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Marisa Marín, asomada al mirador de su casa en la sierra de Irta. JESÚS SIGNES

El refugio de Marisa Marín para sanar el duelo

La socialité valenciana encontró en plena sierra de Irta la paz que tanto anhelaba tras la muerte de su hijo Luis. «Aunque pase sólo un día en Alcossebre, siento que se me van todos los males», explica. La casa es una de las pocas construcciones situadas dentro del parque natural

Sábado, 12 de agosto 2023, 01:12

Los recuerdos familiares más hermosos no comenzaron para Marisa Marín en Alcossebre; la sierra de Irta fue en realidad un refugio para huir de un ... duelo que ni siquiera la dejaba respirar y que la mantuvo dos meses sin hablar y de cara a la pared. «Después de la muerte de mi hijo Luis yo no quería volver a Calvestra, a Requena, porque aquel lugar tenía demasiados recuerdos suyos». Así que su marido se puso a buscar un lugar distinto, que nada tuviera que ver con aquel entorno de interior, y encontró esta magnífica casa, enclavada en pleno parque natural y al lado del mar, y donde ha ido atesorando nuevos recuerdos que le han permitido volver a reír.

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Marisa Marín cree además que hay algo mágico en Alcossebre, en ese triángulo que une las islas Columbretes, Peñíscola y la sierra de Irta. «Aunque pase sólo un día en Alcossebre, siento que se me van todos los males», explica Marisa, que cree que es una sensación compartida por quienes tienen la oportunidad de visitar este punto de la Costa del Azahar.

El terreno donde está enclavada la casa de una de las reinas de la sociedad valenciana se sitúa junto al mar, que se observa desde todos los ángulos, entre la cala Mundina y la playa de Ribamar, con el parque natural a sus espaldas. Apenas un seto separa la propiedad privada del camino que discurre a lo largo del paraje natural.

Una vivienda que se ha quedado con el tiempo demasiado grande para ella sola, después de que en 2020 otra tragedia la golpeara, la muerte de su hijo Nacho, con quien convivía. Una muerte anunciada por una enfermedad, de la que le costó también recuperarse y volver a vivir. «Hasta el día que vi que nadie había regado las plantas».

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El vínculo con Rappel

La socialité valenciana encontró en plena sierra de Irta la paz que tanto anhelaba tras la muerte de su hijo Luis. «Aunque pase sólo un día en Alcossebre, siento que se me van todos los males», explica. La casa es una de las pocas construcciones situadas dentro del parque natural.

Marisa Marín ha paseado mucho por esos mismos lugares que quedan en verano restringidos al paso para preservar uno de los lugares más increíbles que quedan vírgenes en la primera línea de la costa valenciana. También por el paseo que bordea el mar, en un lugar que crea pequeñas calas entre rocas normalmente desiertas, incluso en los meses de verano. «Sin embargo, cada vez se ve a más gente», reconoce Marisa, que todavía se aventura a veces a subir al mirador en lo más alto de la casa, donde tenía ubicado su despacho. Allí escribía, y si levantaba la vista del papel, se topaba con el mar. Todavía quedan recuerdos de una vida compartida con su marido y una familia con dos hijos más, Jandro y Elia, y seis nietos, que visitan a menudo a su abuela en su casa de Alcossebre. «Me encanta que vengan con sus amigos, que la casa tenga vida», asegura la fundadora de los colegios Iale, negocio familiar que ahora están en manos de sus hijos.

Pasión compartida

En realidad, Jandro y Elia han heredado de su madre la pasión por Alcossebre, y desde que formaron sus propias familias tienen casa en el municipio, enamorados a su vez de la tranquilidad que se respira. «Algún valenciano muy querido y fallecido ya lo dijo: 'Que los valencianos no descubran la sierra de Irta, porque estamos muy bien como estamos'. De hecho, es uno de los lugares que todavía mantienen su esencia, de la que Marisa Marín ha disfrutado durante décadas. En esa casa ha hecho reuniones familiares, de amigos, ha organizado fiestas y, sobre todo, ha vuelto a ser feliz.

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Marisa Marín volverá este verano a Alcossebre, aunque ya no tenga la misma vitalidad que siempre le ha caracterizado, sobre todo cuando llegó a aquella casa, una de las sorpresas más agradables que le dio su marido. Se sentará en el porche, desde donde disfruta de unas vistas magníficas. Generosa como es, a sus invitados los agasajará para que no quieran irse de la sierra de Irta nunca más.

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