquito. Así que cuando empecé a vender pensé que si me dedicaba a enseñar, la pintura se iba a quedar en un segundo plano. Tomé la decisión y comencé a pintar como una loca. Hice el retrato de Irina Manglano y gracias a él me surgió la posibilidad de exponer en el Palau de la Música. Ya había hecho algunos, pero aquello supuso un antes y un después.
-¿Todavía tiene gente esperando a que les haga un retrato?
-Sí, ahora tengo cuatro en cola y otro muy grande para una familia de seis personas.
-Usted ha pintado a muchísimos integrantes de la burguesía valenciana. ¿Cuántos retratos cree que ha hecho a lo largo de los años?
-Me hubiera gustado contarlos, yo creo que más de dos mil. Agradezco haber nacido donde he nacido, y gracias a eso tener una clientela y un círculo que puede permitírselo. Aunque no son tan caros, ¿eh?
-¿Ve cómo es alguien pintándole un retrato?
-Hay gente que transmite tanto… Por ejemplo, Covachi (se refiere a Covadonga Balaguer, que fue fallera mayor de Valencia); es que tiene luz esa mujer. Hay gente muy especial.
-¿Está satisfecha con su trayectoria?
-Aunque hay obra mía fuera, podría haber salido más al extranjero, pero tendría que haber renunciado a una vida familiar a la que no estaba dispuesta a renunciar. No quería perderme a mis hijos por nada del mundo. ¿Que he ido más pausada de lo que podría haber ido? Sí, pero no me arrepiento. También disfruto mucho de mi trabajo. Hacer lo que te gusta es tan fantástico…
-Y poder organizarse también.
-Mis hijos están muy acostumbrados a mis horarios bohemios porque yo soy mi jefa, me organizo como quiero y siempre he estado disponible. Ahora, yo trabajo muy bien bajo presión y si tengo una fecha para una exposición me pongo a trabajar quinientas mil horas y no voy ni al gimnasio. Mi marido es más de orden y a veces me dice: «es que no tienes constancia ni disciplina» (ríe).
-¿Ser artista la convierte en una observadora de la realidad?
-Siempre me ha gustado observar. Yo voy mirando hacia arriba, porque me encanta ver las fachadas, que parece que voy buscando piso, y me he llegado a tropezar (ríe). Me voy de viaje y cuando acaba el día estoy agotada, porque voy fijándome en todo y archivando...
-¿Luego lo lleva a la pintura?
-Es que te influye todo... (Piensa) la vida me ha dado duro, como a todos en algún momento; mi marido tuvo un accidente de tráfico hace diez años y estuvo cincuenta días en coma. Pero yo soy muy positiva, y eso se refleja en las obras. Hay que agarrarse a lo bueno de la vida, al brillo, al color, porque en realidad todos tenemos grises. Yo el gris me lo quedo para mí.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.