Valencia a dos ruedas
La vida (des)madre de Elena Meléndez ·
Pedalear te permite salir de lo de siempre, saltarte el guion, observar la realidad con otro tempo, aliviar tensiones y conectar con la ciudad desde un lugar más personalLa vida (des)madre de Elena Meléndez ·
Pedalear te permite salir de lo de siempre, saltarte el guion, observar la realidad con otro tempo, aliviar tensiones y conectar con la ciudad desde un lugar más personalYo me desplazo por la ciudad desde el 2004 a.G. (antes de Grezzi) aproximadamente. En aquella época el carril bici era una anécdota, lo de llevar casco una cosa del futuro y, si te pillaba algún tramo que debías circular sobre la acera, como ... éramos tan pocos, a los transeúntes les parecía un gesto pintoresco, pues la idea establecida es que tan sólo usaban la bicicleta los hippies, algunos profesionales creativos o los rojos. Pasadas casi dos décadas sigo yendo en bicicleta, pero el panorama es muy diferente. El relieve de Valencia está cubierto de tramos adecuados para la circulación a dos ruedas que, pese a que todavía son insuficientes, facilitan mucho las cosas. El conflicto reside, a mi parecer, en que por estas vías de color, originalmente ideadas para ser usadas por los ciclistas, también transitan patinetes eléctricos a 30 km hora, y cachivaches varios como tándems, segways, e bikes o skates, elementos cuyo rasgo en común es que tienen una o varias ruedas, pero cuyo rango de velocidad o nivel de destreza para pilotarlos difieren tanto como lo hacen un periquito y un halcón peregrino. En mi caso, que me suelo desplazar en bici acompañada por mis dos hijos aún pequeños, debemos coger en ocasiones contadas algún tramo de acera que recorremos a ritmo de peatón para evitar atropellos. Aún así, siempre nos cruzamos con el/la tocapelotas de turno, en muchas ocasiones fumando un pitillo o hablando a voz en grito, que nos llama la atención con desprecio. Porque curiosamente, y todavía no tengo muy claro el motivo, hay personas a las que les jode que vayas en bici, pero en cambio no les molesta que les lancen el humo a la cara o tener que sortear la cagada del perro del vecino. Misterio.
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Dicho esto, debo transmitir a los lectores que todavía no se han animado con la bici, que deslizarse rodando propulsado por la fuerza ejercida por el impulso de las propias piernas girando es mágico, energizante, creativo y, según las palabras que el reputado psicólogo Rafael Sentandreu compartió la pasada semana en este mismo diario, «sano, barato y sexy». Yo me decanto por las sensaciones de invierno, en concreto con la salida de casa a eso de las 8 de la mañana para llevar a mis hijos al cole. El aire helado que reaviva nuestros rostros y pulmones, el reflejo tibio del sol incipiente, el corazón que empieza a bombear elevando el nivel de los latidos, el pelo revuelto, pedalear de pie para coger impulso los tres en línea, ocupando la calzada todavía desierta, atravesando un charco, levantando hojas doradas a nuestro paso, comentando la jornada recién estrenada. Empezar así el día eleva el espíritu hasta la frecuencia de la emoción, a años luz del tedio de un atasco o del estrés del tráfico urbano. La bajada al cauce del río reviste otro ritual. Tomar la rampa sin frenar hasta el final, fluir bajo los árboles, transitar los numerosos paisajes que nos ofrece el recorrido, desde la magnitud futurista del entorno de la Ciudad de las Artes y las Ciencias o la alegría bulliciosa que rodea el lago del Palau de la Música, hasta el paisaje salpicado por naranjos, jacarandas, palos borrachos y palmeras datileras que surcan el tramo entre el puente de la Trinidad hasta el puente del Real.
Dejarse llevar por las calles del barrio del Carmen en bicicleta es ponerse en modo guiri por unas horas dentro de tu propia ciudad, descubrir rincones que ni recordabas ni sabías que existían, enamorarte de nuevo de lo cercano, tomarte un vermú y unas sardinas en la calle, toparte por sorpresa con un cuarteto de jazz que improvisa una actuación en una plaza, hacer una parada en el Mercado Central antes de volver a casa. Pedalear, además, te permite salir de lo de siempre, hacer uso de tu fuerza y tu energía, saltarte el guion, observar la realidad con otro tempo, aliviar tensiones, mantenerte en forma, llegar a destino con un talante vigoroso y conectar con la ciudad desde un lugar mucho más personal, cercano y equitativo.
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