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María josé carchano
Lunes, 20 de abril 2020, 23:09
Hay muchas huellas grabadas con tinta permanente en la conversación de la baronesa de Torres-Torres, una mujer criada en buena casa a la que la vida le ha dado algunas alegrías y otras decepciones; a quien, en la madurez, el amor de madre le ha hecho replantearse algunas de las convicciones que venían esculpidas desde niña. Los reveses, a cambio, le han abierto la mente. Por ejemplo, lanzándose a la piscina para abrir un restaurante. «No era mi sueño de pequeña, está claro», dice Rosa Castellví, que pensaba que su futuro profesional era ser matrona. Apenas lo fue, y en su trayectoria vital los sueños se han ido transformando, y en ello está todavía, reemplazando prioridades. Nos vemos precisamente en su restaurante, y la entrevista se desarrolla en dos días distintos, el primero frente a una cerveza, al siguiente delante de un potaje que Raúl Aleixandre, el gran cocinero que, también, merecía una segunda oportunidad. Rosa Castellví habla a ratos descreída, otros con la pasión de quien se hubiera convertido en una buena fotógrafa si alguien le hubiera dicho que sí, que también el arte es una salida.
-Gerente de un restaurante. ¿Imaginaba algún día que se hubiera metido en este negocio?
-Me meto por mi hijo. Él desde pequeño lo tenía muy claro, que quería tener un hotel o un restaurante, pero el hotel salía muy caro… (ríe). Nunca con la intención de lo que hemos hecho, sino algo más pequeño, el problema es que Luis es un sibarita, y hemos ido por él a todos los restaurantes buenos de España, empezando por Can Roca. Sabe los nombres de los cocineros, ha hecho cursos y tiene un gran don de gentes. Raúl (Aleixandre, el cocinero que fue alma mater de Ca Sento) y él se llevan fenomenal.
-Tengo entendido que tiene dos hijos más.
-La mayor, Nuria, es médico, y está terminando la especialidad de Ginecología en el Hospital La Fe. Rosa, que estudió Económicas, también sacaba muy buenas notas; las dos siempre han sido muy aplicadas y responsables; pero hace un año lo dejó todo, vive en Ámsterdam y escribe poesía en inglés. Ahora parece que de quien me tengo que preocupar más es de ella. ¿Cómo va a vivir de escribir poesía?
-¿Qué le motivó a dejarlo todo?
-Hay mucha gente joven que no puede con esta vida tan acelerada, con tanta competitividad y tanto estrés… Estudió seis años en Londres, luego trabajó en el IVI, más tarde se fue a vivir a Estados Unidos, pero no le gustó la vida de allí y un año después se volvió, y dijo: «basta». Ella desde pequeñita escribía, ahora hace yoga, meditación, tiene una alimentación macrobiótica... es una chica muy cariñosa, le encanta decir: «te quiero». Fui a verla a Ámsterdam la semana pasada, allí dio un recital en un teatro, ¿quiere verlo? Salió al escenario, muy segura de sí misma, sabiendo que es eso lo que le gustaba... Los hijos son así, intentas facilitarles el camino pero luego ellos deciden. Creo que es importante tenerlo claro.
-Usted tiene un título nobiliario. ¿Cómo vivió el hecho de crecer en una casa de buena cuna?
-Mi padre siempre fue una persona muy sencilla que nunca hizo ostentación de nada. No usó el título. Sé que uno de mis antepasados, Luis Santángel, fue quien sufragó el viaje a América de Cristóbal Colón, que le dio el dinero a los Reyes Católicos. Cuando se conmemoró el quinientos aniversario del descubrimiento una prima hermana mía acudió en representación de la familia. Pero bueno, eso ya pasó. Si le digo sinceramente, me llama la atención que hay gente que le da mucho más importancia de la que le doy yo. Dicho esto, no me gustaría que se perdiera el título, porque forma parte de la familia. Mi hermana también tiene; en su caso, además, es grande de España...
-He leído que hubo familia lejana que reclamó los títulos nobiliarios.
-Sí, hubo una reclamación por parte de unos primos de Madrid para que el título pasara a sus manos, porque nosotras éramos mujeres. La hermana de mi padre, que se casó con Adolfo Rincón de Arrellano, no pudo quedarse con el título, porque entonces tenían preferencia los varones. Es cierto, el cambio de legislación a nosotras nos benefició, pero hace unas décadas lo hubiéramos perdido y, desde luego, no me hubiera pegado con nadie por conservarlo.
-¿Fue una infancia privilegiada?
-Todo lo que tenían mis abuelos se perdió antes de la guerra, así que no tenían grandes propiedades ni nada por el estilo. Él empezó como piloto militar en Jerez de la Frontera, luego estuvo en el Aeroclub de Manises, pero en realidad su principal ocupación fue la de delegado provincial de Auxilio Social. Había niños en Buñol, recuerdo ir allí a repartir juguetes. Entonces no existían ONG. Mi padre era muy generoso, muy buena persona, tenía muchísimos amigos. Y mi madre era, también, muy trabajadora. Teníamos un apellido pero nada más.
-¿Qué sueños tenía de pequeña?
-Estudié Enfermería porque me gustaba, y no es cierto eso de que uno estudia para ser enfermera porque no puede meterse en Medicina. Yo lo tenía claro, quería ser, además, matrona. En realidad trabajé muy poco con mujeres embarazadas, lo dejé cuando nació mi primera hija porque entonces ya habíamos montado el IVI (Instituto Valenciano de Infertilidad). Al principio éramos cuatro.
-Supongo que muy distinto a lo que se ha convertido ahora.
-Sí, claro, no había para más. Teníamos dos secretarias, los cuatro ginecólogos que empezaron, Fernando Bonilla, Antonio Pellicer, Miguel Ruiz y Pepe Remohí, y luego un auxiliar. En el laboratorio sólo estábamos Amparo Ruiz y yo inseminando ovocitos, que fui a trabajar incluso menos de una semana después de nacer mi hija mayor.
-Contaba Pellicer que montaron el IVI porque en el Hospital Clínico no podían trabajar.
-En el Clínico no había medios, nos les dejaban hacer nada, imagínese que yo ahí trabajé incluso sin cobrar. A las mujeres les hacían las punciones sin anestesia y recuerdo que les cogía de la mano y les decía que no les iba a doler... No sabe cómo gritaban, aquello no podía ser. Por las tardes yo hacía las reuniones con las pacientes, para explicarles cómo funcionaba el tratamiento. Me acuerdo de dar las charlas con el cigarrito en la mano; ha pasado ya mucho tiempo de aquello. He hecho mucho por el IVI, aunque ahora para mí ya es más un negocio, que el afecto se ha ido perdiendo a lo largo de los años.
La baronesa estuvo casada con Antonio Pellicer, ginecólogo, fundador del Instituto Valenciano de Infertilidad, del que Rosa Castellví conserva una parte del negocio, convertido en un referente mundial en investigación en técnicas de reproducción. Antonio Pellicer comparte ahora su vida en Roma con la doctora Daniella Galliano, y con ella tiene un hijo de corta edad.
-¿Ha pasado página?
-Ha costado, es cierto que para mí fue un tsunami, pero gracias a Dios ha quedado atrás, porque el tiempo lo cura todo.
-¿Se considera una persona positiva?
-Sí, lo he sido desde el primer momento, pero se pasa mal.
-¿Cuál es ahora su día a día?
-Llevo el restaurante, ahora más tranquila porque el primer año fue horrible. Creo que el personal está muy contento, porque yo intento tratarlos muy bien, los cuido mucho, aunque es cierto que trabajan. Gracias a Dios tengo colchón, porque hice una inversión muy importante y el alquiler es alto. Es que los precios son tan elevados que los negocios no pueden subsistir; yo tuve que cerrar en la calle Sorní una casa italiana de papelería que iba bastante bien.
-Su vida ha estado dividida entre Xàbia y Valencia.
-Valencia es mi ciudad, pero yo soy muy de Xàbia también. Toda mi infancia la he pasado allí, porque mis padres han ido a veranear siempre. Me da pena que en Valencia no hayamos sabido disfrutar de nuestras playas; ayer estuve paseando por la Malvarrosa, y está precioso. No lo hago mucho, lo que sí me permito es ir por las mañanas a andar con mis perras. Dicho esto, soy muy valenciana, pero no fallera; no me gusta en lo que se ha convertido, la suciedad que genera.
-¿Dónde vivía?
-Con mis padres viví muchos años en la calle Turia, justo frente al Botánico. Llevo años sin ir, con la de recuerdos que tengo de pequeña. Ahora vivo en Jorge Juan.
-Su casa en Xàbia, diseñada por Ramón Esteve, ha sido premiada en varias ocasiones. Es famosa además por ser escenario de anuncios.
-¿Sabía que ahora el Ayuntamiento de Xàbia ha prohibido las edificaciones con grandes cristaleras? ¿Que las casas tienen que ser a dos aguas? Ya no van a poder diseñar ninguna como la mía. En estos años me han buscado de todo el mundo: italianos, franceses, chinos... Ha salido en muchísimos anuncios. Para mí, la casa de Xàbia es un lugar ideal para hacer fiestas, organizo comidas, cenas... Si está en mi mano, me gusta hacer feliz a la gente que tengo a mi alrededor.
-¿Cómo surgió la vinculación con Rubielos de Mora?
-Mi padre iba mucho allí porque era muy amigo de Paco Igual, que era de allí. Años después volví y me enamoró el lugar. Quería algo mío, y le encargué a Ramón Esteve que me hiciera la casa ¿Sabe que están votando ahora para decidir el pueblo más bonito de España para celebrar las campanadas? Si se sale elegido Rubielos me como las uvas allí.
-En esta etapa de su vida ¿ha querido compartir su vida con alguien?
-Sí, estoy con otra persona. Es bonito compartir, porque los hijos hacen su vida y está bien tener una ilusión. Es cierto que ahora con el restaurante no tengo mucho tiempo libre y puedo viajar menos, que es lo que más me gusta. Ahora intento escaparme cuando puedo, al menos sé que el restaurante va bien. He tenido mucha suerte con Raúl. Está lleno, tenemos clientes fieles...
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