Borrar
Nuevos propósitos a las 22.22

Nuevos propósitos a las 22.22

La vida (des) madre de Elena Meléndez ·

Lo de las bragas rojas es una majadería, ahora lo que se lleva es desear a lo bestia

Elena Meléndez

Valencia

Domingo, 2 de enero 2022, 00:31

Arranca un nuevo año y estos días sobrevuela el consabido listado de nuevos propósitos que algunos se pasan por el forro y al que otros, me incluyo, sucumbimos por aquello de que para mejorar como especie hay, primero, que mejorar como individuo. Si te das un garbeo por Instagram te encuentras con hordas de influencers compartiendo mantras de preceptos por el cambio, algunos en inglés por aquello, imagino, de que el idioma de Shakespeare sienta cátedra cuando hablamos de tendencia. Otros echan mano de pensamiento positivo, apelan a la astrología o comparten pantallazos de su móvil cuando marca las 22:22, la hora mágica que, una vez cazada, promete convertir tu vida en un cuento de hadas por obra de la numerología cuántica. Lo de las bragas rojas es una majadería para supersticiosos. Ahora lo que se lleva es desear, pero hacerlo a lo bestia. Caminar hasta la orilla del mar, sacar la cabeza por la ventanilla del coche o cerrar los ojos, respirar profundamente e imaginar lo que queremos en realidad virtual aumentada. Hacerlo en todas las declinaciones, por ti y por los otros, con fuerza, hasta que te falte el aire o te entren muchas ganas de sentarte en el váter. Escribir lo que se desea es fundamental, a mano, ¡venga vagos!, con libreta y boli, para que se grabe en el subconsciente desde lo mecánico y no desde lo tecnológico.

Cada año, tras el verano, me digo que septiembre es el verdadero inicio de año. Impulsada por la energía y el buen rollo que se te queda en el cuerpo tras los días de playa, me lanzo con un listado ambicioso, meditado, a mis ojos coherente y por supuesto consumable. Cuando a las dos semanas me doy cuenta de que la mayoría de objetivos se han quedado por el camino, en lugar de tirar la toalla pongo la vista en el fin de año natural, la repesca para los inconstantes y procrastinadores que creemos a ciegas en las segundas oportunidades. Así que cojo papel y lápiz y me lanzo con mi listado de propósitos que incluye básicos como hacer más ejercicio o disciplinarme con la comida, y extravagantes, como dejar de tocar tres veces la puerta antes de entrar a casa o beberme de trago un chupito de Jägermeister. El listado empieza a crecer. Mi objetivo y mi deseo es alquilar un pedazo de huerta en Alboraya porque Elisa, vecina y nutricionista de prestigio, me trajo un día unas lechugas del tamaño de un dinosaurio llenas de caracoles, acelgas con agujeritos y espinacas que parecían nenúfares. Allí te ceden el utillaje y tú plantas, riegas y recolectas pasando de la tablet por un par de horas.

En mi listado también está apuntarme a baile para saciar de una vez la pasión que siento por las coreografías, y dejar de interpretar en mi habitación los pasos de Thriller pues, al verme desde fuera, parece que me esté picando un panal de abejas. A continuación está hacer el Camino de Santiago sola, partiendo de Sarrià a razón de 25 etapas por día, embadurnándome los pies con vaselina para esquivar las ampollas, departiendo con desconocidos sobre los vericuetos de la vida en condicional. Pasear por Lisboa a pastel de nata por hora, leerme el volumen 0 de 'Conectando el conocimiento' de Ferran Adrià y Auri Garcia, pasar el día en Albarracín, anotar lo que sueño, ir a yoga de manera regular y llegar a tocar el suelo con las manos sin doblar las rodillas, cuidar de una planta, escuchar toda la música en directo que pueda, respirar de manera consciente, comprarme unos buenos prismáticos, cursar el primer nivel de Macrobiótica con Patricia Restrepo, vestir con prendas estampadas, poner orden en mis armarios, ir hasta el Saler en bicicleta, saltar de una roca de una cala por Deia de la que el año pasado no me atreví, volver a ver Los Soprano, aprenderme mi número de la tarjeta SIP, pintarme los labios de manera habitual, cocinar paella, comerme una naranja con la piel, adiestrar a mi perro para que me obedezca cuando le digo «quieto» en la calle, beber más agua, formarme en metaverso, leer dos libros al mes, ir a los cines Babel un día a la semana, reír y llorar sin taparme la cara como en las pelis y pasear por la orilla del mar cada fin de semana. Por si acaso, además, me pondré las bragas rojas.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Nuevos propósitos a las 22.22