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Botella posa para Revista de Valencia en su estudio de Ruzafa.

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Botella posa para Revista de Valencia en su estudio de Ruzafa. Damián Torres

Nanda Botella: «Tengo unos bajones que te mueres, como si hubiera dos personas dentro de mí»

Vive en una permanente búsqueda de la inspiración, sin la cual se siente pequeña. Llamada Fernanda porque sus padres esperaban un varón, es una mujer poliédrica, fisioterapeuta de día, artista por las tardes y siempre «una madraza»

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Valencia

Sábado, 28 de julio 2018

Tiene aspecto de niña, con su melena larga y unos ojos enormes que irradian luz. Nadie adivinaría, ni de lejos, su edad, 58 años, y todo lo que le ha cundido la vida en este tiempo. Porque Nanda Botella es artista y, al mismo tiempo, mucho más. Por ejemplo, fisioterapeuta. También madre. O abuela. Se disculpa porque en su estudio no hay mucha obra, ahora mismo expone en la galería Alba Cabrera y en una colectiva en la Fundación Bancaja, pero da lo mismo; su lugar de trabajo es un rincón maravilloso en el Ruzafa de los artistas que lleva tatuada su firma en cada detalle, incluidos unos magníficos sofás de cuero hechos a pedazos, como un collage, donde nos sentamos a charlar. Y donde ella, que huía de una entrevista personal, acaba emocionada y con lágrimas en los ojos.

-Cuánta belleza. ¿Hasta qué punto ha sido importante en su vida estar rodeada de ella?

-La belleza es importante, pero a medida que creces, que vives, te das cuenta de que también está en otros sitios, que no es la que nos han enseñado, sino que hay otra importantísima, como es el tiempo. Es bellísimo poder disfrutar de una conversación, admirar un paisaje, escuchar una ópera. Nadie puede negar que hay belleza ahí. Este estudio, quien me conoce, dice que soy yo. Es exactamente lo que yo quería, como cuando hago una obra de arte. Para mí este espacio fue lo mismo, porque lo hice yo, ayudada, claro. Lo siento muy mío y estoy muy a gusto.

-¿En qué momento se dio cuenta de que quería ser artista?

-Cuando nací, mis padres esperaban un varón, por eso me llamo Fernanda. Mi abuelo no es que me adoptara, pero sí se hizo cargo de mí, él me consentía todo. A los seis años pinté mi primer óleo. No es que mis padres no me apoyaran, pero mi abuelo fomentó muchísimo esa vena creativa que siempre tuve, y me compraba pinceles, lápices… Empezó a llevarme a Barreira los fines de semana, durante el verano hacía pulseras que luego vendía, escribía al revés…

Nanda adora la belleza y con la edad ha aprendido a encontrarla en muchos sitios. Como su estudio lleno de encanto. Damián Torres

-Tiene un cuadro ahí con palabras escritas para ser leídas en un espejo. ¿Cómo lo puede hacer?

-En realidad no lo sé, hay más gente que tiene esa habilidad, de mayor me enteré incluso de que Leonardo da Vinci lo escribió todo así. No quiere decir que seas más inteligente, sino que hay algo invertido en tu cabeza que te lo permite. Eso, de pequeña, me creó muchos problemas, porque en el colegio de monjas se relacionaba con el satanismo, y me encerraban en un cuarto oscuro para que corrigiera mi forma de escribir.

-No parecía cuajar mucho una personalidad como la suya en el ambiente rígido que se vivía hace décadas.

-Es que en mi caso la creatividad era una necesidad, la forma que tenía de expresar mis emociones, y lo hacía a través de cualquier materia, ya fuera una pintura, la cerámica o el alambre, creando espacios como éste o el hotel de mi hijo en Filipinas, donde me encargué del interiorismo. Y con los años aprendes muchísimo de otros compañeros, y admiras el arte en casi todas sus formas.

«Mi abuelo fue la persona a la que más quise, cuando murió me quedé colgada»

-¿Es capaz de emocionarse con todo ello?

-Por supuesto. Por eso echo de menos que en Valencia hubiera reuniones de todo tipo de artistas, sin ninguna clase de competitividad, porque yo creo que hay espacio para todos. Sin embargo, aquí existe un público muy reducido y por ello es difícil crecer. Yo a esta ciudad la adoro, esta tierra tiene una luz única, vivimos como en ningún sitio, pero es un poquito complicada, tienes que ir saliendo de vez en cuando para llenarte de inspiración.

Botella confiesa echar de menos que en Valencia hayan reuniones de todo tipo de artistas. Damián Torres

-¿Lo ha hecho mucho?

-Estuve dos años en Nueva York, en Moscú, he expuesto en La Habana y en Olguín, en Berlín, en México, aquí en Arco, y ahora en Art Madrid.

«Adoro Valencia, tiene una luz única, pero es un poquito complicada»

-¿No siente esa rivalidad externa?

-Yo es que no soy nada competitiva, es algo que llevo dentro, si estoy un mes sin hacer nada me entra una angustia que no puedo. A mí me gustaría ser más calmada, una persona que disfrutara del reposo, pero es imposible, donde sea me pongo a buscar arte. Todo me maravilla, y ahora tengo grabado en mi mente el día en que, estando en Filipinas, un amigo de mi hijo me llevó a un sitio a nadar y estaba rodeada de tortugas. Era un escenario de una belleza impresionante, y enseguida quise plasmar esos colores para contar aquella experiencia en una barquichuela de pescador, en un rincón del mundo donde no había nadie, y el lugar más bonito que he visto jamás. Para mí aquello tenía más lujo que el hotel más caro del mundo.

-Hay situaciones que nos remueven por dentro.

-Antes hablábamos de la belleza. He viajado, he tenido experiencias en sitios muy pobres y bellísimos. Por ejemplo, en La Habana, donde está todo devastado y encuentras un sabor… Y a veces te da envidia cómo viven, y piensas que cómo podemos estar tan ciegos y no darnos cuenta de que la felicidad está en el tiempo que tienen para dialogar, para disfrutar, para aprender unos de otros… El ritmo que llevamos aquí te permite obtener cosas materiales, pero no tienes tiempo para disfrutarlas.

Botella reconoce que tiene 'bajones' anímicos cuando no está inspirada profesionalmente. Damián Torres

-Los artistas lamentan a menudo esa volatilidad de una profesión que genera inestabilidad emocional. ¿Le ha sucedido?

-Muchísimo, yo tengo unos bajones que te mueres. Es como si hubiera dos personas dentro de mí, y cuando no estoy inspirada, o no hay movimiento, pienso: «Es que no soy nada». La inspiración es como algo ajeno a ti, y entonces te sientes pequeño. A mí no me sientan mal las críticas negativas, que lo que hacen es permitirte ser mejor, sino que en un momento dado no te sale algo como quieres.

-¿Cómo ha conseguido domar esa inestabilidad?

-El deporte y el yoga es lo que más me ayuda, sobre todo a liberar esa angustia. Una charla con un amigo está muy bien, pero cuando estoy realmente mal salgo a correr.

«Al principio no entendía a mi hijo, en Filipinas y durmiendo en una esterilla»

-¿Qué le ha dado el yoga?

-Hace poco que lo practico, ahora voy dos veces a la semana y salgo nueva. Eliminas toda la mala energía y te da otra actitud, la de levantarte por la mañana y pensar: «Puedo ver, puedo respirar, mi gente está bien». Porque no nos damos cuenta hasta que desaparece, y en esos momentos dices: «Si es que yo lo tenía todo». Y viniendo de Filipinas, viendo lo que he visto allí, todavía más.

-¿Le duele tenerlo lejos, a su hijo?

-Yo al principio no entendía nada, porque es un chico muy formado, habla varios idiomas, es muy inteligente. Y de repente escoge eso. Le ves en las fotos en Filipinas durmiendo en una esterilla, cuando estaba con la oenegé, y piensas: «Madre mía». Cuando acabó aquello y quiso quedarse, no entendía por qué. La tercera vez que he ido casi que me quiero quedar. Me gusta la gente, me encanta su pareja, me encanta él, cómo me trata a mí ahora.

«Ser tan polifacética ha hecho que ciertas personas no me vieran solvente»

-Qué curioso, redescubrir a su hijo, que le enseñe cosas él a usted.

-Sí. Es que a él los últimos años no le satisfacía nada, estaba frustrado, y yo hacía lo típico que hubiera hecho cualquier padre en esa situación: «Con todo lo que tienes, lo que te hemos dado...» Escribía unos poemas de unos pájaros encerrados. Yo no entendía nada. Y ahora es que creo que ha salido a mí, que soy de otra época, y que si hubiera nacido ahora estaría en el mismo lugar que él.

-¿Se siente frustrada en ese sentido?

-A ver, nací mujer y asumí mi papel, en el que por cierto estoy encantada, como esposa y como madre y tengo una familia maravillosa. Sin embargo, necesitamos vivir la vida muy intensamente, no sé por qué. Mi hijo mayor es médico, la pequeña ha hecho audiovisuales y enfermería, todos saben muchos idiomas y me siento tremendamente orgullosa de ellos. Con el mediano me culpaba, me preguntaba que en qué momento me había despistado yo, que por qué no quería nada de lo que yo le daba. Y ahora la que me quiero ir soy yo, y toda la familia estamos encantados con él, que ha pasado quince días aquí y lleva una paz y una ilusión dentro que nos transmite a todos.

No aparenta 58 años. Cuando llevaba a sus hijos al colegio pensaban que era su hermana y ahora con los nietos creen que es la madre. Damián Torres

-Tiene nietos, y yo de verdad que la miro y no lo puedo creer. ¿Cuántas veces le han dicho: «No es posible que sea abuela, que tenga la edad que tiene»?

-Muchas, es verdad. Recogía a mis hijos del cole y les decían: «Ha venido tu hermana». Y ellos se enfadaban. Ahora, cuando voy con mis nietos, piensan que soy su madre. No lo digo en plan presumido, de verdad. Yo me lo noto, que me canso más y ya no veo bien de cerca, pero, ¿sabe lo que creo? Que tiene que ver con haber vivido la vida tan intensamente, con haber reído mucho y haber querido a la gente y lo que hacía. A todo. Porque yo tengo un trabajo paralelo a éste, aunque a veces creo que lo de ser tan polifacética ha hecho que ciertas personas no me consideraran solvente.

-¿Siente que no la han tomado en serio?

-Exacto. Y más siendo mujer. Hubo una época en mi vida en que me aconsejaron que estudiara una carrera de otra rama porque mi marido, mis suegros, mis cuñados, son todos médicos. Pero yo no quería hacer Medicina y estudié Fisioterapia, monté la unidad de rehabilitación de un hospital y la dirijo desde entonces. Y voy todos los días a trabajar. Un señor que me compró un cuadro en Nueva York me dijo: «Mi hija es economista y artista de teatro». Y está fenomenal, porque nunca te cansas de nada.

«Le echo ganas a todo. Me encantó volver a la universidad con mi hija recién nacida»

-¿Le gusta esa faceta de su vida, la de su profesión diaria?

-Muchísimo. Yo le echo ganas a todo. A mí me encantó volver a la universidad, porque lo hice con mi hija pequeña recién nacida, apenas tenía quince días. Recuerdo que salía a darle de mamar y la gente me ayudó muchísimo. Aun así tenía tiempo de pintar, lo hacía con mis hijos, les daba unos pinceles y jugaban conmigo. Y el hecho de montar la unidad me ha dado una disciplina, permite no crearme más fantasmas. Todos los días a las nueve en punto estoy en el hospital. Cuando trato a mis pacientes yo me ocupo de que me cuenten ellos a mí, con lo cual de lo mío me olvido. Por las tardes me vengo aquí y los fines de semana los dedico al arte. Creo que la mujer en la antigüedad era el mástil de la familia y ahora nos empeñamos en ser como el hombre profesionalmente, y hemos desarrollado una capacidad de hacer tantas cosas…

-¿No es demasiada presión?

-Con nuestras hijas ya no piensas en casarlas bien, sino en que sepan salir adelante con sus hijos, que además sean creativas y, por supuesto, monas. En esta sociedad no es lo mismo que un hombre tenga canas. Mi marido es maravilloso y me ayuda en todo, aunque sigo llevando yo el ritmo de la casa. Pero es que el día en que seamos capaces de hacerlo todo, ¿qué ocurrirá? ¿La familia seguirá existiendo?

-La maternidad siempre existirá. Se acabaría el mundo de otra forma.

-En mi caso no se puede imaginar lo madraza que soy, incluso ahora. Eso me lo inculcó mi abuela, que tuvo dieciséis hijos, y ahora somos cincuenta y tres primos. Antes de morir siempre decía: «Reuníos, por favor, y quereos». Hemos estado bastante unidos, y con mis hijos ha sido una obsesión. De hecho, en mi casa somos una piña, me parece importantísimo. Y ahora con los bebés estamos como locos. He conocido a gente tan sola, a la que le preguntabas que a quién tenían y te contestaban que a nadie. Sobre todo en Nueva York, donde las personas son tremendamente duras y están siempre a la defensiva. En el otro extremo, Filipinas...

-Están claras sus preferencias.

-A ver, a mí me encantó Nueva York. Culturalmente lo tienes todo y hay una aceptación tremenda. Otra cosa es vivir y trabajar allí. Yo los compadezco, porque eso sí es el ejemplo de no vivir. Se pasa muy mal porque en el plano profesional nadie te ayuda. A nivel personal es más fácil porque la gente está muy sola. Pero es cierto que allí aprendí muchísimo.

-¿Ha tenido esa necesidad de no parar de aprender?

-Es como cuando tienes sed y te dan un vaso de agua. Para mí una exposición, un museo, es una necesidad. Y yo creo que, en el fondo, a todos los artistas nos pasa lo mismo.

«Me gustaría ser más calmada, disfrutar del reposo, pero es imposible»

-¿Su abuelo la vio triunfar?

-No, se murió cuando tenía catorce años. Él ha sido una de mis grandes inspiraciones… Es que aún me emociono. El amor de los hijos es otra cosa, es cierto, pero mi abuelo fue la persona a la que más quise. Era un hombre superculto, educado, jamás le vi levantar la voz a nadie, y muy respetuoso con todo tipo de culturas. Cuando se fue me quedé un poco colgada, así que todos los días hablaba con él, y llegué a sentir su presencia de una manera muy real. La gente puede pensar que podía ser imaginación mía, o no, pero yo creo que muchas cosas a las que me he atrevido, como lo de Nueva York, o irme sola con un cuadro bajo el brazo entrando en las galerías, las hice gracias a él. Porque ahora lo pienso, y digo: «¿Tú estabas loca o qué te pasaba?» Por eso ahora tengo la relación que tengo con mis nietos.

-Durante toda la conversación ha orbitado su último viaje a Filipinas. A veces son puntos de inflexión.

-Es cierto. Ahora me encantaría simplificar un poco mi vida, aunque no sé cómo hacerlo. He pensado en pasar temporadas en el hotel, ayudando a mi hijo en la cocina, a mí, que nunca me ha gustado. Quiero poder permitirme ir a verlos a todos, disfrutar también de una casita pequeña que tenemos en Ibiza. Mi marido y yo ya hemos trabajado muchísimo, y aunque todavía me quedan años para poder jubilarme, me gustaría aspirar a una vida tranquila. No irme a sitios superlujosos, pero sí viajar como lo he hecho a Filipinas. Eso me gustaría. Porque es cierto que me siento muy satisfecha, con esa felicidad que te llega al ver que todos los tuyos están bien, y que nos quieren mucho, junto a una persona maravillosa con quien he compartido toda una vida.

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lasprovincias Nanda Botella: «Tengo unos bajones que te mueres, como si hubiera dos personas dentro de mí»