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Las mujeres de zonas pobres en países en desarollo han sido la prioridad de la científica Pilar Mateo. Irene Marsilla

Pilar Mateo: «No me planteo una fecha de caducidad; la creatividad no se jubila»

Sábado, 9 de mayo 2020, 00:39

Empezó su lucha el día en que, durmiendo en una chabola de Bolivia, vio acercarse hacia ella varios insectos que transmiten el mal de Chagas. «El miedo se transformó en rabia y la rabia en acción». Decidió que la tecnología que desarrollara sería para ayudar a los más pobres

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Me imagino a Pilar Mateo maquinando. Si estuviéramos dentro de un cómic, le saldría humo por la cabeza seguro. No es tan raro, eso de poner su mente a pensar, lo ha hecho siempre, desde que era una niña y se fabricaba sus propios potingues, llena de una energía que, ya de mayor, descubrió que necesitaba volcar en ayudar a los menos favorecidos. Ahora, en plena crisis del coronavirus, su cabeza no para quieta y sigue en marcha en el despacho improvisado que se ha montado en casa, acompañada de su marido y su madre. Es muy fácil hablar con ella, siempre está dispuesta a aportar algo. En este caso, su experiencia en Monrovia en plena crisis del ébola, y con una palabra siempre presente que se repite casi como un mantra: prevención. «Si puedo ayudar…».

-¿Cómo está viviendo este confinamiento?

-Esta situación me permite pasar más tiempo con mi madre. Estoy viviendo su infancia desde hace mucho tiempo y no me ha supuesto un trauma.

-¿Cómo es el día a día de su madre?

-Cumplirá 89 años en mayo y le dio un ictus hace ya seis años, y además, tiene una demencia. Hay que bañarla, vestirla, cambiarla… Es como un bebé grande. Al principio fue muy difícil, tuvo una etapa agresiva y pasé ocho meses sin poder dormir una noche entera, pero ahora es maravilloso. Dentro de su situación, cuando la saco al balcón a las ocho de la tarde cree que la aplauden a ella, así que está superfeliz. Además, como no tiene memoria del día anterior, cada día se vuelve a alegrar como si no hubiera sucedido. Además, la tenemos muy mimada, la arreglo, le hago el pelo. Y algo que podría ser un problema he intentado convertirlo en algo maravilloso.

«Hace veinte años creé tecnología que entonces parecía ciencia ficción»

-Hablamos hace unos años y entonces me dijo que era una persona internamente feliz. Igual tiene que ver, ¿no?

-Yo he vivido muchos años en situaciones muy difíciles, en lugares donde no hay absolutamente nada, donde existen insectos que matan silenciosamente a mucha gente que tiene hambre. A mí se me han muerto personas en mis brazos y ha sido muy duro. Por ello, para mí estar encerrada no es un drama tan grande, la tragedia es la cantidad de gente que fallece y la que lo hará cuando el coronavirus llegue a América Latina, donde tienen muchos más problemas.

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Pilar Mateo está considerada como una de las científicas más influyentes del mundo. Irene Marsilla

Hace ya mucho tiempo, Pilar Mateo llegó a Bolivia para un mes y se quedó un año. Quería encalar las casas con pintura insecticida, pero en el Chaco boliviano no había paredes que pintar, así que se puso a construirlas. Apenas llevaba unas semanas cuando se dio cuenta de que el problema de base era la pobreza de las mujeres, que apenas podían luchar por sobrevivir ellas y sus hijos como para ocuparse de una casa en condiciones, así que decidió empoderarlas cuando todavía no se conocía el significado de esa palabra. Pilar Mateo ha sufrido más de lo que ella misma está dispuesta a admitir, pero tenía tan claro su objetivo que ni siquiera unas amenazas de muerte la frenaron. Al contrario. Cuarenta años más tarde acumula tantos proyectos cumplidos y en proceso que ni siquiera su padre, si levantara la cabeza, lo creería. Y eso que les dio mucha guerra de pequeña, que ya apuntaba maneras.

-Estudió Químicas pero no trabajó con su padre.

-Él tenía una fábrica de barnices de madera y cuando terminé la carrera me puso a cargar garrafas y a poner etiquetas. Porque mi padre, que fue una persona a la que yo admiré muchísimo, había empezado de cero. Emigró desde un pueblecito de Teruel cuando todavía era un niño y le costó mucho. Pero yo duré un mes. Me fui a hacer la tesina, luego el doctorado en el CSIC y me especialicé en corrosión metálica y electroquímica aplicada, pensando en las cosas que yo podría aportar al negocio. Sin embargo, al poco tiempo ya había montado mi propia empresa de investigación.

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-¿Por qué?

-Estuve a punto de quedarme en Estados Unidos pero soy hija única y mi padre me dijo que si me volvía me ayudaría a montarme un laboratorio. Un día, leyendo que un hospital se había tenido que cerrar por un problema de bichos, empecé a investigar pintura antiinsectos. Creé mi primera patente centrada en la posibilidad de microencapsular biocidas y que se liberaran lentamente. Siempre me he avanzado, y por eso todo aquello, que ahora está mucho más extendido, entonces sonaba casi a ciencia ficción.

«Se ha muerto gente en mis brazos por la que no podía hacer nada. Ha sido duro»

-Y llegó a Bolivia.

-Vinieron a buscarme para hablarme del mal de Chagas. Le dije a mi padre que me iba a Bolivia a ver el problema, que en un mes volvía. Me quedé un año, porque allí no había de nada. Me impliqué muchísimo y me convertí en otra persona: decidí que la tecnología que desarrollara la iba a aplicar a enfermedades relacionadas con la pobreza. Y ahí empezó mi lucha.

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-Su padre se involucró también.

-En 2001 se le quemó la fábrica y tomó la decisión de dedicar su tiempo a ayudarme; él desarrollaba los productos que yo iba investigando para probarlos.

-Ahora el resto de su familia se ha implicado de una forma u otra en su proyecto.

-Lo más bonito es que yo no les he implicado, sino que han sido ellos los que han querido trabajar conmigo, y ahora toda mi familia está alrededor mío. Mi hija es una brillante abogada que trabajaba en un despacho en Centroamérica, y cuando empecé con la cosmética para mujeres me dijo que quería ayudarme. Ahora es el alma de toda la parte jurídica y económica. Y mi hijo, que con 28 años estaba dirigiendo un hotel de cinco estrellas en Mallorca, me dijo en diciembre: «mamá, me voy contigo». Fue una sorpresa muy agradable. Mi marido era funcionario y hace veintitantos años también decidió dejarlo. Yo es que soy muy mala empresaria, porque yo en realidad me considero científica y los números no se me dan bien.

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La científica trabaja con toda su familia a su lado. Irene Marsilla

-Incluso su madre se ilusionó con lo que hacía usted. Tuvo una segunda juventud.

-Cuando murió mi padre, mi madre tenía setenta y ocho años, y una depresión de caballo. La metí en un curso de internet, empezó a manejarse con Skype y tenía un programa que se llamaba 'Las recetas de la abuelita' todos los miércoles en la radio de Bolivia. Y cada verano se iba de cooperante a dar clases de cocina a la escuela de hostelería que tenemos allí. Todos han entendido qué era lo que hacía, por qué. Para mí no ha sido un sacrificio, al contrario. Mis hijos se quedaban solos con mis padres y yo me marchaba meses. Hasta cuando eran niños vieron la importancia de lo que hacía, pensábamos que era más prioritario que estar pendiente de mis hijos, que crecían bien, eran niños sanos y tenían a mis padres. Ahora la niña es mi madre, tengo que estar más con ella, y hago lo que hacía ella con mis hijos.

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«Ya sea un insecto o un virus, tenemos que aprender a convivir con el enemigo»

-¿Cree que es una forma de darle las gracias, de devolverle el favor?

-Lo hago con tanto amor que no se trata de un agradecimiento. Evidentemente lo estoy, claro, pero para mí no es un sacrificio. Amo a mi madre, amo a mi familia y es muy fácil dedicarles tiempo. Lo más importante que me ha pasado en mi vida es tenerles a ellos, y que cada rama y cada hoja estén bien asentados sobre un tronco firme.

-Recibió amenazas de muerte, no todos sus proyectos han salido adelante. ¿En algún momento se ha sentido sola?

-Si una persona a la que quiero me insulta y me hace daño me duele más que me pongan una pistola en la cabeza. Una amenaza, un fracaso, me da mucha más fuerza. La primera vez que me quedé a dormir en una chabola y encendí la linterna, vi que había vinchucas -el insecto que transmite el mal de Chagas- viniendo hacia mí. Sentí miedo, claro, pero también me dio muchísima rabia y la rabia se convirtió en acción. Siempre hay una acción y una reacción en mi vida. Hay momentos muy difíciles y tengo la sensación de que la vida me lleva hasta el límite y tengo un ángel que me saca de ahí. Porque yo creo que cuando haces cosas que tienen un sentido en la vida, que tienes conocimientos, tardan más tiempo pero salen.

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«Mi madre cree que la aplauden a ella cada tarde. Está muy feliz»

-¿Tiene la sensación de que no va a llegar a hacer todo lo que le gustaría?

-No me planteo una fecha límite de caducidad, voy día a día. La creatividad no se puede jubilar, no tiene ni espacio, ni horario ni tiempo, cuando llegue a una edad no voy a decirle a mi cabeza que deje de pensar. Al revés, cuanto más mayor, más conocimientos acumulamos. De hecho, estoy ahora con varios proyectos; uno es montar una fábrica de alta tecnología en el pueblo de mi padre. También estoy trabajando en una manera de controlar a la hembra del mosquito tigre. Ya sea un insecto o un virus, tenemos que aprender a convivir con el enemigo.

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